viernes, 4 de mayo de 2012

ENFERMEDAD





El humanismo de la Ilustración trastocó la visión de la enfermedad y del dolor: convirtió al cuerpo, a lo puramente material del ser humano, en el centro de las preocupaciones filosóficas. La enfermedad y el dolor dejaron de ser un accesorio de la muerte o de la redención del alma y se transforman en el vórtice de lo que Foucoult llamó “la mirada médica”. Los avances científicos y técnicos permiten a los médicos adentrarse en el espesor anatómico del ser humano, que deja de ser un todo misterioso y compacto para convertirse en un muestrario de órganos y vísceras que se conocen cada día mejor. La otra cara de la creciente capacidad de la medicina para adentrarse en el fondo antes misterioso del cuerpo y en su funcionamiento antes mágico, es la deshumanización de la propia medicina, su tecnificación: se reduce el cuerpo enfermo a un campo de batalla entre la ciencia y la enfermedad, el cuerpo privado de alma se reduce a la categoría de cosa. El protagonista de “El árbol de la ciencia” pierde la fe en lo humano y lo divino cuando contempla la crueldad con que se trata a los enfermos y la miseria de sus cuerpos deshechos por el dolor y el miedo: Hurtado es uno de esos médicos escépticos, quebrados, que al abrir un cuerpo se han encontrado tumores y humores, el olor caliente de las entrañas o la palpitación maravillosa del corazón y el silencio sobrecogedor del cerebro, pero no han visto a Dios en medio de ese amasijo de carne y tendones y sangre y huesos.

Limitada moralmente, a la moderna medicina no se le puede negar su gran mérito: nos ha descubierto que el cuerpo es lo esencial del ser humano. Somos y existimos dentro del mapa de la carne delimitado por las fronteras de la piel: en el cuerpo anidan los placeres y las alegrías, pero también el sufrimiento y del dolor. Para Susan Sontag sólo existen dos reinos posibles para lo humano, dos ciudadanías: la salud y la enfermedad. Y las dos remiten directamente a lo físico, a lo carnal, a la conjunción de los nervios y al misterio de las descargas eléctricas del organismo que desencadenan los estados del espíritu. Cuando tenemos el cuerpo, lo tenemos todo; cuando perdemos el cuerpo, lo hemos perdido todo. Para Alberto Barrera Tyska, “el dolor es el más terrible de los lenguajes del cuerpo”; la enfermedad es “una equivocación, un error burocrático de la naturaleza, una falta absoluta de eficiencia”: Y es que en nuestro fondo más íntimo y radical sabemos que nacimos para el placer y la alegría, y nos espanta la enfermedad porque rompe los planes trazados, violenta el espacio de la existencia y ocupa los perfiles de la carne de manera asfixiante: la enfermedad impide que sigamos ocultándole a nuestro cuerpo la realidad de la muerte, pero, sobre todo, la enfermedad nos sume en el horror del sufrimiento y el dolor.

Somos tanto nuestro cuerpo, tanto lo queremos, que nos resulta insoportable verlo degradado, humillado por la enfermedad. Más que la muerte, sabemos que es el dolor físico lo contrario a la vida: ante la presencia del dolor –dice Julio Ramón Ribeyro– cesa todo impulso y todo deseo que no sea el de poner fin al sufrimiento y recuperar íntegramente la vida que hasta ese momento encontrábamos anodina o despreciable y que de pronto sabemos radicalmente valiosa. La enfermedad es la forma de vileza más baja de la propia vida, dice Ribeyro. Por eso, la eutanasia –el buen morir– no es un cántico de muerte sino una exaltación de la vida, por cuanto aspira, en un ejercicio de libertad suprema, a liberar al cuerpo del imperio del sufrimiento. La eutanasia mira al cuerpo enfermo desde el lado de la vida y sabe que la enfermedad es ya la muerte. Foucault proponía acercarse a la enfermedad desde el lado de la muerte para poder concebir la enfermedad como un ejercicio de la vida. Pero somos cuerpo –carne hambrienta de vida– y por eso vemos la enfermedad desde la orilla de la vida: sabemos que la enfermedad es siempre una derrota.

(IDEAL, 3 de mayo de 2012)

4 comentarios:

Anónimo dijo...

I M P R E S I O N A N T E

Miguel Pasquau dijo...

Artículo para encuadrar.

La enfermedad existe, esa es la clave. Forma parte de nosotros. No es una mancha exógena, cuyo único sentido sea desaparecer para que todo siga intacto. Eso puede ser así en los niños, pero pronto el cuerpo es un equilibrio de pulsiones entre la salud y la muerte. Saberlo es ser maduro. Se comprende bien en la "crisis de la mitad de la vida", como ha sido llamada, que irrumpe cuando de verdad nos hacemos conscientes de nuestra insoportable caducidad. Y de la que quienes nos rodean.

No creo que sea autoengaño el esfuerzo por extraer vida de la enfermedad: al menos nos sirve para humillarnos (tú hablas de derrota y así es), y sobre todo para com-padecernos de todos los que sufren. Somos iguales en el sufrimiento. La enfermedad es una experiencia humana, y la actitud ante ella no puede ser sólo la ansiedad por la curación.

Gran enhorabuena, Manolo.

UN ENFERMO TERMINAL dijo...

El dolor , que acerca a Cristo y que, por tanto, es cosa buena. Sustancia de alegría con accidentes de dolor. He ahí otra eucaristía: la que en ocasiones determinadas pide Cristo a cada cristiano.


La coyuntura de la enfermedad, tiene su parte negativa y su, además, aspecto positivo. Hay que darse cuenta en profundidad, de esto. La enfermedad nos da una gran dimensión de nosotros mismos, quizás desconocida. La enfermedad no es algo que simplemente estorba, y hacia la cual nuestro principal objetivo sea erradicarla. Sí; erradicarla. Erradicarla si es posible, pero al mismo tiempo, procurar dejar en mí las raíces adventicias, las florescencias e incluso los perfumes y “saludes” -saudades - con que la enfermedad espiritualmente beneficia.

Manuel Madrid Delgado dijo...

Me gusta lo que dices, Miguel, me gusta sobre todo esa concepción de la enfermedad como algo que nos ayuda a compadecernos de los demás: la compasión me ha parecido siempre uno de los más altos sentimientos humanos. Y desde luego llevas razón cuando hablas de ese descubrimiento de la finitud que somos y que son todos los que queremos y nos rodean. Es entonces, cuando comprendemos eso y lo asumimos, cuando entendemos que somos seres enfermos de muerte, cuando comenzamos a ser mayores. ¿Es también entonces cuando comenzamos a vivir realmente? Unamuno defiende la tesis de que sólo el sufrimiento, el dolor, nos enseñan lo que es la médula de la existencia: no se vive si no se sufre. Pero a mí esa teoría me parece un poco radical y esencialmente injusta con la belleza de la vida... de la vida sana.

No es costumbre responder a quien no firma con su nombre. Pero el mensaje de un Enfermo Terminal es realmente sobrecogedor. Difícilmente podemos comprender la médula de la enfermedad quienes vivimos sanos. Y sin embargo hay en ese mensaje que me subleva: la aceptación de la enfermedad simplemente porque Cristo sufrió. No, no es eso: lo que tenemos que aceptar, a manos llenas, es la alegría de la vida, porque de eso es de lo que trata el mensaje del Evangelio. Por lo demás, hay otra parte del mensaje que me tiene subyugado: esa idea de que la enfermedad nos permite adentrarnos en nosotros mismos,conociendo una parte de nosotros que no es desconocida y que sólo estando enfermos podemos sondear y avistar. Tiene que ver con lo que dice mi amigo Miguel: la conciencia de la finitud nos madura como personas; supongo que la conciencia de la enfermedad, el dolor y el sufrimiento de la enfermedad, nos maduran más aún, nos acrecientan más nuestro propio yo. Es como una actualización del "lo que no mata engorda"; ¿desde el punto de vista de la enfermedad podríamos considerar que lo que nos duele y nos está matando está, a la par y contradictoriamente, engordándonos el yo y por ende la vida?
Saludos a Miguel y un abrazo grande y mucho ánimo a Enfermo Terminal.