miércoles, 30 de noviembre de 2011

UN EJEMPLO





En los libros de Robert D. Kaplan no hay lugar para la complacencia. Es uno de los mejores exponentes del realismo político y sus descripciones de lo que pasa en nuestro mundo son certeras, despiadadas, están hechas con la mirada de un ojo que sabe que distinguir entre lo que realmente es y lo que debería ser, están hechas con las palabras de quien posiblemente ha llegado a la conclusión de que siempre gana lo que es. Cuando hace unos quince años pronosticaba que la democracia política pasaría a la historia y sería sustituida por democracias aparentes, en las que el poder lo detentarían, realmente, las multinacionales, los bancos, los grupos de presión y los medios informativos más poderosos, muchos lo tacharon de alarmista y de polémico; hoy, cuando el ejemplo italiano o griego le dan la razón, sin concesiones, sus detractores guardan prudente silencio.

Anoche, repasando Viaje al futuro del imperio. La transformación de Norteamérica en el siglo XXI, un libro magnífico, soberbio, me topé con un párrafo muy esclarecedor del compromiso de cada uno de nosotros con los demás. Refiriéndose a H.C. Milford, un miembro del Partido Republicano, blanco, y máximo responsable a finales de los 90 (fecha en que está escrito el libro) del departamento de economía del Ayuntamiento de East Saint Louis, en Illinois, dice: «Es uno de los miembros más valiosos de la sociedad norteamericana de finales del siglo XX, porque gracias a su profunda comprensión del concepto de democracia civil se ha dado cuenta de que, por definición, ésta se basa en la buena voluntad para ayudar a los más desamparados; de que el hecho de que sus vecinos ricos hayan decidido dar la espalda a los negros pobres no significa que él o la totalidad del país tenga que hacer lo mismo, y que no hay justificación moral posible para el abandono de los negros pobres sólo porque no cuenten en un orden económico superior.» Qué ejemplo de conciencia cívica, de compromiso político contra el sufrimiento, que altura de miras civiles, de no escurrir el bulto cuando las políticas que nos exigen generan tanto dolor y todos miramos hacia otro lado.

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