lunes, 25 de enero de 2010

EL SERMÓN DE LAS GUINDAS




Ayer, en la Fiesta de Jesús, el sacerdote Víctor Jesús Hernández Rodríguez (Capellán de la Academia de la Guardia Civil de Baeza) pronunció un importante sermón, cargado de profundas reflexiones. Evidentemente es casi imposible desgranar aquí y todas y cada una de las cosas que dijo. Pero algunas es imprescindible destacarlas.

En primer lugar señaló que muchas veces los cristianos nos preocupamos por las guindas que debe tener la tarta y estamos olvidando como tiene que ser el bizcocho o la nata o la crema. Esta frase de las guindas marca el centro de la homilía: porque las guindas son las cosas que nos preocupan a nosotros, los palios o las andas, las cruces en las escuelas o cómo se contratan los profesores de religión... Pero lo esencial, la sustancia de la tarta, está abandonada, porque esa esencia es el mensaje de Jesús. ¿Cuánto hay vivo del mensaje de Jesús en nosotros, en nuestros comportamientos? ¿Cuánto de guinda hay en nosotros cada vez que nos llamamos cristianos?

Esto lleva a la segunda reflexión que me gustaría destacar: somos los propios cristianos los que alejamos de nosotros a los que dudan, los que provocamos rechazos en mayorías crecientes. Y creo que eso viene dado porque hemos construido un cristianismo de las guindas, a nuestra imagen y semejanza, en función de nuestras comodidades. ¿Por qué alejamos de nosotros a los que dudan? Ayer, Víctor Hernández lo dijo con toda claridad: porque no nos amamos (señaló las diferencias entre iglesias cristianas, las luchas internas, nuestra incapacidad para comportarnos como hermanos incluso con los que tenemos más cerca) y porque no amamos. Y el mensaje del amor –que es compasión con el que sufre, apiadarse del dolorido, socorrer al indefenso, condolerse con la víctima– es esencial en el Evangelio. Sin amor no hay cristianismo, no hay tarta cristiana, aunque haya muchas guindas con almíbar cristianado.

Y en tercer lugar señaló el predicador que, arrogantes, nos hemos apropiado del derecho a determinar quienes son sujetos del mensaje redentor de Cristo y quienes no. Mientras él pronunciaba estas palabras me vino a la cabeza la imagen de la Plaza de San Pedro de Roma, con esos brazos ingentes de la Columnata abriéndose al mundo, a todo el mundo, y pensaba la contradicción que hay entre esa imagen gráfica del amor de Cristo que a todos se dirige y a todos acoge y la actitud de la jerarquía y de determinados grupos de fieles, que excluyen del amor y de la liberación evangélica a los homosexuales, a los divorciados, a los transexuales, a los jóvenes que mantienen relaciones sexuales, a los trabajadores que no se sienten respaldados por la Iglesia en sus problemas cotidianos...

Yo no soy ningún ejemplo de cristiano, y soy un creyente atormentado de dudas. Para mi la fe no es ni un punto de partida ni un punto de llegada, sino un camino por el que transitar con la agonía del que lucha. Mi tambaleante cristianismo se ha hecho de muchas conversaciones en el Campamento de Acción Católica, en el despacho de Manolo Molina, observando el ejemplo de El Viejo, leyendo a Martini o a Casaldáliga, pero también a ateos como Compte-Sponville. Mi cristianismo lucha por aferrarse a las Bienaventuranzas, al Jesús que no coge piedras contra la adúltera pero que despide al joven incapaz de desprenderse de sus riquezas, al Jesús lleno de ternura ante los padecimientos de los marginados, de los oprimidos, de los excluidos: los leprosos, las mujeres, los niños, los cojos, los ciegos, los endemoniados... Y es cierto que a veces me irrito si mi cristianismo no coincide con el cristianismo de los que se supone que saben más que yo de Cristo y del mensaje del Evangelio, pero es que a veces creo que esos que tanto saben y que tanto poder tienen –¡cuánto tiene la Iglesia de poder, cuán poco de poder tenía el mensaje de Cristo, cuánto tiene la Iglesia de política, cuán poco de político tenía el mensaje generoso y poco calculado de Jesús!– pecan contra los débiles, contra los indefensos, y lo hacen de pensamiento, palabra, obra u omisión.

Ayer, sin embargo, mi fe recibió otro balón de oxigeno, porque todavía hay curas que piensan que es posible una Iglesia que no diga no, que abra sus puertas a todos, sin más condición que la de que se ame a los otros y se los respete, como hizo Jesús, que no excluya, ni ponga barreras, ni categorice a los hombres por su condición sexual, su clase o su ideología.

Seguramente esta entrada no da ni una idea aproximada de la riqueza que ayer tuvo el “sermón de las guindas”, pero menos da una piedra. ¿No?

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Manolo, cuanto lamento ho haber escuchado una omilía como la que hablas....... Llevo tanto tiempo buscándola......

Un abrazo.
Monte

Alfonso Donoso Barella dijo...

Importante homilía si bien en algún foro alguien comunica que excesivamente cargada de tonos altos de voz y con desmesurada duración.

¿A quién llegó realmente? ¿Crees que quienes piensan en palios, andas o ruedas (todo hay que incluirlo hombre) estaban en el auténtico mensaje de lo pronunciado. Fue sacerdote valiente como hacía tiempo no oía, llamó las verdades por su nombre y denunció las injusticias sin esconder o disfrazar su existencia (por eso de quedar bien).

Estoy seguro, amigo Manolo que ayer, como siempre algunos fueron a cumplir, otros a criticar y otros muchos a aprender. Afortunadamente ayer tuvimos la oportunidad de escuchar una gran lección, una auténtica homilía.

Un abrazo.

Manuel Madrid Delgado dijo...

Monte, la verdad es que el domingo se pudo escuchar una verdadera lección de valentía eclesial. Lástima que te la perdieras, pero estáis a tiempo de "contratar" al cura para la "función principal" de la Sentencia. Merecería la pena.
Alfonso, seguro que los que critican los tonos y la oratoria del capellán de la Academia son gentes que no fueron a escuchar: el cura demostró tener un control magnífico del arte de la oratoria, que es imprescindible para llegar al fondo de los que escuchábamos.
Yo estoy convencido de que el mensaje de Víctor no llegó a todos, o que luego cada uno lo interpretó como quiso. Desde luego para una mayoría sigue siendo más importante pensar en otras cosas, y creo que otros no llegaron a entender la verdadera esencia de lo que el cura dijo allí. ¿Tú crees que todos captaron el mensaje de apertura que lanzó, el mensaje de generosidad? ¿Tú crees que todos captaron el tirón de orejas que le dió a quienes siguen aferrados a una Iglesia que excluye y etiqueta? Sinceramente creo que no, y sinceramente creo que con este cura nos habríamos hinchado de hablar en la Mesa del Pino charlas de esas que nos gustaban a ti, al Petos y a Manolo Molina. ¿Verdad?

Un abrazo a los dos.

Manuel Madrid Delgado dijo...

Antonio, yo creo que estas reflexiones se quedan en el tiempo simplemente porque nos conviene: no queremos molestias. Nos da pereza pensar, reflexionar, modificar el rumbo, cambiar las opiniones. Después de la Fiesta de Jesús oí a muchos decir que el sermón les había parecido espléndido, pero en realidad el sermón cae sobre el pedregal y, por consiguiente, no puede dar frutos.
Preferiría no tener que escribir esto, pero ¿nos hemos preguntado cuánto tenemos las cofradías de pedregal en el que la semilla no fructifica? Andamos perdidos en otros debates, pero ¿y el compromiso de creyentes adultos?, ¿y los valores realmente importantes a la luz del Evangelio que no son nuestros estériles debates estéticos para hacer tan perfectas nuestras procesiones que al final resulten realmente vacías?, ¿y el exigir desde el compromiso eclesial que la Iglesia abra sus brazos, que no excluya a nadie por sus ideas ni por su orientación sexual ni por su posición económica, que dialogue, que tolere, que comprenda, que se entregue?, ¿y el madurar juntamente nuestras dudas, nuestras incertidumbres?, ¿y el buscar juntos caminos y respuestas? Por desgracia, Antonio, nada de esto hay en las cofradías y por mucho que a todos nos "gustase" el sermón del padre Víctor, nada de esto habrá después de haberlo oído. Creo que las zarzas ya han comenzado a estrangular los brotes del trigo que cayó el domingo...
Un abrazo.

Anónimo dijo...

"Importante homilía si bien en algún foro alguien comunica que excesivamente cargada de tonos altos de voz y con desmesurada duración", dice Alfonso, que por algún foro Comentan. Ese es el problema; tono fuerte y claro (no nos interesa) y del tiempo de duración, más de lo mismo, que sea cortito y lo de siempre. Me da lástima. Como nos hemos acostumbrado a la “mesa camilla”, calentitos, que nos doren la píldora. Llega un aire fresco… y es muy largo.

Anónimo dijo...

Muy Buenas:
Si realmente crees que ese "sermón" es algo importante y maravilloso es que no has ido mucho a misa ni has escuchado muchos sermones.
En los sermones de "D. Víctor" lo que hay que leer es la letra pequeña y no quedarse en lo superficial, así te podrás dar cuenta del tipo de "oración" que profesa(e igual no te gusta tanto).

Fdo: Un conocedor del medio