Estoy convencido de que estas palabras sólo podrán entenderlas en toda su dimensión quienes alguna vez han estado en los sanfermines, que son algo casi mágico tejido por el pueblo de Pamplona. Nosotros –mis amigos y yo–, estuvimos allí el pasado sábado, aprovechando la excusa que suponía la despedida de soltero del Petos. Y, por lo que a mí respecta, puedo asegurar que una parte de mi corazoncito se ha quedado para siempre en la fiesta de San Fermín. Reconozco que soy enamoradizo de lugares, pero es que resulta imposible no enamorarse de la Pamplona en fiestas: el enamoradizo de lugares que no se enamora de Pamplona como es el enamoradizo sin más que no se enamora de Sara Carbonero.
Son muchas las razones que pueden favorecer ese enamoramiento.
Por ejemplo, el sentimiento que se tiene de no ser extraño: acude uno vestido de blanco y con el pañuelo y el fajín rojo, y con el alma llena de ganas de pasarlo bien, y se siente ya parte del paisaje y del paisanaje, y no siente uno que no ha nacido en Pamplona ni ningún pamplonés lo mira a uno por encima del hombro o como alguien que molesta.
Por ejemplo, el sentido de comunidad que se aprecia en los pamploneses, en ese amor a sus tradiciones (de un encanto mágico, sin igual, resultan cosas tan aparentemente sencillas como el encierro o como la comparsa de Gigantes y Cabezudos rodeada de cientos de críos vestidos de mozos, o las multitudes igualadas en el vestido, sin caballos ni coches de caballos que diferencien y separen); en ese sano esfuerzo por divertirse sin más en una fiesta total que explota en cada esquina sin necesidad de feriales apartados y relamidos; en ese espíritu acogedor que llena todas las calles y plazas cada hora del día y en el que es imposible no sentirse pamplonés, como he dicho.
Por ejemplo, en la impresión de que los sanfermines son una fiesta de pueblo, nada más y nada menos, que conserva todas las esencias de las fiestas democráticas y populares (tan contrarias a las fiestas elitistas de Andalucía).
No sé, son tantas las emociones, las risas, las alegrías, las lecciones de sociología traídas de Pamplona que es imposible contarlas todas en estas líneas. De lo que estoy seguro es de que nunca podré olvidar cada una de las horas del sábado 10 de julio de 2010, mi primer día en los sanfermines con Alberto, Alfonso, Pepe, Juan, Parri, los Navarretes, los Fuentes, los Matas y así hasta veintidós mozos ubetenses que fueron pamploneses un sábado radiante.
5 comentarios:
No sabes, amigo Manolo, la satisfacción que ha sido para mi el poder compartir esta fiesta con todos vosotros, recordar tantos momentos y ver en vuestros ojos el brillo que aquella primera vez debió iluminar mi rostro. Y es que San Fermín es para vivirlo entre amigos, tan fácil como lo vivimos nosotros: los 22 de San Fermín.
Si alguien se anima el año que viene, yo me apunto!!!!!
P.D.: saludos a mis compañeros los Recortadores de La Loma.
¿Fiestas elitistas de Andalucía? Por favor, diga cuáles ¿la semana santa?
A lo mejor se refiere a la feria de abril o a la feria del caballo o a todas esas ferias en las que si uno no va a caballo no es naide que diría el guerra.
El Rocío es elitista, la Semana Santa de Sevilla es elitista o al menos intente anónimo 2 venir a Sevilla y ser hermano del Gran Poder o el Silencio o la Soledad de San Lorenzo si no tiene una posición económica elevada, la Feria de Abril es elitista y la del Caballo...
Anónimo 3, en el caso de que así fuera, ¿Sólo Sevilla es Andalucía? decir que las fiestas andaluzas son elitistas es demostrar un gran desconocimiento. lamento mucho que se generalice de una manera tan agresiva. Por cierto, que el rocío y la feria de abril son elitistas podemos discutirlo ampliamente.
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