He visto llover en lugares maravillosos, mágicos: en Sevilla, en Venecia, en Praga, en Madrid, en Sepúlveda, en Granada. Porque hay ciudades, pueblos, como hechos para la lluvia: están cuajados de árboles o de ríos o se asoman al mar o son, como Venecia, ciudades para todo tiempo y toda vida y toda experiencia, también la del abandono solitario. En cada uno de esos lugares he vivido una tarde de lluvia que hoy ha regresado y que me ha traído los años mejores, ya derrotados. Lo pensaba mientras leía a Juan Pasquau, al que siempre hay que volver:
“Está lloviendo. Y en la tarde plomiza se lavan los recuerdos. Y todo el pasado, purificado, se nos acerca. ¿Pasó el pasado para siempre? Ciertamente, existen extensiones inmensas de tiempo lejano anegadas en el olvido. Hay un tiempo que se nos fue irremisiblemente. Pero hay otros ayeres que se nos quedaron, que llenan nuestros huecos, que nos asisten e iluminan. Es lo pretérito que se repasa por el corazón, que eso es el recuerdo. (...) Lo que se queda, desvinculado ya del tiempo, hila y devana la honda textura del alma. Con lo que queda, desprovisto de inminencias y de urgencias, vamos haciendo nuestro patrimonio, componemos las ideas y sentimientos que de verdad son genuinamente nuestros. (...) Una tarde de lluvia nos sitúa en el margen intemporal del espíritu, nos comunica delgada, delicada, misteriosamente con la pura desnudez propia, íntima. Soledad, silencio y un tanto de nostalgia hacen clima a verdades que no aciertan a sostenerse de pie entre el zarandeo bullucioso de los pujantes días estivales.”
Eso lo escribió en 1974, una tarde de septiembre (cuando todavía llovía en septiembre y cuando la Feria era la antesala del otoño). Pero ya en 1968 había escrito que “la primavera es hechura de la lluvia” y que la luz de la tarde lluviosa “no tiene deseos”. Y en esas reflexiones sobre la tristeza había ido desgranando todos sus recuerdos.¡Recuerdos! No somos otra cosa. Por eso duelen de dolor hermoso estas tardes de lluvia: porque nos devuelven al niño que, aburrido, miraba la lluvia tras los cristales en sus aulas de los jesuitas mientras soñaba con pisar los charcos; porque nos devuelven al universitario que faltaba a clase porque las tardes con lluvia hay que echarlas en la cafetería; porque me devuelven una tarde de abril en la Maestranza de Sevilla o el asfalto mojado de Madrid mientras yo burlaba la lluvia en las librerías; porque me devuelven lo más limpio de mis recuerdos. Bendita lluvia de abril.
“Está lloviendo. Y en la tarde plomiza se lavan los recuerdos. Y todo el pasado, purificado, se nos acerca. ¿Pasó el pasado para siempre? Ciertamente, existen extensiones inmensas de tiempo lejano anegadas en el olvido. Hay un tiempo que se nos fue irremisiblemente. Pero hay otros ayeres que se nos quedaron, que llenan nuestros huecos, que nos asisten e iluminan. Es lo pretérito que se repasa por el corazón, que eso es el recuerdo. (...) Lo que se queda, desvinculado ya del tiempo, hila y devana la honda textura del alma. Con lo que queda, desprovisto de inminencias y de urgencias, vamos haciendo nuestro patrimonio, componemos las ideas y sentimientos que de verdad son genuinamente nuestros. (...) Una tarde de lluvia nos sitúa en el margen intemporal del espíritu, nos comunica delgada, delicada, misteriosamente con la pura desnudez propia, íntima. Soledad, silencio y un tanto de nostalgia hacen clima a verdades que no aciertan a sostenerse de pie entre el zarandeo bullucioso de los pujantes días estivales.”
Eso lo escribió en 1974, una tarde de septiembre (cuando todavía llovía en septiembre y cuando la Feria era la antesala del otoño). Pero ya en 1968 había escrito que “la primavera es hechura de la lluvia” y que la luz de la tarde lluviosa “no tiene deseos”. Y en esas reflexiones sobre la tristeza había ido desgranando todos sus recuerdos.¡Recuerdos! No somos otra cosa. Por eso duelen de dolor hermoso estas tardes de lluvia: porque nos devuelven al niño que, aburrido, miraba la lluvia tras los cristales en sus aulas de los jesuitas mientras soñaba con pisar los charcos; porque nos devuelven al universitario que faltaba a clase porque las tardes con lluvia hay que echarlas en la cafetería; porque me devuelven una tarde de abril en la Maestranza de Sevilla o el asfalto mojado de Madrid mientras yo burlaba la lluvia en las librerías; porque me devuelven lo más limpio de mis recuerdos. Bendita lluvia de abril.
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