Salvo el mal estado del Parque Vandelvira, todo invitaba esta tarde a la felicidad de los niños: el sol, la brisa cálida, la placidez del ambiente… Manuel ha aprovechado bien esa oportunidad que la tarde de primavera le brindaba: se ha montado en los columpios de los grandes, completamente satisfecho, ha jugado con un cachorro de perro, ha saltado y corrido, ha sudado, ha jugado en la tierra con otros niños, sin importarles su color o la lengua o la patria o la religión de sus padres. Verlo allí, enfangado en la arena, mezclado con otros niños, era contemplar algo parecido a la aspiración de todos los soñadores de todos los tiempos: una fraternidad de personas felices. ¿En qué momento los niños asumen que tienen que vivir separados por banderas y por himnos, por dioses y por fronteras? ¿Cuándo se quebrará la felicidad que esta tarde han compartido todos esos niños, ajenos a los artificios de sus padres, bañados por la luz que se regala para todos?
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