A estas alturas no me extraña que la única gran obra pública paralizada en Andalucía sea la autovía destinada a unir Jaén con el Levante español: era de esperar que el sacrificio se hiciese a costa de los jiennenses y no de los sevillanos o de los malagueños. Lo que me extraña es que todavía haya ciudadanos de esta olvidada tierra que se indignen por estas cosas. Jaén ha estado siempre en la cola de España: ahí sigue y la muestra de que poco ha cambiado es que medio siglo después del primer Plan Jaén ha sido necesario otro Plan –en versión activa– de resultados similares al primero. O sea, de nulos resultados. Porque al final, ni la oligarquía política de hace cincuenta años ni la de ahora diseñan estos planes para que Jaén despegue o mejore, sino simplemente para justificarse y echarse un puñado de fotos. Por que, ¿si Jaén de verdad prosperase y pasase de la cola a los vagones de en medio, a quién se le aplicarían los recortes sin que rechiste, que cabeza se rebanaría con la garantía de que no peligra la obediencia electoral? En Jaén, los planes nacen destinados a no cumplirse: en el primer Plan Jaén –el de Franco– se prometía terminar el tren que uniría Baeza con Utiel, y esas estaciones son hoy la imagen de abandono de toda una provincia; el segundo Plan –el de Zapatero– prometió una autovía que dentro de diez, quince, treinta años, será un fantasma histórico de dimensiones similares al viejo tren. Y en última instancia, si para dotarnos de aeropuerto bastó con cambiarle el nombre al de Granada y poner unos carteles a la salida de Jaén que decían “Aeropuerto a 100 kilómetros”, para culminar esta carretera imposible será suficiente con rebautizar la M-30 como “Autovía Andrés de Vandelvira Linares-Albacete”.
No hay más. La teta –tan generosa para las otras Andalucías y para las otras Españas– está seca cuando se trata de Jaén. Para esta tierra, sólo retórica y dormideras. Para Jaén, cartelones y propaganda goebbelsiana.
No hay más. Pero es que seguramente esto es lo que nos merecemos. ¿Qué otro territorio de España ha aceptado, con dictaduras y democracias, tanto oprobio, tanto olvido, tanto desprecio sistemáticamente repetido? ¿Qué otra zona de España ha sido tan sumisa con quienes la han maltratado, tan servil primero con los caciques del centralismo madrileño y luego –ahora– con los caciques del centralismo sevillano? Aquí, todos los políticos de todas las épocas, han jugado sobre seguro: sabían de antemano que nos lo tragamos todo, que lo soportamos todo. Sabían, saben, que al principio protestamos, nos enfadamos con enfado de barra de bar. Pero sabían, saben, que luego, los domingos de elecciones, acudimos a la urna y cumplimos con lo mandado, que es votar para que Jaén siga siendo la fregona de España, el hazmerreír de Andalucía, la soportabofetadas que necesitan los políticos para que otros andaluces más andaluces tengan carreteras y trenes y mejores servicios. Hemos aceptado nuestro papel de criada servil y obediente. Hemos aceptado que lo nuestro nunca sea necesario ni importante. Hemos aceptado interpretar el papel de tierra subvencionada a cambio de ser una tierra sometida. Nadie nos obliga a comportarnos como ciudadanos de tercera: nos tratan como nos comportamos. El domingo que le demos una patada a las urnas y digamos “basta”, el domingo que seamos ciudadanos de primera, nos tratarán como a tales. Pero para eso, los jienenses tenemos que dejar de mirar hacia otro lado, que es lo que mejor hacemos.
(Publicado en IDEAL el 30 de julio de 2010)
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