martes, 14 de diciembre de 2010

LA ESTRELLA





Oyendo esta tarde a Enrique Morente –su voz ronca, profunda como el agua en Granada, su voz de una luminosa oscuridad parece creada para tardes como ésta, tristes, de finales de otoño, epílogo perfecto de días de niebla y humedad– me he topado, de golpe, con esta canción de «La Estrella». La escuche por primera vez en el Alexis Viernes de Santa Fe, un precioso sitio perdido entre los chopos de la Vega, con Antonio Espejo y hace tanto tiempo de eso que había olvidado la canción. Al oírla ahora me he emocionado como aquella primera vez, y he recordado que fue una de las canciones que más me gustaban de Morente, tan limpia, con esa voz tan brillante y poderosa que parece una campana que se estrena la mañana de un domingo de verano, recién salida de la fundición y todavía caliente el bronce.

Tal vez descubrimos que nos estamos haciendo mayores cuando las personas que nos marcaron en la adolescencia y la juventud se van muriendo, y de ellas nos queda ya sólo lo que fueron y lo que nosotros fuimos y somos gracias a ellas, por nuestra ligazón con ellas. Cada uno de nosotros pasamos y al final dejamos un recuerdo, pero si los artistas como Morente son precisamente inmortales es porque su muerte no cierra ninguna puerta, porque la puerta se queda entornada: uno siempre puede acudir a la obra del artista para descubrir que pese a que se muere la carne y se apaga la voz, la obra sigue viva y puede sorprendernos, reanimarnos, otoñarnos el corazón con esta nostalgia de lo que huye, que somos nosotros mismos.

2 comentarios:

Javier dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Manuel Madrid Delgado dijo...

Javier, no sé por qué has borrado el comentario. Era interesante, me gustaba. Te animo a que lo vuelvas a poner.
Saludos.