Esto no es un anticipo del verano ni una “ola de calor sahariano” ni “una anormalidad meteorológica para las fechas en las que estamos”. Esto no es consecuencia del cambio climático ni de que estemos dejando al planeta hecho unos zorros. Esto no son “las calores” que Juan Pasquau decía que eran unas furias, como las de la mitología clásica, por más que parezca que Alecto nos persigue con su cabeza de perro, sus alas de murciélago y sus pelos de culebras y con una tea ardiente en la mano para hacernos morir de locura por reblandecimiento de la sesera. Esto es otra cosa. ¿Qué cosa? Pues el infierno o algo que se le parece mucho.
Debajo del cielo gris que nos está aplastando desde el domingo pasado, a uno le entran ganas de tan bueno que cuando se muera vaya al cielo directamente. Y hay ganas de ir al cielo para contemplar beatíficamente a la divinidad sino por convencimiento de que en el cielo —con sus nubes de algodón y sus angelitos rollizos que parecen alimentados con helados de nata— se tiene que estar fresquito: allí seguro que no existen ni el verano ni el Sahara y sus vientos de plomo hirviendo ni las calores. Si eso es el paraíso y por contraposición el infierno es otra cosa y una cosa terrible, el infierno sólo puede ser el calor. El infierno es terrible y espantoso no por ser la casa del demonio —también en Alemania vive el demonio y no por eso se le quitan a uno las ganas de viajar a Munich a beberse una buena jarra de cerveza— sino porque allí... allí, con sus calderas humeantes y su asfalto derretido y su pez hirviente, siempre tienen que reinar unas calores como las de estos días. A mí, la verdad, si el infierno fuese fresquito como una playa de La Coruña y sirviesen granizada de limón y para dormir uno tuviese que taparse con una manta, pues no me importaría ir a pasar una temporada, porque hasta tiene que ser divertido pasar una temporada charlando con tanto canalla condenado. Pero le veo la cara a los siervos de Satanás —resecos como Ana Obregón tomando el sol, custridos como un trozo de mojama abandonado en un pedazo de uralita, tostados como el aceite de los churros de una feria— y me dan escalofríos de pensar que puedo acabar en ese eterno verano. Así que me aplicaré a la tarea de ser bueno... porque tengo vocación de esquimal eterno.
En realidad es eso lo único que le pido a San Pedro. Sólo eso: que cuando me vea llegar a las puertas del cielo no me pregunte mucho —ya le certificará mi mujer que soy poco hablador, así que no tiene motivo para enfadarse si no le doy las explicaciones justas—; que me perdone pronto lo malo que haya hecho porque con la sola perspectiva del infierno mi arrepentimiento es más que sincero y porque seguro que tendré prisa por instalarme en mi parcela del Ártico celestial; que me de mi capucha y mi zamarra y mis guantes de piel y que, con alas o sin alas de ángel —si las alas pegan calor no las quiero ni aunque sean de regalo— me mandé a uno de esos iglús que seguro existen en la eternidad. ¡Ah, la felicidad eterna! Eso debe ser la beatitud celestial: estar sentado en una roca nevada con el culo bien fresquito, comiéndose un polo de naranja, mirando el agujero hecho en la costra de hielo y esperando a ver si pescamos algún pez, charlando con una foca o con un oso polar, tan amables ellos, y, sobre todo, sin temor a que termine junio y se desate sobre nosotros la furia calorífica. El infierno es el Sahara y el paraíso... el paraíso es Groenlandia.
(No, al menos esta semana de desesperante calor no intenten convencerme de que el verano también tiene cosas buenas. He sido arrebatado por el furor inquisidor en la defensa del frío: si desde antiguo el infierno se ha pintado como la casa del calor eterno y el cielo como algo fresquito, por algo será. ¡¡¡Viva Groenlandia!!!)
(IDEAL, 28 de junio de 2012)
2 comentarios:
El "fresquito" es un concepto veraniego, igual que el "calentito" se predica de los refugios del invierno. Así que acabo de comprenderlo: el cielo debe ser una noche de verano cálida y eterna en la que irrumpe por descuido una brisa fresquita mientras se oye el tin-tin de los cubitos de hielo al dejar el vaso sobre la mesa.
Viva el verano !!!!
Una noche de verano en la que hay que dormir tapado con la sábana (y se dejas la ventana abierta para oír el regalo de la lluvia) hasta puede servir como paraíso. Tú es que has vivido muchos veranos en La Coruña y estás malacostumbrado...
Un saludo.
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