San Miguel ha marcado, históricamente, el punto álgido en la vida colectiva de los ubetenses. Fiesta estratégicamente enclavada al final del año agrícola y comienzo del siguiente, era el momento de recontar los beneficios de la cosecha del cereal y de la vid, tan abundantes antaño en nuestras comarcas, y de preparar los sembrados para el año venidero. Era ese el momento también en el que se elegía a los representantes de la ciudad: la democracia medieval ubetense, constitucionalizada en el fuero de la ciudad, permitía participar en aquellas elecciones a quienes, poseedores de caballo y lanza, estaban en disposición de sumarse a la defensa de la ciudad, dibujándose así un sistema político peculiar en el que irremediablemente se entrelazaban los derechos y deberes de un modo que recuerda el de los viejos modelos griegos. Así, el 29 de septiembre de cada año, desde hace casi ocho siglos, Úbeda asistía a la rendición de cuentas de los políticos salientes y a la declaración de intenciones de los entrantes, mientras que en las calles la abundancia del mercado y de las atracciones permitía gastar parte de lo allegado con el trigo y el vino. El patronazgo de San Miguel es, por lo tanto, un patronazgo esencialmente económico y político: la ciudad se acoge a la protección del arcángel para que las cuentas cuadren y las cosas salgan bien, para que las lluvias riegan los campos y los gobernantes acierten en sus decisiones.
Ahora, evidentemente, no hay elecciones anuales para los cargos de responsabilidad municipal, pero algo de esa condición política del patronazgo de San Miguel ha seguido planeando sobre la vida colectiva de Úbeda. No en vano este es el momento en el que, a través de los medios de comunicación, los políticos de todos los colores y muy especialmente aquellos que tienen la obligación de gobernar, explican sus intenciones, su programa, sus proyectos para el curso venidero, y hacen balance de lo acontecido. Es el momento en el que la sociedad ubetense reflexiona y coge impulso, tan necesario en estos tiempos en que pintan bastos. Que hoy esa faceta política de la fiesta y la feria haya perdido mucho de su visibilidad no significa que no siga existiendo o que no tenga que seguir existiendo, porque es necesaria esa estela de mensajes que sirven para articular la vida de la ciudad. Aún mermada, la herencia política de los fastos de San Miguel sigue sirviendo para hacer posible esa explosión cívica que en todo caso es la Feria del patronazgo.
Porque la Feria es, sobre todo, una fiesta civil, popular, en la que Úbeda despliega todas sus potencialidades, más incluso que en Semana Santa, una fiesta que convoca sin exclusiones ideológicas o religiosas, que supone un llamamiento para todos. Es bueno que ahora que impera una ideología de exaltación de lo privado y lo egoísta, nuestras sociedades sigan empeñadas en celebrar estas fiestas antiguas pero no viejas. Porque en estas fiestas un pueblo ofrece y muestra lo mejor de si mismo, y esto es muy apreciable en una ciudad como Úbeda en la que la Feria está trufada, de un modo casi único en España, de actividades culturales y teatrales que no son un relleno de la actividad feriera sino un núcleo esencial y definitorio de la propia celebración. Por eso también hay que entender que el recorte también tiene límites cuando se habla de la fiesta, y que algo como la Feria significa tanto, implica tanto en la vida colectiva, que no es algo superfluo ni un gasto innecesario. ¿Acaso la fiesta no conforma una parte irrenunciable de la vida de toda sociedad?
Hasta la generación de nuestros abuelos todo esto se entendió mucho mejor. Nosotros, por desgracia, miramos con cierta suficiencia la Feria de San Miguel, tal vez porque estamos tan saturados de celebraciones que no valoramos lo que las fiestas del 29 de septiembre significan. Pero nuestros antepasados sí lo sabían y sí valoraban esa importancia, y eso se demuestra en los símbolos, en los ritos. Pensemos, por ejemplo, en el repique solemne y hondo del campanón de la Torre del Reloj municipal: antes de que sonase como ahora suena, más a modo de cencerro que de campana, anunciaba los momentos más importantes y solemnes de la ciudad, la llegada y la marcha de la Virgen de Guadalupe, el día del Corpus... Pero había un momento en el que la campana del Reloj sonaba y no era para anunciar una fiesta religiosa sino para hacer un llamamiento a la celebración cívica y civil, laica y popular: el 28 de septiembre, a la tarde, en medio de los cohetes, la campana llamaba a los ubetenses a presenciar el cortejo grotesco de los gigantes y cabezudos, que son la antesala procesional de la fiesta que Úbeda organiza por San Miguel para celebrar que un año más quiere seguir existiendo como sociedad.
(Diario IDEAL, 29 de septiembre de 2011)
1 comentario:
buen escrito
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