viernes, 4 de abril de 2008

UNA TARDE ÉPICA



Supongo que habrá sevillanos que todavía no han aterrizado, después de lo visto y sobre todo vivido ayer en La Maestranza. ¡Qué tarde! ¡Qué toros! ¡Qué toreros! Si los que lo vimos por televisión nos emocionamos, ¿qué no sería estar en la plaza, con sus silencios, con esa emoción que la muerte impone cuando se hace realmente presente como ayer sucedió, con el temblor del toreo hondo?

Después de lo de ayer, ¿quién puede decir que la fiesta del toro está muerta? Está muerto, claro, lo que hacen Ponce, Jesulín, El Fandi, El Juli, Rivera, El Cordobés o lo ligado a los toros de Domecq. Pero es que lo de ayer no tiene nada que ver con eso: ayer hubo toros, toros de verdad –en Victorino son de verdad los toros buenos y también los malos– y hubo toreros de valor seco pero emocionado, de arte contenido, de emoción. Ferrera y Pepín Liria se emocionaron: no era para menos, pues ambos se jugaron la vida. Sobre todo Liria, que por dos veces estuvo en las manos mismas de la muerte y la burló de puro milagro. ¡Qué torero éste que se va! Estoy convencido de que dentro de unos años los aficionados de verdad –que nada tienen que ver con esas masas estúpidas y orejeras que llenan las plazas– recordaremos a este torero inmenso, valiente con todo el corazón y sobre todo cumplidor: no creo que haya nadie que después de haber pagado su entrada para ver una corrida en la que toreaba Pepín Liria pueda decir que se siente engañado por él. Porque nunca ha engañado a nadie. Porque siempre se la ha jugado como ayer se la jugó, cuando ya nada tenía que demostrar pues está de retirada. Luego, la Presidenta decidió no darle la segunda oreja, que pidió una plaza abarrotada. Las orejas se cortan por torear bien, de acuerdo: pero también por derrochar arrojo y valentía con elegancia, que es lo que ayer hizo Liria. La Presidenta, negándole a Pepín Liria la segunda oreja de un toro de Victorino frente al que se jugó la vida, ha puesto el listón muy muy alto: esperemos que la semana de farolillos Ponce y su caterva de torerillos del pico no corten las orejas a pares por hinchar de mantazos a los toros de la estirpe Domecq.

También se jugó la vida Ferrera, sobre todo en los pares de banderillas que con unas distancias imposibles –y con arrojo temerario– puso al quinto de la tarde. Y El Cid volvió a demostrar porqué es –junto con Joselito– el mejor torero de los últimos treinta años: su izquierda ayer valió por toda una cátedra del toreo. Sencillamente, así es como se torea. Y lo demás son mentiras o componendas de figuritas. Como mentira son todos los toros que no se parezcan a los que ayer Victorino mandó a Sevilla.

Los toreros y los toros de ayer nos enseñaron que la fiesta no está muerta –del todo– no por su presente sino porque a veces es capaz de revivir su pasado. Y su pasado es la gloria, el arrojo, el heroísmo, la casta, la bravura que ayer se vieron y se vivieron en el ruedo de La Maestranza. Ese pasado volvió ayer para enseñarnos qué es lo que hizo de la fiesta del toro el espectáculo más hermoso del mundo: la corrida del 3 de abril de 2008 en Sevilla pasará a la historia como una de esas que crean afición. Porque con ella el corazón sintió las cosquillas intensas de una emoción imposible de describir.

¡Cuánto hubiera dado por estar ayer en Sevilla!

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