miércoles, 20 de enero de 2010

INVIERNO Y ACEITUNA





El invierno, y su caravana de lluvias, nieves y hielos, su compañía de días oscuros y breves. ¿Por qué tiene mala fama el invierno? ¿Por qué tanta gente espera vivir en una eterna primavera? Creo que ya lo he dicho: ocurre que el invierno nos pone frente a frente con nosotros mismos, y nos da miedo encontrarnos. Porque es a eso a lo que invita el invierno, a buscar, a buscarnos, a encontrar, a encontrarnos. ¿Qué pensar en las tardes de verano, cuando se está deseando salir a la calle y escapar del bochorno de las casas y encontrarse con el bochorno de las plazas? No, para pensar, para pensarse, es necesario el recogimiento, este estar atento a lo que ocurre dentro de nosotros, pero a lo que ocurre de verdad. No a lo que otros quiere que nos ocurra, no a lo que otros hacen ocurrir por nosotros. El invierno nos abre las puertas de lo que somos para que miremos, y cortemos lo podrido y abonemos lo nuevo, como se abona la tierra de los olivares bajo las capas de nieve.

Quería hablar del invierno y veo de pronto los campos de Jaén encharcados por los “temporales” que no cesan. Los campos de olivos cubiertos de nieve o de hielo, en los que la aceituna comienza a resentirse de tanto frío. Quería hablar del invierno y me pongo a hablar de la aceituna, pero estoy seguro de que en algún otro sitio he escrito que yo –que sé lo que es madrugar y pasar frío y estar deseando que llegue la hora de recoger mantones y pesar en las almazaras y llegar a las casas y descansar– no le encuentro ningún lirismo a la recogida de la aceituna, ninguna belleza, porque es una tarea incómoda, dura, desagradecida. Pero una cosa es no hablar de la aceituna y otra no hablar de los problemas que este invierno le está trayendo a la aceituna y a los aceituneros. Pero... ¿sólo el invierno trae problemas para la aceituna?

En el fondo el invierno es inocente: él no puede controlarse, es así, con sus fríos y sus carámbanos y sus heladas y sus charcos, que pudren la aceituna y vacían los tajos. Pero hay peligros más graves para el olivar y los olivareros. No para los grandes terratenientes, no para los que tienen miles y miles de olivas: el peligro lo sufren las cientos de familias jiennenses que tienen cien, trescientas, mil olivas, y que cada año han venido recogiendo la aceituna entre padres, hijos, cuñados, amigos... Ahora que las autoridades andan fritas por machacar a las familias con impuestos, para enjuagar la cara de la crisis, se manda a la Guardia Civil y a la Inspección de Trabajo a los tajos, para que multen a las familias aceituneras, para que persigan como si fuesen delincuentes a los pequeños, claro, a los que complementan su economía con los olivares de escala familiar. Mientras, los grandes olivareros siguen a la sopa boba de la subvención, y se la trae floja que nieve, llueve o dure el invierno hasta el día de San Juan. “En habiendo subvención...”, que diría aquél.

El invierno. El olivar. La aceituna. ¿Mantendrán las putas autoridades su amenaza sobre las familias aceituneras después de la que está cayendo?

(Publicado en Diario IDEAL el día 16 de enero de 2010)

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