jueves, 14 de junio de 2012

PIEDAD




La fotografía está tomada en las calles de Atenas. Viene hoy en El País. Y es desoladora. Ella resume las consecuencias brutales, dramáticas, despiadadas de la crisis mejor que todas las palabras: una pareja joven, que tuvo sueños de futuro, que quiso construir una vida en común, que tuvo un hijo y que de pronto se ha visto arrojada a la miseria, un escalón en el que pedir limosna, acurrucados y tristes, mientras su hijo duerme sobre sus rodillas. La imagen de la desolación. Una Piedad moderna provocada por... ¿por quién?

Los poderosos y los que secundan sus razones seguirán apelando a una responsabilidad colectiva: “vivimos por encima de nuestras posibilidades, dilapidamos y derrochamos, y ahora estamos expiando nuestros pecados”. Es la visión sin piedad de los religiosos de la Edad Media y del Renacimiento y del Barroco:  que el todo pague por la parte, que el pecado de los padres se desplome sobre los hijos, la expiación colectiva de la culpa caiga quién caiga, al precio qué sea, sea cual sea su coste en términos de dolor y sufrimiento. La redención del pecado por la tortura y el fuego, ahora traducidos en paro y desamparo, que según los defensores de la responsabilidad colectiva serían una justa respuesta a los orgiásticos excesos, al pecado de los años de crecimiento económico.

Pero quienes seguimos aferrados a los valores que surgieron en la Ilustración pensamos que lo que está sucediendo es la mayor indecencia cometida en Europa desde los tiempos del nazismo: no hay responsabilidad colectiva en la crisis, y si la hay, los de abajo, los desamparados, los débiles, ya han pagado sobradamente la parte de culpa que pudieron tener, y el pago que realizan es tanto más oneroso cuanto más se comprueba la escandalosa impunidad con la que los poderosos escabullen el pago de su responsabilidad. No hay responsabilidad colectiva: las responsabilidades colectivas son la falacia argumental que construyen todos los absolutismos morales (y el neoliberalismo económico lo es) para justificar sus tropelías. Una crisis así no la puede provocar el pequeño tendero, el maestro, el enfermero, el repartidor de fruta. Una crisis así, tan gigantesca y descontrolada, la provocan los políticos y los banqueros: ellos son los responsables, ellos son los culpables de esta fotografía. Ellos tienen que pagar por el dolor que están generando.

Pero para que paguen los culpables hay que comenzar a mirar la situación con los ojos de la ética: la economía y sus falsas razones científicas no pueden explicar el sufrimiento de esta fotografía. Pueden justificar el infierno desde su furia de inquisidores, pero no lo explican. Mirar la realidad con los ojos de la ética implica, precisamente, eso: oponerse a las justificaciones del infierno. No podemos resignarnos a lo que esta fotografía dice, al vendaval de rabia y revancha que anuncia: hay otras razones, sí, hay otros argumentos: los de los filósofos y los intelectuales que nos hablan desde la Ilustración de la dignidad de las personas, del valor político de los derechos humanos, de la primacía moral de la democracia y la solidaridad social.

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