viernes, 3 de octubre de 2008

DE MÚSICA Y DE PENA



Pese a todo y pese a algunos, llega la feria cada año. También ahora que el mundo se asoma al abismo abierto bajo sus pies por los banqueros y los poderosos, mientras contiene la respiración y las lágrimas, como aquel niño del poema de Machado que “en la noche de una fiesta/ se pierde entre el gentío.” Pero ni los pesimistas sin esperanza ni los aguafiestas ni los que hacen del aburrimiento una pasión y una profesión, han podido impedir que otro otoño se hayan instalado las barracas de tiro y los ruidos de los carruseles y los caballos multicolores del tiovivo, que giran y suben y bajan en una viva imagen de la vida. Y allí, mientras los nubarrones morados encapotan el horizonte, hacia Mágina, de tornasoles y recuerdos, se siente como una nostalgia: ¿son los caballitos del tiovivo los que giran o es nuestra vida la que va pasando –vuelta tras vuelta: amargor tras amargor, dulzura tras dulzura– y nosotros con ella?…

En la plenitud del atardecer la feria es un rebosante río de gentes y ruidos y de niños sonrientes, como nosotros mismos cuando éramos niños y lo teníamos todo… Pero luego, hay un momento en que se van apagando las luces y en que la feria se vacía y se para el caballo del tiovivo. Y en ese instante de la feria en que una tristeza parece apoderarse de todo el imperio de la luz, es cuando asumimos la condición de la edad que pasa, del tiempo que vuela, del cuerpo en el que somos y que se nos va escapando día a día. Lo pensaba ayer delante de los carruseles, mascando en la memoria la carta que me manda Antonio desde Oxford a propósito de su abuelo Miguel, que fue fusilado en Úbeda unas semanas después de la feria de 1939. Antonio se pregunta por los sentimientos de su abuelo y yo pienso en el cuerpo enterrado en una fosa común, perdido para siempre y pienso que la recuperación de la memoria y de la historia tiene que ser sobre todo una recuperación de los cuerpos rotos, porque todo lo que somos lo somos en el cuerpo.

Es el cuerpo el que siente y se alegra y el que se extasía en los placeres y las tristezas. Es el cuerpo el que incita al alma a recordar y el que humedece los ojos con las melancolías. Es el cuerpo el que gira y vuelve y se va, el que desfallece y se eleva. Y hay demasiados cuerpos españoles perdidos en fosas comunes. Y otros muchos que se perdieron para siempre porque se vaciaron las fosas y se machacaron los huesos. Y sin embargo, entre la luz de la feria y parado delante de los caballos relucientes del tiovivo sigo sintiendo una especie de necesidad de que esta pobre patria nuestra desentierre a sus hijos olvidados y desde la paz, la piedad y el perdón, se los devuelva a las familias para que los acaricien por última vez y los hagan descansar. Para que esos cuerpos no sigan girando más por los espacios estériles de la historia callada. Para que se detenga de una vez el tiovivo de la crueldad que los condenó.

Pensaba todo esto en la tarde del martes, atónito como el niño perdido, asombrado mi corazón “de música y de pena.”

(Publicado en Diario IDEAL el 2 de octubre de 2008)

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