viernes, 16 de julio de 2010

OTRA ESPAÑA




España ha ganado el Mundial de Fútbol. Un grupo de jóvenes millonarios, unidos por unos ideales simples, ha ganado un trofeo deportivo. El más importante del mundo, dicen. Está bien esta alegría para un país que nunca gana un Nobel de Medicina; para un país en el que muchos jóvenes son mirados con desprecio por sus compatriotas cuando estudian e investigan. Pero no se trata de juzgarnos, sino de respirar con alivio porque después de tantos meses de angustia ha sido posible una alegría efímera. Una alegría que es algo más, una lección, también.

Porque la victoria futbolera barre complejos y heridas viejas y por eso contrasta con la manifestación separatista de Barcelona. Y es que gracias al fútbol, la bandera española es ya una bandera nacional, o sea, una bandera de todos: que llena las plazas sin complejos y que se asoma coqueta en los balcones con geranios, liberada del secuestro al que la sometió el franquismo cuando la pasean los niños hispanoamericanos o asiáticos por los arrabales de España Bandera múltiple de un país que acoge y recoge. Paradoja de las banderas: la bandera que amortajó al tirano ha liberado de fantasmas pretéritos a los jóvenes sin memoria, reconciliándolos con su historia, que no conocen porque no se la enseñan en las escuelas. (La otra bandera nacional es ya testigo de un pasado dulce que no pudo ser, y la bandera roja y amarilla es desde el domingo la bandera de todos los españoles felices y, más aún, de todos los españoles libres y de las bocas que se besan sonrientes.)

Y la victoria es también un símbolo: en ella, España ha encontrado un discurso común y un ejemplo a seguir. El esfuerzo, la humildad, la unión de españoles de todos los territorios, el sacrificio, la elegancia, vuelven a ser valores a tener en cuenta. Falta, claro, que eso no sea –como es en España todo lo deslumbrante– flor de un día y que encontremos un manual para aplicar ese espíritu futbolero a las cosas realmente importantes, que son la economía y la convivencia y el esfuerzo colectivo. Valor simbólico, y valor moral: porque en el triunfo, España ha recuperado parte de la alegría robada por los políticos y los banqueros y los empresarios y los obispos. ¿Las calles desbordadas de pieles femeninas erizadas de sudor no eran calles divorciadas definitivamente de la casta gris y política, que azuza divisiones postizas? ¿Esas calles no mostraban una sociedad que quiere vivir en paz, feliz, unida? La sociedad española ha revisado su pasado pensando en el futuro, mirando hacia delante, anhelando estrechar manos, recuperando y consolidando el espíritu de comunidad que tuvo en los años 70. Vale lo que suma: el fútbol que suma, la bandera que suma.

Los mil rostros de la victoria. Y yo me quedo con su sabor poético, idealizado en Sara Carbonero, en cuyos ojos se abisma el precipicio luminoso de la patria, en cuya boca resuena la risa feliz que estremece inusitada y unánimemente la piel de toro, como nueva Marianne de la nación revestida de un orgullo legítimo que se expresa sin tormentos ni cainismos en el «waka waka» de Shakira, en el optimismo que quiere vivir y a vivir empieza pese la losa que son los zetapés y los rajoy. Desde el domingo sabemos que podemos y que para poder sólo nos falta querer: querer ser felices, querer vivir juntos, querer cambiar tanto como necesita ser cambiado para que España no tenga más cara de lunes ni resacas de vino barato.

(Publicado en IDEAL el 15 de julio de 2010)


1 comentario:

Anónimo dijo...

Dios mío, qué mezcla de cosas.