miércoles, 1 de octubre de 2008

...QUE NO ACABASE



Tal día como hoy de hace doscientos diecinueve años se juntaron el hambre y las ganas de comer. O sea: que se celebró una Feria de las que no se olvidan porque además de San Miguel aquel año tocó celebrar la proclamación del bobo de Carlos IV. El Borbón había tomado posesión del trono el 14 de diciembre del año anterior, pero entre unas cosas y otras el Ayuntamiento tardó nueve meses en preparar un programa de fiestas adecuado al evento. El caso es que tras muchas reuniones del Concejo y tras varias peticiones de dinero a Madrid para poder celebrar la solemnidad con el boato debido, el 30 de septiembre la ciudad –pasada ya la festividad de San Miguel y aún llenas las calles con puestos y atracciones– da rienda suelta a unos espectáculos nunca vistos hasta entonces.

Se reparó el empedrado de las calles principales y se limpiaron y blanquearon las casas, se pintaron frescos en la fachada de las Casas Consistoriales, se levantaron trece arcos triunfales en la Plaza de Arriba y “extensos y magníficos tablados” en las plazas del Mercado, de Toledo y de Santa María para los actos de la proclamación propiamente dichos. Las calles y fachadas de los monumentos presentaban un aspecto impresionante, llenas de colgaduras, adornos y espejos e iluminaciones extraordinarias durante las noches de fiesta. Se adornaron hasta lo indecible las fachadas de Santa María y de la Cárcel Real y el adorno de la casa del Alférez Mayor –el palacio de Bussianos– debió ser lo nunca visto. (La noche de aquel día el Alférez celebró en su casa un banquete y un baile de postín.) Se trajeron las bandas de los regimientos de Jaén y Guadix y de la Maestranza de Granada y se tocaron en la calle los músicos de Santa María y El Salvador. Las plazas debían estar radiantes cuando a la mañana del día 30 partió del Ayuntamiento el cortejo de proclamación escoltado por los Dragones y Caballería de la Reina y por infantes de Toledo y Murcia. En Santa María se entronizó el pendón real en el altar mayor y se entonó el correspondiente Te Deum. Luego, el cortejo fue visitando los tablados instalados en las plazas principales, proclamando al nuevo rey y lanzado 150 reales de vellón (ocho duros) para los pobres.

El mismo día 30, a la tarde, se celebró una espectacular mascarada, que volvió a repetirse el 1 de octubre junto con la representación del hecho de los 12 Leones, en una tarde “que los asistentes hubieran querido que no acabase”. El 3, el 5 y el 6 de octubre se corrieron novillos de don Ignacio Yepes en la plaza instalada en el Mercado, el domingo 4 procesionó la Virgen del Rosario y el 22 de octubre se cerró la larga celebración con nuevas mascaradas, corridas y bailes. La fiesta costó 70.721 reales de vellón (unas 18.000 pesetas en una época en que el jornal de un campesino estaba a 0,375 pesetas): al cambio de hoy, más de dos millones de euros.

(Publicado en Diario IDEAL el 30 de septiembre de 2008)

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