viernes, 8 de enero de 2010

LA TERCERA PLAGA





Cuenta el Éxodo que el todopoderoso y cruel y sanguinario Dios de los israelitas envío tres plagas sobre Egipto, padecidas por su pueblo y por los opresores, más otras siete que ya sólo padecieron los egipcios. La tercera de las plagas comunes fue la de los mosquitos, piojos o pulgas: Moisés, siguiendo instrucciones divinas, le ordena a Araón que golpee el polvo con su vara, y el polvo se convierte en una nube de insectos que chupan la sangre. La tercera de la plagas exclusivas de los súbditos del Faraón –sexta de las plagas totales– es la de las úlceras o las llagas: Dios le dice a Moisés que él y Araón cojan cada uno un puñado de cenizas de un horno, lo hacen así y delante de Tutmosis III lanzan las cenizas al cielo, e inmediatamente los cuerpos de los egipcios se llenan de sarpullidos que ni siquiera los hechiceros pueden conjurar.

En su “Estudio 2824, Barómetro de diciembre 2009” el CIS ha comprobado que la clase política es el tercer problema para los españoles: la tercera plaga de España son los políticos y sus incontables prebendas, privilegios, sueldazos y pensionazas, sus incapacidades e ineptitudes, sus trapicheos tan alejados de los problemas de la gente y sus peleas cainitas y vergonzosas. Los españoles creen –creemos– que políticos son una plaga, no sabemos de si de mosquitos o pulgas que chupan la sangre o de úlceras que corroen el cuerpo vivo del país, desangrando ilusiones, esperanzas o sueños colectivos. El dato, sin duda, es demoledor y supone un suspenso sin paliativos desde el último concejal hasta el siempre sonriente Presidente del Gobierno, o sea, un suspensazo para todos aquellos que conforman la casta política.

Ya sé que hay concejales honestos y trabajadores que cumplen su tarea y vuelven a sus ocupaciones cuando dejan el cargo, pero no creo que sean esos los políticos que preocupan a los españoles. Los preocupantes y cabreantes son aquellos –y aquellas– que llevan toda su vida viviendo del cargo –de cualquier cargo: alcaldías, diputaciones, escaños– y que acumulan sueldos de senadores, de cargos partidistas y pensiones por los cargos que antes ocuparon, y todo sin haber tenido que demostrar que son capaces de escribir la o con un canuto. Los que preocupan son los vividores sin oficio pero con mucho beneficio que si abandonasen la poltrona no sabrían hacer nada, porque no han hecho nada en la vida. Pero a mí me preocupa todavía más que ante un dato como éste los políticos no se sientan aludidos, que se hayan hecho los suecos y sigan a lo suyo, lo que no hace sino demostrar la profunda sordera y ceguera en la que están instalados. Si tuvieran decencia –digo, es un decir: si tuvieran– deberían estar muertos de vergüenza: a los españoles que pagamos sus sueldos nos preocupan más los diputados que los asesinos de ETA y le tenemos más miedo a un alcalde que a que nos atraquen en la calle.

Dan pena estos políticos, pero más pena damos los españoles: ¿de verdad nos merecemos esta plaga? ¡Ay cielos!, ¿qué delitos cometimos contra vosotros naciendo?

(Publicado en Diario IDEAL el día 7 de enero de 2009)

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