Hace cuatro o cinco años, antes de que la crisis estallase en España con la fuerza devastadora con que lo ha hecho, el gobierno de Rodríguez Zapatero se permitía el lujo de darle lecciones nada menos que al gobierno alemán: mientras las cuentas públicas españolas presentaban superávit, el presupuesto alemán se encontraba en números rojos. Ninguna voz se alzó entonces en Berlín para postular la estabilidad presupuestaria como el mantra ineludible de la zona euro, y parecía sensato que Alemania tuviera cuentas deficitarias para hacer frente a los problemas que su economía presentaba.
Hoy, sin embargo, se nos dice que cueste lo cueste y al precio que sea, caiga quién caiga, España tiene que afrontar una política económica brutal que reduzca la deuda pública y busque la consecución del déficit cero. Pero esta política no afronta el problema real, el problema último de la economía y la sociedad española: el paro. ¿Es descabellada la deuda pública española? No, no lo es, y de hecho, el Estado español es uno de los menos endeudados de la zona euro en relación con el PIB nacional. Luego resultan incomprensibles las presiones que la deuda pública española está sufriendo en los últimos meses: sólo es posible justificarlas por el interés (interés ideológico) de los mercados de presionar a la casta política para que acometa un plan de recortes de derechos. Por lo que respecta al déficit público, la conclusión puede ser parecida. Es cierto que el déficit actual de las cuentas públicas es elevado, pero nuestro país ha demostrado que en situaciones económicas favorables sabe controlarlo, por lo que el estado actual del déficit sólo puede obedecer a la coyuntura. ¿Cómo no va a tener déficit un país que ha perdido millones de trabajadores, con lo que ello conlleva de rebaja sustancial de la recaudación tributaria, y que tiene que sostener, porque es decente y justo, a millones de parados y a sus familias, aunque sea de manera precaria? Entonces, ¿cuál es el problema central de la economía y de la sociedad española? El problema central son los más de cinco millones de personas que se encuentran en paro, los millones y millones de personas que padecen cotidianamente esa situación vital destructiva. Y siendo ese el gran problema del país, toda la política económica, desde mayo de 2010, se centra en reducir la deuda y el déficit.
Los planes económicos del Gobierno Rajoy, netamente inspirados por la ideología neoliberal, pueden reducir el déficit y adelgazar la deuda del Estado. Pero no van a acabar con el paro, y comienzan a crecer las voces que avisan de que el ajuste perverso que se practicará después de las elecciones andaluzas puede acrecentar la recesión que se barrunta en el horizonte. El ajuste no es una necesidad: es una opción. Y el ajuste, haciendo que cierren negocios y que se destruya empleo y recortando derechos de los ciudadanos, va a acrecentar el sufrimiento del conjunto de nuestra sociedad. Un país no puede vivir ni funcionar inmerso en esta ola de pesimismo casi absoluto que provocan las decisiones intencionadas de quienes optan por solucionar problemas secundarios, dando de lado al problema básico. Ni siquiera saber que España vuelve a encabezar el ranking mundial de trasplantes de órganos, ni pensar en tantos y tantos científicos como investigan en los precarios laboratorios españoles o en los profesionales que magistralmente desempeñan su trabajo, luchando contra el desánimo, en hospitales o colegios o tantas oficinas públicas, ni siquiera eso puede reducir el pesimismo que respiramos y que nos alimenta. Porque sabemos que todo eso, tan trabajosamente conseguido, todo ese ejemplo de superación cívica y de decencia social, va a ir deteriorándose a medida que se recorten las partidas que lo sostienen.
¿Qué es lo prioritario? Encontrar, para el conjunto de Europa, un argumentario que se oponga a la devastación practicada por los neoliberales.
(IDEAL, 12 de enero de 2012)
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