Antes de entrar a dormir a Manuel me dio tiempo a ver fugazmente el inicio del debate: el futuro Presidente del Gobierno dando el pésame a la familia del militar muerto en Afganistán… y leyendo en un papel lo que tenía que decir. Con su cara de felicidad, más propia de un niño aplicado que se sabe la lección y que va a recitarla delante de la clase para que el profesor le haga palmas, me convencí de que, si ese era el nivel que establecía el futuro Presidente, era una pérdida de tiempo dedicar un par de horas a la pantomima, y cuando Manuel se quedó dormido me dediqué a ver un documental en La 2 de TVE. Es cierto que de cuando en cuando cambiaba a la Primera para ver por dónde iban Rajoy y Rubalcaba, y la conclusión que saqué es que el uno, el futuro Presidente, iba lanzado a la victoria, sobrado y por eso no sintiéndose obligado a aclarar nada, y el otro, el futuro perdedor, metido en el lío de no poder decir cuáles han sido las poderosas razones que lo han obligado a no desplegar las recetas mágicas que ahora promete mientras fue pieza fuerte del gobierno de El Innombrable. Pero mis visitas duraban pocos segundos. Los suficientes, eso sí, como para comprobar que Rajoy seguía encantado de haberse conocido, sabiéndose como se sabe caballo ganador. En medio de la que está cayendo, puede que hasta reconforte ver a alguien tan feliz y sonriente: la última vez que conecté con el debate, pensé que estaba a punto de arrancarse a cantar lo de “¿Por qué has pintao en tus ojeras / la flor de lirio real? / ¿Por qué te has puesto de seda?, / ¡ay, campanera, por qué será!”.
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