viernes, 23 de enero de 2009

20 DE ENERO





Era el martes y el mundo se caló la gorra en un gesto de alegría, metió las manos en los bolsillos con agujeros de sus pantalones, le dio una patada a una lata de cocacola y echó a andar, lentamente, silbando una melodía delicada y feliz. Estaba el mundo contento y caminaba bailoteando al son de su silbido, con la misma sensación que tenemos todos los que lo habitamos: desde el 20 de enero todo es un poco mejor, nosotros somos un poco mejores, Bush ya es historia y eso le limpia la cara a este trozo de universo que ocupamos… Por eso caminamos silbando, con las manos apretadas en los bolsillos y lanzando al aire de la mañana la moneda de un deseo sin nombre.

Cuando nuestros hijos escriban la historia de este tiempo se referirán a Bush como el emperador más estúpido desde los tiempos de Calígula. La historia está llena de lerdos que han gobernado grandes imperios: Carreño pintó la cara caída de Carlos II y hoy habría encontrado en Bush un filón para sus pinceles. Los retratos aquellos del rey hechizado nos muestran un hombre enfermizo y el óleo penetra incluso en el interior de su cráneo, que no es más que una caja de reverberación para las alucinaciones de la Decadencia española. El interior de la cabeza del emperador que vino de Texas ofrece un vacío similar y espantoso, ocupado por los discursos de Cheney, Wolfowitz o Condoleezza Rice, esa panda de asaltadores y criminales que serán juzgados por el tiempo como una de las cuadrillas más siniestras que ha conocido la humanidad. El rey español fue un imbécil pero en su rostro se averigua como un remordimiento o una angustia, un impulso de bondad, el deseo de no ser rey de ningún reino sino un tranquilo aldeano que perdido en las montañas pastorea sus cabras, feliz en la bobería. Bush, sin embargo, es un idiota al que convencieron de que tenía que contar la historia del mundo llenándola de estruendo y de furia, para hacer bueno el verso de Shakespeare. Y deja una herencia espantosa que resume lo peor de las dos doctrinas más dañinas de la segunda mitad del siglo XX, el neoliberalismo y el neoconservadurismo.

Maldad. Estupidez. Soberbia. He ahí la trilogía revolucionaria del Trío de las Azores. Aznar, Bush y Blair conjugaron esas tres categorías con un afán incontenible, desbordando supuestas diferencias ideológicas –¿fue Zapatero el que dijo que el laborismo de Blair era un ejemplo para la nueva izquierda?–. La fotografía del 17 de marzo de 2003 –sonríen, inconscientes, los tres salteadores de la verdad– ocupa un lugar de privilegio en la memoria de la ignominia. Pero todo pasa y el 20 de enero se ha cerrado la última puerta de aquel vendaval que inauguró el triunvirato de los tontos con mando en plaza: Bush ya es historia. Mala historia, historia siniestra, como la de Blair y Aznar, pero historia al cabo, pasado. Y el mundo camina feliz, con las manos en los bolsillos, silbando una vieja canción y apretando en la mano la foto, arrugada, de Bush y sus cómplices.

(Publicado en Diario IDEAL, ediciones de Jaén y Almería, el día 22 de enero de 2009)

No hay comentarios: