viernes, 30 de septiembre de 2011

APOLOGÍA DE LA FERIA





Mi amigo Diego Martínez, en su Pregón de la Feria de Úbeda del pasado martes, parafraseaba al grupo de la movida “Golpes Bajos” para hablar de que corren “malos tiempos para la lírica”, y en realidad lo que quería decir es que, por extensión, corren malos tiempos para la música, para la cultura, para el arte... y pos supuesto, para la feria. En estos tiempos en los que se aplica con saña la tijera en la escuela y la sanidad públicas, en los que se recortan pensiones y prestaciones a los parados, en esta época en la que se vilipendia a los funcionarios para legitimar su bajada de sueldos, en esta edad histórica de derrumbe del modo de vida que sostenía nuestros derechos y nuestro bienestar, la feria parece un gasto superfluo y prescindible. ¿Lo es? Si comparamos el gasto de feria con los otros gastos que están siendo recortados, la respuesta es sí. Pero es que posiblemente la única respuesta válida es otra pregunta: ¿de verdad es imprescindible, es “necesario”, recortar en sanidad, en educación, en protección de la vejez y de los parados...? ¿De verdad es imprescindible recortar en feria? Basta con que uno conozca un poco el engranaje de las administraciones y sobra con leer los periódicos para comprender que hay otros muchos gastos que pueden ser recortados, o directamente suprimidos, antes de que la tijera llegue al núcleo en el que una sociedad se cohesiona cívica y socialmente. ¿Las televisiones públicas, esas máquinas de propaganda del poder, son más necesarias que las escuelas y los hospitales públicos, más necesarias que la feria? Y las embajadas e institutos autonómicos en el extranjero, los cientos de asesores de los políticos de toda laya, los coches oficiales y las pensiones vitalicias de los políticos, ¿también son más importantes que la feria? Todo lo entenderíamos mejor si asumiéramos que los recortes que se nos venden como inevitables responden a un patrón ideológico, que puede compartirse o no, pero que existe y está ahí y tiene sus propios y particulares objetivos. ¿También la feria será víctima de ese ataque a lo que es de todos, a esos elementos que ofrecen espacios comunes y libres para la educación, para curación, para la protección de los débiles... para la diversión?

Me gusta la palabra “feria” y todo el entramado significativo que evoca con sus cinco letras. Se pronuncia “feria” y se sabe que se está hablando de alegría, de diversión, de esparcimiento... pero también, y sobre todo, se está hablando de ciudad, de ciudadanos, de vecinos, de esfuerzo, de proyecto, de democracia, de civilidad, de política en el sentido mejor de la palabra, de sociedad, de pueblo, de comunidad. La palabra “feria” está cargada de significado civil y cívico y laico, pues acota un espacio en el que se convoca a todos los ciudadanos sin distingos de ideas ni religiones, sin separación por razas o por creencias. Ninguna otra celebración de las que se suceden en el calendario apuesta tan fuertemente por construir una plaza abierta en la que cada ciudadano puede concurrir con sus penas y sus alegrías, con su poco y con su mucho, con su alegría y con su tristeza, con su dios y con su duda, con su particular pasado y con la necesaria esperanza común aún por construir. Algo tan importante no puede ser recortado sin más ni aparcado sin consecuencias. Al defender la feria no se defiende un gasto inútil en teatro o carruseles o cerveza: la defensa de la feria, que es posiblemente el primero y más antiguo de los servicios públicos, es también, una apuesta ideológica y ética por lo común, por lo compartido, por lo civil, una apuesta por lo público y por lo que integra y suma y construye más ciudad, que es un reducto frente a la barbarie y un bastión de la conciencia crítica, racional y progresista, que hoy se bate en retirada.

(IDEAL, 29 de septiembre de 2011)

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