martes, 21 de febrero de 2012

COMO LA VIDA MISMA





Vaya por Dios, este año, así como el que no quiere la cosa, he dedicado unas cuantas horas a seguir, por la televisión autonómica, el concurso de agrupaciones del Carnaval de Cádiz. Y resulta que me quedo sorprendido, para sorpresa mía, con muchas cosas que llegan desde las tablas del Teatro Falla. La primera, esa portentosa capacidad del pueblo gaditano —el único pueblo con sentido del humor de toda España, que es un país sin sentido del humor— para crear músicas y letras, en las que sí, puede haber mucha morralla, pero entre las cuales descuellan acordes prodigiosos y letras de pasmosa calidad literaria, capaces de emocionarnos o de provocarnos una sonrisa o una carcajada con temas tan serios que, de entrada, no pensábamos que pudieran servir para la ironía o el sarcasmo.

Pero si hay algo verdaderamente sorprendente en ese océano de pasodobles y tangos y cuplés y popurrís con el que chirigotas, cuartetos, coros y comparsas inundan cada febrero el aire de su ciudad, es comprobar como en el lecho de todo ese revoltijo agitado de disfraces y voces discurre lenta, parsimoniosamente, la vida, la pura vida de todos y cada uno de nosotros y la vida de este país derrotado. La vida con sus amores y sus enamoramientos, con sus hijos y sus desesperanzas, con sus ilusiones y sus cuestas arriba, la vida colectiva con sus millones de parados y sus jóvenes emigrando al extranjero, con sus cunetas llenas de muertos de la guerra civil y con sus abuelos cuidando con sus pensiones de los hijos desahuciados, con sus borbones corruptos y sus políticos justamente aborrecidos y despreciados.

Y claro, el Carnaval de Cádiz hace desfilar la vida con emoción, con una desnudez casi hiriente, pero también con un grito de rebeldía. ¿Acaso el Carnaval no fue siempre ese espacio en el que las clases populares podían dar forma a su rabia sin temor a ser represaliados? ¿No había sido siempre el Carnaval una contestación del discurso del poder y de sus mentiras, una anotación de libertad esencialmente popular hecha en los márgenes de los tochos escritos por los servidores del poder? ¿No eran eso los carnavales durante la Edad Media? ¿No fue por eso por lo que la dictadura de Franco quiso acabar, sin realmente conseguirlo, con carnavales como los de Cádiz o Torreperogil o La Carolina?

La vida. La rebeldía. Y todo aderezado con un sentido del humor único. Es eso lo que nos atrae del Carnaval de Cádiz y lo que lo convierte en algo imprescindible, porque señala que no todo está tocado y podrido por la crisis y porque nos dice que no todas las voces han podido ser calladas. Es sano ese humor en un tiempo en el que la risa puede ser lo único que nos dejen, pero es sano porque los gaditanos han sabido convertirlo en una herramienta precisa para destripar las miserias del poder. ¿No ese el mensaje más necesario en este tiempo en el que todos los otros mensajes, sin guitarras ni pitos de Carnaval, suenan tan iguales, tan repetitivos, tan reiterados?

(IDEAL, 16 de febrero de 2012)

3 comentarios:

Miguel Pasquau dijo...

Qué buen pregón para un carnaval,
Manolo. Tu literatura es una piedra filosofal: convierte en oro lo que toca.

Anónimo dijo...

No creo que olvide nunca este artículo, Miguel. Estaba terminándolo cuando me comunicaron una muy mala noticia. De no haber mediado esa noticia el artículo habría sido algunas líneas más largo. El último párrafo está escrito para salir del paso, para terminar y enviar al periódico y salir pitando. Por suerte, los días han ido devolviendo cierta calma al corazón de la tormenta.
Saludos.

Anónimo dijo...

Miguel, el anterior era yo. No sé por qué no me deja firmar con mi nombre. Abrazos.
Manolo Madrid.