viernes, 20 de enero de 2012

LECCIONES DEL BARCO HUNDIDO





Casi cien años después del hundimiento del mítico “Titanic”, otro barco vuelve a convertirse en la perfecta metáfora del mundo en que vivimos. El hundimiento del crucero “Costa Concordia” frente a la costa italiana ejemplifica la realidad nuestra de cada día: los poderosos, codiciosamente embargados por un prurito de invencibilidad y también de imbecibilidad, nos acercaron a las rocas de la catástrofe, y cuando el navío de nuestras vidas chocó contra ellas, los dueños del poder y del dinero abandonaron el barco dejándonos abandonados a nuestra suerte, tal y como ha hecho Francesco Schettino, el capitán que salió por patas del barco sin preocuparse por el rescate de los pasajeros e importándole una mierda que dentro quedasen atrapados incluso niños.

En realidad no sé de que nos escandalizamos con estas conductas. El próximo 15 de abril se cumplirán cien años del hundimiento del “Titanic”, que más allá del inmenso sufrimiento humano que generó, sigue siendo la narración más perfecta, más demoledora, de la falta de entrañas de los empresarios y los banqueros, de los políticos y de sus esbirros. Mientras en las dependencias de tercera clase del trasatlántico, cerradas a cal y canto mientras no se salvasen los de primera, se agolpaban decenas de personas humildes, desesperadas, con sus hijos en brazos, los poderosos intentaban en cubierta ponerse a salvo por todos los medios. El caso más sangrante es el Joseph Bruce Ismay, dueño del “Titanic” y presidente de la Marina Mercante Internacional y responsable directo de la magnitud de una catástrofe mucho menor si se hubieran dispuesto los botes salvavidas necesarios, un hombre que suponemos devotísimo y piadoso pero que no dudó en montarse en un bote salvavidas sin conmoverse ante los gritos de los niños pobres y las súplicas de las mujeres a los que su ineptitud había condenado a muerte. Pero la falta de sentimientos de los poderosos tuvo también otras manifestaciones patéticas, indignantes. Ahí esta el caso de Wallace H. Hartley, director de la banda del “Titanic”, que, evidentemente, murió con su uniforme puesto: a su familia, en lugar de indemnizarla por la pérdida, la naviera “White Star Line”, propietaria del barco, le cobró el coste del uniforme que sin él quererlo le sirvió de mortaja. Y los multimillonarios John B. Thayler y William Carter, de Filadelfia, insensibles al dolor de tantas y tantas familias rotas por el naufragio, no dudaron en exigir una indemnización de 5.000 dolares por el Renault 19 de 25 caballos de su propiedad que se había hundido en la bodega del “Titanic”.

Ya digo que el “Titanic” es la metáfora perfecta de nuestro mundo. Hundido el sistema, cuanto más abajo se esté en la escala social menores son las posibilidades de sobrevivir y de capear el temporal. ¿Quiénes se salvaron mayoritariamente aquella noche helada del 15 de abril de 1912? El 60% de los supervivientes pertenecían a la primera clase: de 322 pasajeros de esta clase, se salvaron 193. Ya en segunda clase, sólo se salvaron 118 pasajeros de los 283 que pertenecían a ella. Y de la tercera clase, murieron 531 personas de las 705 que viajaban encuadradas en ese sector. De primera clase se salvó el 60%, de la tercera clase murió el 75%: las damas arrebujadas de joyas y pieles no tuvieron empacho en dejar que perecieran en los fondos del barco decenas de niños humildes que viajaban con sus padres a las Américas en busca del mundo mejor que se les negaba en Europa. Casi el 65% de las víctimas del “Titanic” se contabilizaron entre aquellas pobres gentes que no pisaron los salones y camarotes de lujo, que no habían decidido la ruta ni habían recortado en equipamiento salvavidas. Quienes mayoritariamente viajaron el fondo del océano fueron los sin voz y los sin nombre. Más o menos como sigue pasando hoy, no nos creamos la milonga que nos cuentan los políticos.

En la cubierta del barco estamos solos. Los capitanes nos observan desde la orilla lamentándose no por nuestras vidas sino por lo que vale el acero desgarrado por la roca. La única esperanza que nos queda es que en medio de la tormenta se escape un rayo y los parta.

(IDEAL, 19 de enero de 2012)

3 comentarios:

Peperuig dijo...

Ojalá los parta, pero estarán a cubierto como siempre, y como siempre los perdedores serán los mismos...

Manuel Madrid Delgado dijo...

Yo creo que si su fanatismo ideológico sigue deteriorando la situación social al ritmo actual (aumento desbocado del paro y aumento de la población que se queda sin protección social) va a llegar un momento en el que no puedan sentirse seguros. ¿Quién garantiza que, cualquier día de estos, no prenda otra vez entre las clases desperadas la chispa de la violencia política? Al paso que va, esta crisis puede resucitar entre nosotros cosas que habíamos muerto y enterrado hace muchos años.
Saludos.

Ana Laura dijo...

Brutal.