El padre del artículo 25.2 de la Constitución debía ser un iluso, un malvado o ambas cosas. O descendiente directo del que redactó –en 1812– aquello de que "los españoles son buenos y benéficos". Fuera lo que fuera aquel irresponsable, el caso es que ha llegado la hora de modificar ese artículo para que la reinserción no sea el norte que guía la ley penal. ¿Viola alguien a una niña y la asesina y lo que buscan su juicio y su condena es reinsertarlo? Algo falla: porque lo primero que tiene que buscar la sociedad no es reinsertar al delincuente –al menos no al que comete crímenes terribles– sino hacer justicia para con la víctima. La reinserción tiene que venir después, cuando esté la deuda pagada.
Nuestra sociedad se basa en las renuncias que todos hacemos para poder convivir: para ello renunciamos al legítimo derecho de venganza. Nos hacen daño y confiamos en que otros –nosotros: la sociedad– nos harán justicia. Pero la Constitución se burla de esto: cuando a un pederasta o a un asesino o a un violador comienzan a descontarle años de cárcel –por estudiar o por hacer encaje de bolillos– desde el primer día, entre todos hemos roto la dignidad de la víctima, hemos pisoteado sus derechos. Cuando de Juana Chaos salga a la calle, cada muerto le habrá costado apenas nueve meses de cárcel: todos habremos matado un poco a los que él asesinó. Como todos matamos un poco a Sandra Palo o a Mari Luz. Hay que recuperar un derecho penal que se fundamente en la justicia, en el sentido reparador de la justicia: consolar al dañado, recomponer al roto. Castigar al criminal. Porque si no, nos convertimos en cómplices.
A la Justicia la pintan ciega y por eso no ve la única realidad incontrovertible, que es la de la existencia del mal, ese algo congénito a nuestra condición de hombres: existe el mal porque nosotros existimos. El optimismo sobre la constitución moral de la persona da lugar a la injusticia del artículo 25.2. Pero ya es hora de asumir que Hobbes ha ganado la partida. Jorge Semprún avisó de que el mal es lo inhumano en el hombre, nuestra propia inhumanidad. El mal es un proyecto personal, una posibilidad vital: uno siempre puede elegir hacer el bien. A nadie se le obliga a asesinar, a violar, a asaltar el domicilio de una familia y a golpearla para robarle. Nadie está obligado a ello, no se impone el ser malvado. El mal es siempre una opción: se causa el mal gratuitamente, porque siempre se puede elegir hacer el bien. (Quien hace el mal sin querer es un enfermo: y entonces hay que encerrarlo, para que no vuelva a causar daño.) De hecho, el fundamento teórico de la reinserción es enseñar a las personas a que elijan el bien. Pero, ¿cabe siempre la reinserción?, ¿es siempre moralmente aceptable? No, sinceramente no. La vida que cada uno haya podido tener no justifica el ejercicio del mal: uno causa daño –asesina, golpea, viola– porque quiere, porque es malo. Y la maldad no puede salir tan barata.
(Publicado en Diario IDEAL, ediciones de Jaén y Almería, el 24 de abril de 2008)
2 comentarios:
Estoy contigo Manolo, el asesino y el que hace daño por maldad -es una alimaña- y ya se sabe lo que se hace con las alimañas.
Un saludo
Hombre, a las alimañas se las mataba. Y yo, que pienso que cada uno es dueño absoluto de su vida (y por eso soy partidario de que se regule el derecho de la eutanasia), creo que nadie tiene a decidir sobre la vida de nadie, ni aún del más malo (y por eso soy contrario, radicalmente, a la pena de muerte). Un derecho que haga justicia, que repare a las víctimas, sí, pero que no se olvide de que no hay alimañas enfrente sino seres humanos.
Saludos.
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