A los españolitos de la España democrática nos han llamado "la generación X" o "los JASP" o "la generación del botellón"… Pero el único nombre que nos define con exactitud es el de generación estafada. Nuestros padres –aún pensaban que el ingeniero o el abogado o el profesor eran respetados– se han partido el alma para que estudiásemos, para que nos formásemos, para que fuésemos como los jóvenes europeos Y al salir de la universidad hemos comprobado que este país nos ha engañado. Miserablemente.
Han sido necesarios los últimos informes internacionales para que muchos descubrieran nuestra realidad: los universitarios españoles son los peor pagados de Europa. Pero claro, esto no le importa a nadie –ni a derecha ni a izquierda– porque España va requetebien y nuestros dirigentes están encantados de haberse conocido. ¡A quién le importa que el sistema educativo español sea –con perdón– una mierda! ¡Qué importa que un universitario –después de tanto estudiar, de tantos idiomas, de tantos másteres, de tantos cursos– cobre una miseria! En fin, España es siempre un trago amargo y amargado, el mundo gris y estúpido y sórdido de los guiones de Azcona, "un viejo país ineficiente" según Gil de Biedma. Somos ese mundo mamarracho y vil cantado en el blues de Joaquín Sabina, donde el más capullo de la clase –¡qué elemento!– llega al parlamento y a los buenos sueldos, "sin dejar de ser el mismo bruto aquel que no sabía ni dibujar la o con un canuto". Y mientras, aquellos que se esforzaron, aquellos por los que sus familias se sacrificaron, los que estudiaron –¡qué pardillos!– se contentan con pordiosear sueldos tercermundistas. Para aquellos la gloria, la buena vida… para estos, los agobios cotidianos, el desprecio social, la cantinela eterna del "¿cómo puede quejarse un maestro (o un médico o un periodista o un…) con lo que cobra?". ¡Y todavía habrá quien se extrañe de que los universitarios huyan de España, esta prisión de la inteligencia en la que los incapaces imponen su ley!
No, no es que España sea diferente: es que sencillamente todavía no hemos dejado de mirarnos en los espejos cóncavos del Callejón del Gato, porque nada nos complace tanto como sabernos un esperpento de Europa. Que nuestra única verdad colectiva la proclamó Max Estrella: "España es una deformación grotesca de la civilización europea". Y en eso andamos, en una sociedad deforme en la que los menos escrupulosos y más lerdos son los que triunfan, en un país en el que faltan médicos o maestros mientras los universitarios se marchan a Inglaterra para trabajar cobrando sueldos decentes. Pero no preocuparse: nos estafaron y siguen estafando a los universitarios de hoy, pero aquí no pasa nada. Vista desde algún satélite, España debe tener la babosa y sonriente cara del bobo de boina calada, ese que se cree más listo que nadie mientras se revuelca en la pocilga de su ignorancia. Así nos va.
Han sido necesarios los últimos informes internacionales para que muchos descubrieran nuestra realidad: los universitarios españoles son los peor pagados de Europa. Pero claro, esto no le importa a nadie –ni a derecha ni a izquierda– porque España va requetebien y nuestros dirigentes están encantados de haberse conocido. ¡A quién le importa que el sistema educativo español sea –con perdón– una mierda! ¡Qué importa que un universitario –después de tanto estudiar, de tantos idiomas, de tantos másteres, de tantos cursos– cobre una miseria! En fin, España es siempre un trago amargo y amargado, el mundo gris y estúpido y sórdido de los guiones de Azcona, "un viejo país ineficiente" según Gil de Biedma. Somos ese mundo mamarracho y vil cantado en el blues de Joaquín Sabina, donde el más capullo de la clase –¡qué elemento!– llega al parlamento y a los buenos sueldos, "sin dejar de ser el mismo bruto aquel que no sabía ni dibujar la o con un canuto". Y mientras, aquellos que se esforzaron, aquellos por los que sus familias se sacrificaron, los que estudiaron –¡qué pardillos!– se contentan con pordiosear sueldos tercermundistas. Para aquellos la gloria, la buena vida… para estos, los agobios cotidianos, el desprecio social, la cantinela eterna del "¿cómo puede quejarse un maestro (o un médico o un periodista o un…) con lo que cobra?". ¡Y todavía habrá quien se extrañe de que los universitarios huyan de España, esta prisión de la inteligencia en la que los incapaces imponen su ley!
No, no es que España sea diferente: es que sencillamente todavía no hemos dejado de mirarnos en los espejos cóncavos del Callejón del Gato, porque nada nos complace tanto como sabernos un esperpento de Europa. Que nuestra única verdad colectiva la proclamó Max Estrella: "España es una deformación grotesca de la civilización europea". Y en eso andamos, en una sociedad deforme en la que los menos escrupulosos y más lerdos son los que triunfan, en un país en el que faltan médicos o maestros mientras los universitarios se marchan a Inglaterra para trabajar cobrando sueldos decentes. Pero no preocuparse: nos estafaron y siguen estafando a los universitarios de hoy, pero aquí no pasa nada. Vista desde algún satélite, España debe tener la babosa y sonriente cara del bobo de boina calada, ese que se cree más listo que nadie mientras se revuelca en la pocilga de su ignorancia. Así nos va.
(Publicado en Diario IDEAL el 1 de abril de 2008 -edición de Granada- y el 3 de abril de 2008 -edición de Jaén-)
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