martes, 15 de mayo de 2012

SOBRE EL 15-M





Por lo que respecta al movimiento cívico que surgió en las plazas de España tengo alguna certeza y muchas dudas o reticencias.

Tengo la certeza –me agarro a ella como el náufrago a la tabla agitada por las olas– de que el movimiento del 15-M es la última esperanza cívica de nuestro país. Esos miles de personas que ocupan las calles y las plazas, libre y pacíficamente, son un ejemplo para todos: nos dicen que mientras la mayoría de nosotros estamos en nuestra casa o en los bares quejándonos del temporal que han desatado sobre nosotros, ellos piden justicia y reparación, y expresan una rabia íntima y colectiva, y claman por una democracia que no se someta al dictado de los poderosos. Tengo también la certeza de que su gesto valiente, decidido, de que su compromiso social realmente ejemplar ha salvado del desastre personal a un buen puñado de familias humildes que de no haber sido por la movilización de estos ciudadanos, habrían sido expulsados de sus casas.

Pero a partir de ahí, comienzan mis dudas o reticencias sobre el movimiento.

Hay primero una anecdótica resistencia estética: desde mis años de estudiante no han sido santo de mi devoción los que la derechona ha calificado como “perroflautas”, encontrando en ese parte minúscula del movimiento un argumento barato para descalificar al todo. Lo siento y reconozco que puedo estar equivocado, pero “los guais” no me gustan: me parece que hablan demasiado de derechos (sobre todo de los suyos) y muy poco de deberes.

Hay, luego, una duda y un reticencia técnica: muchas de las propuestas y parte de la jerga del 15-M me resultan completamente ininteligibles.

Pero sobre todo, en esto del 15-M tengo una especie de permanente sensación de derrota. Hace un año, era de los que pensaba que después de haber dado un ejemplo cívico inédito en nuestra historia, los “indignados”, los ciudadanos libres y comprometidos que habían tomado las plazas, tendrían que haber asumido cuatro o cinco ideas fuerza absolutamente poderosas –las listas abiertas, el procesamiento de los responsables de la crisis, la dación en pago...–, que podrían haberse asumido por una mayoría de españoles, y luego haberse retirado, silenciosamente, a sus casas, a sus oficios, a sus estudios, dejando un cartel en la Puerta del Sol que dijera, sin más, “VOLVEREMOS”. Estoy convencido de que eso habría convertido al 15-M en una reserva moral inagotable de un país desangrado por el desánimo, el pesimismo y la creciente injusticia social: en cualquier momento habrían podido dejar sus casas, sus trabajos, sus estudios para –silenciosamente– volver a tomar las plazas: mostrando la rabia y la esperanza y exigiendo la defensa de la democracia frente a la voracidad de los poderosos y el freno en la destrucción de los derechos tan duramente conquistados. ¿Quién habría podido parar algo así? ¿Quién se atrevería a clamar contra una fuerza cívica musculosa, con grasa, con reserva ética de sobra?

El movimiento, sin embargo, optó –equivocadamente desde mi punto de vista– por engolfarse en una dinámica asamblearia que sólo los especialmente dotados para el compromiso político podían aguantar y diversificó las reclamaciones surgidas de la indignación inicial en una panoplia amplísima de propuestas y argumentos: hasta 14.000 propuestas, he leído estos días en la prensa. Demasiadas para ser abarcables por el músculo ético de la multitud que llenó las plazas, demasiadas para sumar esperanzas en el movimiento. Demasiadas propuestas para algo que carece de estructura y de canales para hacerlas posibles. Al optar por este camino, renunciando a vehicular sus propuestas a través de un partido político, se adentraron en un camino paradójico: piden cosas muy concretas pero carecen del medio para que la gente las apoye y así poder llevarlas a cabo. ¿No hubiera sido mejor permanecer como una fuerza ética que sobrevuela el espectro político y social del país exigiendo a los partidos que atiendan la voz, la poderosa y cansada voz, del pueblo español, de la "revolución española"?

Y sin embargo, y pese a las dudas, me resulta imposible nos sentir una felicidad cívica y democrática al ver otra vez en las calles y las plazas a los españoles decentes y comprometidos del 15-M que alzaron sus manos pidiendo respeto.

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