Hoy es 14 de abril. Tal día como hoy, en 1931, a esta hora las calles de Úbeda –las calles de todos los pueblos de España– serían un hervidero de gente: una marea humana bajaba al Ayuntamiento para “proclamar la República”. Y allí estaban los viejos republicanos de la ciudad, emocionados. Allí estaba don Victoriano García, el músico grande, asistiendo al acto solemne, dirigiendo luego la banda que tocó “La Marsellesa” mientras se levantaba en el balcón central del Ayuntamiento la nueva bandera española. No sé por qué, pero este día me provoca siempre una tristeza y una melancolía: por la historia que puedo ser y no fue, porque al final la historia de España es siempre un muro blanco y grande, como de cementerio, frente al que se estrellan todos los sueños y todas las esperanzas.
La II República fue muchas cosas, pero el primer 14 de abril fue sobre todo un sueño de primavera. Como en las escenas tiernas de La lengua de las mariposas. Por eso el discurso que don Gregorio pronuncia el día su jubilación –el terrateniente se levanta y se va indignado del aula, el cura y el guardia civil no aplauden– es el homenaje mejor que se puede rendir a este día azul de nuestra historia, tan oscura.
“Queridos niños, respetados convecinos.
En la primavera, el ánade salvaje vuelve a su tierra para las nupcias. Nada ni nadie podrá detenerlo: si le cortan las alas irá a nado; si le cortan las patas se impulsará con el pico, como un remo en la corriente. Ese viaje es su razón de ser.
En el otoño de mi vida, yo debería ser un escéptico y en cierto modo… lo soy. El lobo nunca dormirá en la misma cama con el cordero. Pero de algo estoy seguro: si conseguimos que una generación –una sola generación– crezca libre en España, ya nadie les podrá arrancar nunca la libertad.”
La II República fue muchas cosas, pero el primer 14 de abril fue sobre todo un sueño de primavera. Como en las escenas tiernas de La lengua de las mariposas. Por eso el discurso que don Gregorio pronuncia el día su jubilación –el terrateniente se levanta y se va indignado del aula, el cura y el guardia civil no aplauden– es el homenaje mejor que se puede rendir a este día azul de nuestra historia, tan oscura.
“Queridos niños, respetados convecinos.
En la primavera, el ánade salvaje vuelve a su tierra para las nupcias. Nada ni nadie podrá detenerlo: si le cortan las alas irá a nado; si le cortan las patas se impulsará con el pico, como un remo en la corriente. Ese viaje es su razón de ser.
En el otoño de mi vida, yo debería ser un escéptico y en cierto modo… lo soy. El lobo nunca dormirá en la misma cama con el cordero. Pero de algo estoy seguro: si conseguimos que una generación –una sola generación– crezca libre en España, ya nadie les podrá arrancar nunca la libertad.”
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