jueves, 1 de septiembre de 2011

«CALABAZO»





Qué verano, señores, qué verano. ¿No habíamos quedado en que durante estos días de calor también la historia tendría que tomarse un descanso y suspender sus revueltas, sus guerras y sus crisis? Y sin embargo ha ocurrido todo lo contrario: se ha desmadejado y se ha desmelenado el verano y julio y agosto de 2011 pasarán a los anales como una inagotable fuente de noticias. Que si la derrota de Gadafi, que si la reanudación de las hostilidades entre judíos y musulmanes, que si el enésimo intento (esta vez parece que definitivo: ¡hasta la victoria siempre!, gritan los nuevos revolucionarios del egoísmo) del neoliberalismo por destruir definitivamente el Estado del Bienestar, que si la amenaza que se cierne sobre nosotros con la propuesta de reforma constitucional propuesta por el finiquitado Rodríguez Zapatero, que si el auge de la religión como leiv motiv de nuestra época y el repliegue de los valores cívicos y laicos, que si la permanente burla de Bildu para con las víctimas de ETA… Y, por supuesto, los altercados habidos en Inglaterra a mediados de mes.

De todos los sucesos del verano, quizás estos incidentes de Londres y otras ciudades inglesas son los más representativos del tiempo que vivimos. No sólo por su trasfondo social y económico: es cierto que en gran medida el odio, la rabia expresada en los incendios y los crímenes cometidos por las hordas bárbaras de Inglaterra reflejan la realidad de una sociedad que se va quedando sin mecanismos de integración y que cada vez manda al pozo de la exclusión a más y más personas, sin piedad ninguna. Pero en lo sucedido en Inglaterra hay algo más, algo más profundo, más terrorífico. Se ha incendiado y se ha saqueado como consecuencia de unas políticas económicas que han destruido esa gran obra civilizatoria que fue el Estado del Bienestar, pero no menos cierto es que en el fondo de toda la explosión social de Inglaterra ha aleteado el espíritu de los abismos profundos: el espíritu del abismo nihilista y hedonista en el que viven generaciones enteras que han pasado por una escuela en la que no quedan referentes de valores. Y no me refiero a los valores que ha defendido en Madrid Benedicto XVI, sino a esos otros valores mucho más necesarios para la convivencia y para la paz y para la democracia, los valores de la tolerancia, de la solidaridad y la libertad, de la autonomía personal, del compromiso cívico y político. Todo eso, todo, ha desaparecido del espacio público europeo y es algo desconocido para nuestros jóvenes y nuestros niños. El respeto para con los otros, para con sus derechos y sus libertades, ha desaparecido y hoy sólo parece ser bueno y defendible lo que satisface los deseos más primarios de cada uno de nosotros.

No es necesario haber estado en Londres para ver esta durísima y negra realidad. Veraneo en Garrucha, en una tranquila urbanización mayoritariamente habitada por familias: padres con sus niños, abuelos con sus nietos, alguna que otra pareja de novios… Sin embargo, el fin de semana pasado acudieron a pasar unos días un grupo de diez o quince jóvenes y jóvenas, capitaneados por uno que se hacía llamar “Calabazo”. El sosiego con el que hasta ese momento se había vivido el verano en ese rincón de Almería se vio roto de repente: para estos nuevos bárbaros, que gracias a la LOGSE y una estúpida y peligrosísima concepción de la libertad carecen de las más mínimas nociones de respeto hacia los demás, la urbanización se convirtió en una especie de coto particular en el que poder hacer lo que les viniese en gana. Gritar por las noches, bañarse en la piscina en horas en las que está prohibido, beber en las zonas comunes, insultar al conserje… Todo era legítimo en su averiado código de comportamiento: un Londres en pequeñito. Y todo era comprensible al ver la cara de tonto de baba de “Calabazo”: lo que más debe preocuparnos, como padres y como ciudadanos, es que nuestros hijos puedan un día ser capitaneados por alguien así.

(IDEAL, 25 de agosto de 2011)

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