viernes, 29 de enero de 2010

ESPERANDO




Esperando: así parece que se encuentran la mayoría de los españoles. Esperando a que pase la crisis y haya trabajo para casi todos, esperando que lleguen las elecciones y se puedan ajustar cuentas con esos administradores de la desilusión y la mentira que son los políticos, esperando el cambio para que se aireen las instituciones y cambien las caras ya grises y casposas después de tantos años. Esperando, tal vez, un milagro... que es imposible. Vivimos tan atrapados en las arenas movedizas del desencanto, que la nuestra es una espera sin esperanza. Y así, vivimos esperando algo que no puede llegar, algo que en realidad no existe; nadie va a venir a hacernos un futuro mejor que este presente, porque cada uno estamos a lo nuestro: los políticos a pedirnos el voto y a prometernos el oro y el moro y nosotros a demostrar que somos tontos y a creernos lo que nos dicen.

En el fondo somos conscientes de que esperamos lo imposible y de que lo hacemos ensordecidos por las charangas de lo huero. Y eso se traduce –políticamente hablando– en un supuesto gesto de madurez cívica: somos capaces de ir cambiando nuestro voto en función de las necesidades que detectamos a nuestro alrededor; pero ese gesto supuesto esconde un fondo real de infantilismo ciudadano. Porque lo cierto es que políticamente nos comportamos como niños: estamos hartos de que nos tomen el pelo y actuamos desde el cabreo. Así, la espera del cambio no es más que una larga jornada de reflexión durante la cual meditamos el palo que con nuestra papeleta vamos a darle el día de las elecciones a estos o aquellos. Es injusto culpar a los ciudadanos de este infantilismo político: ¿hasta dónde es lícito pedirle al ciudadano contribuyente que soporte la ineficiencia de los servicios públicos mientras crece el número de los políticos y sus sueldos y prebendas?; ¿hasta qué punto se le puede exigir al ciudadano que siga manteniendo su confianza en unas instituciones zarandeadas y trufadas por los intereses partidistas?; ¿hasta cuándo se le puede solicitar al votante la confianza en unas promesas que nunca se cumplen, en unos programas que siempre se olvidan, en unas personas que sólo muestran su oscura alma cuando se apagan las luces de la campaña electoral y se sientan en sus escaños o poltronas? ¿Somos nosotros los culpables de estar cabreados como niños a los que no les compran un juguete, o los responsables de nuestro monumental enfado, de nuestro radical desengaño, son los políticos que nos han fallado una y otra vez?

El náufrago –lo dice Ovidio– agita sus brazos sobre el frágil tablón, aún cuando no vea tierra alrededor, con la esperanza de que alguna nave lo aviste y lo recoja y lo salve. Nosotros esperamos con los brazos cruzados, abatidos, porque hemos asumido que no hay barcos en el horizonte y porque las islas se las tragaron los maremotos del cálculo político. Y porque tenemos miedo de que el único barco que nos divise sea el de los piratas.

En medio de la tempestad esperamos no sabemos qué, pero no tenemos esperanzas.

(Publicado en Diario IDEAL el día 28 de enero de 2010)

No hay comentarios: