viernes, 19 de octubre de 2012

ESPAÑOLIZAR





Mientras Cruz Roja pide por primera vez para los pobres españoles, Cáritas atiende a más de un millón de personas: la asistencia de Cáritas ha crecido un 175% desde que comenzó la depresión económica y hay que cubrir necesidades básicas como alimentación, medicinas o vestido. La preocupación en Cáritas es grande, porque sus recursos son limitados, porque hay que pedir a los ciudadanos que donen legumbres, leche y aceite, y porque la protección que hasta ahora vienen dando las familias está en las últimas. Mientras, los políticos que laminan las políticas sociales que podrían paliar el sufrimiento y la humillación de millones de ciudadanos, se organizan actos benéficos, como si la pura caridad pudiese sustituir a la justicia social. Esa dramática situación que retratan los datos de Cáritas se corresponden con los fríos datos oficiales. Más de 1,7 millones de hogares españoles tienen a todos sus miembros en paro y España sufre la mayor caída de poder adquisitivo de los últimos 27 años: el nivel económico de los ciudadanos se hunde a niveles de 1985. Sólo en el último año la riqueza de los hogares españoles descendió un 18,4%, la caída más intensa de la zona euro. En ese periodo los hogares españoles perdieron 177.000 millones de euros, y lo más sangrante es que el Estado está transfiriendo (mediante el pago de intereses de la deuda y el rescate bancario) el dinero que sale de los hogares a los bancos y grandes corporaciones que hundieron al país en la ruina. Según datos de la poco sospechosa OCDE en 2008, al comienzo del desastre, la desigualdad entre ricos y pobres era la más alta desde la dictadura y la situación se ha agravado como consecuencia del continuo recorte en los servicios básicos del Estado del Bienestar, hasta convertir al nuestro en el país con más desigualdad social de la Unión Europea.

Detrás de todos esos datos demoledores hay seres de carne y hueso destruidos lentamente por la desesperanza. Detrás hay, sobre todo, niños, a los que se les niegan la risa de hoy y el futuro. Con más de 2,2 millones de niños viviendo en la pobreza, UNICEF exige ya un “plan nacional de lucha contra la pobreza infantil”. Y según la UNESCO, España encabeza el mundo desarrollado en lo que se refiere a fracaso escolar y desempleo juvenil y dice que es “apremiante” para nuestro país invertir en educación.

La situación social produce vértigo —¿cuándo estallará la justa rabia?— y la gran preocupación del Ministro de Educación es “españolizar” primero a los niños de Cataluña como respuesta a la “catalanización” impuesta por los nacionalistas catalanes, y después a todos los otros descarriados, ya saben: niños vascos, hijos de progresistas o de ateos o de padres radicales que hacen huelga contra los recortes. El reto de Wert no es que los niños se formen con seriedad, calidad y como ciudadanos, sino que los niños sean adoctrinados en el del ideal patriotero del nacionalcatolicismo: la escuela es solo la caja de resonancia del catecismo de la España eterna. Poco importa que los niños acudan a clase sin haber cenado, que sus padres no puedan comprarles los lápices, que no se contraten maestros para los niños autistas. No, en España no importa la educación, no sea que se formen ciudadanos que se rebelen contra la monumental estafa en que vivimos. En España importa —y, ojo, esto no es privativo del actual gobierno— el adoctrinamiento: para que los ciudadanos tengan claro que las leyes están para violarlas si se es político o para cumplirlas aunque sean injustas, según proclama el ínclito Alfonso Alonso, para quien las manifestaciones son cosa “de batasunos”. Lo que importa es adoctrinar para que permanezcan prietas y silenciosas las filas, para que nadie proteste cuando lo pisoteen dando así “ejemplo de civismo” —según el parecer de los obispos— mientras se nos hunde en la miseria. Quieren una escuela para “españolizar”, que es contar una España distinta a la de los españoles.

(IDEAL, 18 de octubre de 2012)

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