sábado, 24 de septiembre de 2011

VOLVER A EMPEZAR





Nos cuesta a nosotros y le cuesta a la ciudad despertar del sopor, de la modorra en que nos fue sumiendo el verano con sus mañanas endurecidas de luz y sus tardes infinitas de vencejos y cigarras: cuando septiembre emboca la recta final del año, el ritmo normal de la vida —eso que hemos dado en llamar “cotidianeidad”— tiene que desatascar los coágulos de pereza y abandono que el calor y el sol todopoderoso pusieron en las arterias por las que transitan los afanes y los quehaceres, que se dejaron en suspenso, que se aplazaron, a los que se dio el permiso necesario para dormitar una siesta y para pasear por las plazas del atardecer y por las orillas del mar sin más pretensión que la de saborear la sangre y el sudor de la vida a lengüetazos, como amantes ambiciosos.

Miguel Pasquau dice que toda la naturaleza labora, día tras día, estación tras estación, para la preparación del verano: la humedad del otoño, las nieves del invierno, los vientos soleados de la primavera, son una flecha lanzada en la dirección de agosto y de julio, esos meses en los que la vida se muestra en toda su plenitud, con una lujuria pulposa y adolescente, sin ataduras, brindándose inagotable para ser disfrutada al modo pagano, como un manjar, como una ofrenda. Para Muñoz Molina el verano es un estado del espíritu: tal vez el estado perfecto, la sublimación de todos los esfuerzos que el alma realiza para concretarse en una plenitud azul y dorada. Pero... ¿qué estación del año no es un estado del espíritu? ¿Acaso en el otoño no se acomoda el hálito que somos en una estancia de nostalgias y recuerdos? Y en el invierno, ¿no le brinda el invierno al espíritu la oportunidad de ser en el recogimiento y la interiorización? Y qué decir de la primavera como hogar perfecto del espíritu que no hayan dicho ya los poetas de todos los tiempos: José Antonio Muñoz Rojas señaló acertadamente que la primavera coloca al espíritu “en trance tal de júbilo” que le hace perder “la razón del tiempo en su existencia”. Pero esa plenitud existencial que el verano nos regala ha terminado y septiembre nos enfrenta con la realidad de lo que somos, con nuestras limitaciones y nuestras desilusiones, con la falta de esperanza, con las carencias sumadas en los números del calendario y las ausencias que se acumulan en las grietas del corazón, acrecentando su sed y su ansia. Septiembre es una vuelta a la otra vida, en la que relucen los claroscuros y los grises y las tinieblas hondas, la vida en la que se acumulan los gestos torcidos y las precariedades, las limitaciones y la rabia. La vida del verano era como un cuerpo adolescente, una mentira, pero septiembre tiene el cuerpo insinuante de las mujeres maduras que se encuentran en la plenitud. Por eso, ay, septiembre es tan hermoso...

Sí, puede que la vida que iniciamos ahora carezca de la rotundidad matronal de los días de julio y de agosto, de su inflamación y voluptuosidad, puede que sea más delicada y quebradiza, pero septiembre erotiza la vida al disimularla, al velarla con horizontes violetas y pálidos, al anunciarnos su ocultamiento y la necesidad de esforzarnos en su búsqueda: al replegar la vida a los cuartos secretos de la naturaleza septiembre espolea el deseo de abrir puertas con suavidad y de descorrer velos de hojas túmidas para encontrar la vida desnuda y temblorosa, ofrecida en la penumbra, tan bella que duele al descubrirla entre los almohadones de las madrugadas frescas.

Septiembre insinúa dentro de nosotros un poso amarillo de eternidades que finalizan: el verano es la vida, vale, pero es también un espejismo construido por una luz ilusoria y prestada, y al final es necesario que retornen los colores desvaídos de las tardes de septiembre para que aprendamos nuevamente a morder la vida tal y como es, con su cuerpo generoso y sus arrugas.

(IDEAL, 22 de septiembre de 2011)

2 comentarios:

Fernando Gámez. dijo...

Cuando tu prosa exhala vivencias interiores muy personales y se ofrece con el deslumbrante vestido de nuestra rica y sonora lengua castellana, da gusto leerte y recrearse con ella.
Enhorabuena por el artículo y por su "forma" poética de expresarlo.
Un abrazo.

ftz dijo...

Un poema sumerio dice que el Dios Enki creó en otro tiempo el supremo arte de la escritura y en las antiguas civilizaciones se consideraba un medio de comunicación entre dioses y hombre. Ellos me han permitido leer tu comentario que despierta emociones con bellas palabras.

Un cordial saludo