viernes, 6 de enero de 2012

LA OFRENDA DE LOS REYES





De pronto, los tres Reyes Magos, que estaban alejados y como desterrados en un rincón de montañas de corteza y desiertos de serrín, comenzaron a andar y al amanecer del 6 de enero se han parado, conmovidos, delante del portal de Belén. Isaías lo había anunciado: «Caminarán las naciones hacia tu luz, y los reyes hacia el esplendor de tu amanecer». La estrella les indicaba el camino y al amanecer los Santos Reyes se han postrado ante la luz, ante la nueva luz que en una epifanía —resplandeciente como el oro fundido o como el hierro al rojo— se ha filtrado por los cortinajes de todas las oscuridades del mundo. Los Magos le ofrecen al Niño Dios una alegría, que es también un regalo para los zapatos vacíos de esperanza de cada uno de nosotros: los sabios de Oriente, en su estudio de las galaxias y los cometas, en su observación de las estrellas y los planetas, han descubierto que Chesterton llevaba razón cuando defendía que sólo podemos ser realmente alegres si creemos que hay cierta alegría eterna en la naturaleza de las cosas. Por eso, las ofrendas de los Reyes no son ofrendas pasajeras: nos regalan la revelación determinante de que hay un misterio de eternidades anidado en el corazón de la materia efímera.

El viaje de los Reyes Magos desde las esquinas de los nacimientos que hemos montado en nuestras casas y nuestros templos, es un viaje que colma las copas de la ilusión para que nunca —cuando los años avancen voraces sobre el calendario de nuestra vida— olvidemos que el sol del 6 de enero nos tocó con el dedo de la poesía, que es la magia verdadera, el rito de la felicidad. Si luego, en la edad adulta, no sabemos reconocernos como seres henchidos por el viento incandescente de la magia que los Santos Reyes pusieron en nuestros corazones niños, la culpa no puede ser de Melchor, Gaspar o Baltasar, sino de cada uno de nosotros. Según María Zambrano, «todo lo que es luz o acoge la luz puede caer en las tinieblas», y eso es lo que acaba sucediendo en nuestros corazones: que fueron adornados con el don de la luz, con la gracia de la esperanza feliz de un amanecer hecho a imagen y semejanza de la inocencia, pero que luego fueron cediendo trincheras y fortines a las divisiones acorazadas de la ambición, del egoísmo. ¿Cuál es nuestro pecado? Haber abrazado la tiniebla y haberle construido un campamento en nuestro corazón cuando estábamos llamados a ser testigos de una luminosidad que se nos regaló a cambio tan sólo de confiar en que era posible. Nuestro pecado es haber roto el sueño de nuestra niñez, pensar que no existen los Reyes Magos, renunciar a reconocer la inocencia allí donde habita. «¿Qué esperanza le queda a la inocencia cuando no se la reconoce», se preguntaba, desgarradoramente, Simone Weil. Se trata de eso: ¿qué esperanza le queda a un mundo, que ha sucumbido bajo el peso de la cantidad, si no reconoce la inocencia cuando la inocencia pasa cada día por delante de sus ojos?

Y sin embargo, los Reyes Magos son tozudos. No pueden ser de otra manera. Han venido de muy lejos, han atravesado desiertos y parajes agrestes donde sólo habitan las hienas y los buitres, han dormido al raso en los oasis, han navegado sobre sus camellos por mares hirvientes de arena: por eso, ellos, que han visto la inocencia, que han conocido la alegría y que han asumido sobre sus espaldas sin tiempo la obligación de repartirla cada año para que le de forma y sustento al espíritu, no pueden resignarse a que nos sintamos derrotados. Ellos saben que urge una restauración de la confianza en el futuro. Las palabras del cardenal Martini resumen ese cometido sobrenatural de los Reyes Magos: en un tiempo en el que crecen sin límite la frustración y la desesperación, tenemos que asumir, con los Santos Reyes, la misión de traer la esperanza y la alegría. Falta nos van a hacer.

(IDEAL, 5 de enero de 2012)

2 comentarios:

Julio Morales Morrell dijo...

Quiero felicitarte por tus artículos “Restaurar la Navidad”, “Los inocentes” y “La ofrenda de los Reyes”, publicados en Ideal los jueves de la pasada Navidad, porque creo que forman una trilogía bellísima, de gran carga reflexiva, ideológica y religiosa, y que son una especie de declaración de un catolicismo de la duda, comprometido, evangélico, con el que para quienes no somos creyentes es un auténtico lujo poder dialogar y estrechar lazos. Supongo que si tu Iglesia fuese de otro modo, estos artículos que tan raros son en la prensa de hoy en día serían publicados en un boletín especial sobre la Navidad, pero entiendo que estas reflexiones no gusten en la Iglesia oficial, donde la duda y la mano tendida a quienes no son creyentes no tienen cabida.
Recibe mi más cordial enhorabuena y saludo desde Cuenca.

Uvejota dijo...

¡¡ No se puede expresar la NAVIDAD, la religiosidad navideña, la espiritualidad navideña... en una palabra: "El pensamiento ético navideño" mejor que lo haces en tus entradas en OTRO CAMINO !!
Mi mas sincera ENHORABUENA y mi deseo ferviente de que jamas y por ningún motivo dejes de entusiasmarnos con tus escritos, que dicho sea a propósito, algún día veamos recopilados en un gran TOMO Y LOMO.