miércoles, 27 de enero de 2010

EL DÍA DE LA MEMORIA






Nunca podré olvidar la tarde en que leí por primera vez Si esto es un hombre de Primo Levi. Yo era estudiante en Granada, el libro me lo había dejado mi amigo Antonio Gaitán, y lo devoré de un tirón, con los ojos rojos y ardientes, hipnotizado por el horror, por la crueldad, por el afán animal de supervivencia. Desde entonces he leído muchos libros sobre el nazismo y sobre el Holocausto, que son los dos temas esenciales del siglo XX: no es posible reflexionar sobre la condición humana sin adentrarse en la barbarie del asesinato en masa e industrializado que imperó en los campos de exterminio, sin pensar en el desprecio por la vida humana de los dirigentes nazis, en su capacidad para no ver el sufrimiento, el dolor, para poder mandar a los niños a las cámaras de gas. Auschwitz personaliza, ejemplifica ese imperio del mal absoluto, de la muerte absoluta, del dolor absoluto que fue el Holocausto: en otros campos fueron asesinadas muchas personas –Treblinka, por ejemplo–, pero ha sido ese campo y su portón de entrada los que han perdurado como memoria visible del crimen más grande jamás perpetrado.

¿Qué significa Auschwitz en la historia y sobre todo en la conciencia de la humanidad? ¿Cómo nos interpela Auschwitz? Adorno dijo que después de Auschwitz no puede haber poesía, y Primo Levi creía que Dios y Auschwitz no podían existir a la vez, y que como el campo y su monumental narración de sufrimiento inimaginable habían existido, Dios, simplemente, no existía. La propia comunidad judía lleva décadas preguntándose dónde estaba Dios mientas su pueblo era transportado en vagones de ganado, mientras su pueblo era seleccionado, mientras su pueblo era animalizado –hace varios años que no he vuelto a leer Si esto es un hombre, pero todavía recuerdo con dolor los pasajes en los que Levi habla del proceso de animalización que las personas sufren desde que llegan a la estación donde están los trenes que las conducen a los campos– y tenía que robar el pan duro de los bolsillos de los muertos para poder sobrevivir, mientras su pueblo moría de diarrea y de hambre, mientras su pueblo era conducido a las cámaras de gas, mientras su pueblo aullaba de terror al sentir el Ziklon B cayendo por las alcachofas de las duchas, mientras su pueblo era metido en hornos crematorios y se escapaba por los tubos convertido en grasa para hacer jabón o por la chimenea convertido en cenizas, en polvo, en nada. El espanto provocado por Auschwitz es tan poderoso, tan totalizador, tan absoluto, la dimensión del crimen es tan inimaginable, las víctimas son tantas y su sufrimiento tan incomprensible, que ni las palabras sirven para nombrarlo, que hasta las palabras pueden ser una forma de traición –nos lo avisa Levi– porque sólo pueden aproximarnos al sufrimiento, nunca mostrárnoslo en toda su dimensión. Porque las palabras nos privan del olor de las heces, del olor de los cuerpos hinchados, del olor de los cuerpos quemados, porque las palabras no traen el frío de la estepa polaca ni la sed ni la angustia por saber –todo estaba ya sabido, en realidad– dónde estaban los seres queridos, las madres, los padres, los hijos, los hermanos, las esposas... Ni mi mujer ni yo podremos olvidar nunca aquella tarde de lluvia de nuestro viaje de novios en que visitamos la Sinagoga Pinkas, en Praga, y quedamos sobrecogidos por los dibujos que los niños habían hecho en los campos de exterminio antes de ser asesinados y por las decenas de miles de nombres de los judíos checoslovacos que fueron víctimas del nacionalsocialismo. Pero aquello eran palabras, al fin y al cabo, que sobrecogen pero marcan distancia, porque –ya lo he dicho– no pueden hacernos sentir todo lo que se sentía dentro de los campos, porque sólo nos permiten sentir una infinita tristeza y una desolación insondable. Hablar del Holocausto y haber sobrevivido a él generaron además una sensación de culpa –los que viven se aprovechan de los más débiles– que Primo Levi no pudo superar y que lo llevo al suicidio.

Lo anterior puede sonar a anécdota, pero no lo es, porque no hay anécdotas en el Holocausto: todo son categorías. Categorías ya eternas, que cada día nos obligan a reflexionar no ya sobre la posibilidad de Auschwitz sino sobre la vigencia del pensamiento que hizo posible el fascismo y sus crímenes: el odio al otro, el señalar a un grupo como culpable de los males, el hacer que el todo pague las faltas de la parte... Eso está ahí, eso no se ha ido nunca de nosotros y cada día convivimos con seres rencorosos o simplemente malos que se comportan así, con esos tics fascistas. Esa es tal vez la única enseñanza de Auschwitz, un fenómeno tan incomprensible: que el mal no es algo ajeno a nosotros, que el mal está siempre como posibilidad que late en nuestro interior, que los que gaseaban y cremaban niños en Auschwitz eran ciudadanos normales, padres de familia ejemplares y esposos tiernos, amantes de la música clásica y de la ópera.

Auschwitz es una sinrazón provocada por la razón desbocada y sin límites, por una soberbia desmedida del hombre que juega a ser dios. Ojalá la vacuna de Auschwitz sirviera al menos para que fuésemos capaces de denunciar a quienes hoy, aquí, a nuestro lado, en los despachos del poder, en la derecha y en la supuesta izquierda, siguen coqueteando con las ideas del fascismo, aún sin ellos saberlo, porque el fascismo en realidad no era una idea sino un comportamiento (in)moral y político orientado hacia el mal, que es causar daño a los otros.

Hoy se cumplen sesenta y cinco años del fin de Auschwitz. Hoy es el Día de la Memoria de las Víctimas del Holocausto. Hoy todos deberíamos encontrar un momento para guardar un silencio respetuoso por los millones de muertos y también para pensar quienes de los que conocemos aventuran el odio y el mal como posibilidad política.

3 comentarios:

fabio trigo dijo...

Pues como bien decía Manuel Madrid en su página este sermón nos hace no perdamos el ánimo, que sigamos con la lucha, yo soy de los que pienso que cuanto más dura sea la lucha más valorada va ha ser la victoria, por eso hay que seguir creyendo que sigue habiendo gente con valores y sobretodo con sentimiento hacia los demás en este pobre mundo tan frio y calculador. Que tenemos que seguir queriendonos y ayudandonos los unos a los otros como nos ha enseñado nuestro señor Jesus, porque si conseguimos hacer entre todos eso, quizás por no decir con completa certeza este mundo vuelva a ser idílico, como el paraiso que Jesus creo en su día. Asique todos debemos poner todas nuestras fuerzas para que eso ocurra y quizás con eso logremos que se acaben las guerras y las grandes catastrofes en el mundo. Ójala lo consigamos. Un saludo y muchiisimas felicidades por ese precioso discurso Don Víctor

Anónimo dijo...

Manolo,

muy buen artículo. Y es verdad: es un libro terrible el de Levi. Y muchos otros sobre ese tema - Suite Francesa, cualquiera de Amery, etc. Pero lo que más me ha gustado últimamente sobre memoria, alemania, nazismo, etc. es Austerlitz, de W. G. Sebald. Sebald fue un alemán que tuvo que mudarse a Inglaterra. Su padre fue soldado durante la campaña polaca y en sus libros, especialmente en este, se puede apreciar la culpa, y el deseo de escribir de otro modo después del desastre. Si te gusta la arquitectura - y a ti te gusta - el libro ofrece motivos adicionales. En fin, me ha gustado mucho.


Antonio

Manuel Madrid Delgado dijo...

Antonio, es un placer verte por aquí, lo sabes, aunque el hecho de que aparezcas por aquí de cuando en cuando no te excusa de que pasas desapercibido cuando vuelves a España. Tengo el libro de Sebald pendiente de leer, ahora que tú lo recomiendas me liaré con él en cuanto acabe los dos o tres que me traigo entre manos (una novela espléndida sobre la Gran Guerra, uno de Gray...). En cuanto a Amery no he leído nada, pero te recomiendo "Nuestro hogar es Auschwitz", de Tadeusz Borowski, o "Nueve Maletas", de Béla Zsolt, o "El séptimo pozo", de Fred Wander. Me parece que la novela o el relato nos permiten, mucho más que el ensayo, hacernos una idea más aproximada del ingente sufrimiento humano que supuso el Holocausto, porque la narrativa construye personajes de carne y hueso, que sufren y lloran y patalean. En cualquier caso cada día estoy más convencido de que desde 1945 el tema fundamental de nuestro tiempo es el Holocausto, y que cualquier reflexión sobre Dios, el hombre, la moral, la política o el futuro como categoría ética pasan por ese asunto, por repensar a la luz de la Shoah qué es el hombre. En la novela que te comento estoy leyendo, "La canción del cielo", de Sebastian Faulks, un teniente inglés reflexiona en las trincheras francesas, ante la visión del horror causado por aquella guerra estática de los obuses y las armas químicas, que lo que le atrae de la guerra es ver hasta dónde es capaz de llegar el ser humano. En 1916 parecía inconcebible más horror que aquel que se vivía en las trincheras donde fueron sacrificados millones de hombres. Luego hemos visto que sí es posible más horror, más sufrimiento. El Holocausto ejemplifica ese "más". La reflexión es porqué se llegó a aquello, pero sobre todo saber si es posible repetirlo y aumentarlo.
Un abrazo muy grande a los cuatro.