Una amiga enfermera trabajaba en el servicio de Oncología Pediátrica de un hospital de Toledo, un lugar en el que a diario tenía que enfrentarse con esa cosa terrible que es un niño enfermo de cáncer. Pero los recortes de el gobierno de María Dolores de Cospedal no entienden ni del sufrimiento de los niños, ni de su vida ni, mucho menos, de la angustia de sus padres. Y la han despedido. A ellas y a otras muchas compañeras jóvenes que ejercían su duro trabajo con la dignidad y la entrega de los que no buscan el dinero sino hacer el bien, y por eso no se meten a políticos. Las han despedido sin más, sin importarles cómo queda la atención en un lugar tan sensible: a los padres, lógicamente indignados y hartos, se les ha respondido, sin más y con absoluta tranquilidad, que ya se atenderá a sus hijos.
A la mujer de un compañero de trabajo, hace unos días le notificaron que se va reducir brutalmente la subvención que la Junta de Andalucía da para mantener las casas de acogida de Mensajeros de la Paz. En ellas viven decenas de niños y niñas víctimas de malos tratos, de abusos sexuales, hijos de familias desestructuradas o tan agobiadas por el paro y la pobreza que no pueden criarlos y los entregan para que, al menos, tengan cada día un plato de comida caliente. El recorte de la subvención que recibe Mensajeros de la Paz supone despidos del personal que atiende las casas, rebaja salarial para los que queden y, sobre todo, el desamparo de muchos niños, que les serán entregados a los que los violaban o los golpeaban o los torturaban.
Es necesario contar estas cosas. Porque el recorte de los derechos y del bienestar no es algo que suceda en abstracto: es algo que tiene nombre y apellidos, es algo que le sucede a las personas, es algo que tiene cara. En demasiadas ocasiones, cara de niño.
Es necesario contar estas cosas para no ser cómplice y también para que algunos abran los ojos de una vez. El recorte de la sanidad y la educación y de los servicios sociales y de la cultura, el aumento del desamparo y del sufrimiento de los más desvalidos, es algo que hacen los políticos de todos los pelajes y de todos los colores. Lo hace la católica Cospedal de la peineta y la comunión en la fiesta mayor del Corpus, porque para ella y sus soldados del recorte el Evangelio es sólo una coartada para su postureo ideológico y su lucimiento social. Y lo hacen también los progresistas de la Junta de Andalucía que levantan el puño y cantan “La Internacional”, porque para ellos lo de “los pobres del mundo” no significa nada y porque han hecho de su supuesto “izquierdismo” un modo de vida, un parapeto para no soltar nunca ni la poltrona ni el coche oficial. Hoy, con absoluto descaro, uno puede llamarse “cristiano” o “socialdemócrata” o “comunista” sin que ello tenga traducción práctica en su acción política: se puede ser todo eso, que en realidad ya no significa nada ni implica nada, mientras se firman las leyes que aumentan el dolor y el sufrimiento de los niños.
Es necesario contar estas cosas para reafirmar la profunda verdad de las palabras de José Chamizo: estamos hartos de los políticos, de todos ellos, sin excepción.
Es necesario contar estas cosas para que entendamos que si hasta hace poco en España se podía ser político siendo un perfecto ignorante o una completa acémila, para serlo ahora hay que carecer de alma y de sentimientos. Están demostrándonos que sólo se puede ser político siendo un des-almado.
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