El fútbol es fútbol, pero a veces es también algo más que interesa, al menos moralmente, a quienes no nos gusta el fútbol. El partido que van a jugar las selecciones de Grecia y Alemania dentro de un rato es eso: algo más. En este partido hay como un guiño histórico, algo parecido a una gesta heroica: Grecia puede vencer en el campo de fútbol al país que la humilla en lo económico y la despeña por el abismo de la miseria y el fascismo. Hoy, muchos, gustemos o no del fútbol, estamos con la selección griega porque el triunfo de Grecia es una victoria de la esperanza humana contra los dioses del fatalismo y la destrucción.
No es la primera vez que Alemania juega un partido en el que su derrota se convierte en una victoria moral de los buenos. El 6 de agosto de 1942 un equipo de pilotos alemanes de la Luftwaffe —bien alimentados, sanos, robustos, en plenitud de sus facultades físicas— fue humillado por el FC Start, compuesto por futbolistas ucranianos presos en campos de concentración —agotados, mal alimentados—. La soberbia alemana, que confiaba ciegamente en la victoria de la raza aria, y las amenazas vertidas por los mandos de la SS contra los futbolistas ucranianos, no surtieron efecto y los jugadores del Start salieron dispuestos a brindarle a su pueblo la efímera alegría de una victoria contra sus verdugos. Y lo consiguieron: le ganaron a los alemanes por cinco goles a uno.
Los alemanes, furiosos por la humillación, organizaron la revancha para tres días después. Para jugar lo que ha pasado a la historia como “el Partido de la Muerte”, los alemanes buscaron a sus mejores jugadores y designaron a un árbitro de la SS. En los vestuarios, antes del partido, se amenazó en toda regla a los jugadores ucranianos, insinuándoles las graves consecuencias que tendría el que no se sometiesen a los dictados alemanes. En las gradas, se dispusieron tropas fuertemente armadas para reprimir cualquier gesto de apoyo al FC Start.
Salieron los jugadores al campo. Saludaron los alemanes al modo hitleriano, pero los ucranianos se negaron a secundar la “recomendación” que en ese sentido se les había dado unos minutos antes. Durante el partido, los jugadores alemanes desplegaron toda una batería de malas tretas y de violencia contra los jugadores ucranianos: patadas, puñetazos, zancadillas y empujones se sucedían una y otra vez; los ucranianos los soportaban con estoicismo y el árbitro, como era de esperar, miraba para otro lado. Cuando no pudo mirar para otro lado fue en cada ocasión en que los ucranianos encajaron goles en la portería alemana: tres goles habían marcado, frente a uno alemán, antes del descanso. Al entrar en el vestuario se encontraron con varios mandos alemanes que recrudecieron el tono de sus amenazas. Pero los jugadores ucranianos ya estaban arrebatados por la mística del humanismo, por el convencimiento de lo justo de su gesta, y salieron al campo a darlo todo, pese a la recrudecida violencia de los jugadores alemanes. Al final, los débiles, los pequeños, los humildes, los humillados, los condenados, ganaron el partido por cinco goles frente a tres. Pudieron ser seis, pero cuando Alexis Klimenko se encontró con la portería alemana ridículamente vacía, en un gesto de rabia y dignidad, y queriendo demostrar su superioridad deportiva y moral, se dio la vuelta y lanzó un pepinazo al centro del campo, estallando de júbilo la grada. En ese momento —todavía quedaban varios minutos para llegar a los noventa— el árbitro pitó el final y los SS desplegados en la grada se entregaron con saña a reprimir la alegría de los ucranianos.
Pocos días después de ese partido, la Gestapo detuvo a los jugadores que habían derrotado a los aguerridos soldados de la raza superior. Los torturó y envió a muchos al campo de exterminio de Babi Yar. Pero no pudo borrar la grandeza ética y épica de su gesto, que demostraba que el fútbol puede ser algo más que un simple deporte tonto. Aquel día, como dentro de un rato puede volver a ser, el fútbol se convirtió en la narración del orgullo de los sometidos y de los condenados. Al fin y al cabo todos nosotros estamos fundados sobre eso que nos enseñaron los héroes griegos: que lo humano lo puede todo, que la dignidad humana lo funda todo, que la rebeldía humana frente al destino y los dioses lo puede todo.
Es imposible ser una persona de buena voluntad y no desear fervientemente una victoria de Grecia y una humillación de Alemania y de su canciller, que están sembrando Europa de desolación, pobreza, miseria, tristeza. ¿Lograran los héroes parar a los bárbaros en un nuevo paso de las Termópilas?
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