viernes, 30 de septiembre de 2011

Personajillos de Feria. EL BEATO


La feria le gusta, es verdad, pero... pero la feria tiene un pego: le falta el salchipirri de las procesiones y el trajineo de los santos para arriba y para abajo. Para él, la feria perfecta sería una en la que además del ferial y el teatro y todas esas cosas imprescindibles para que una feria sea feria, la feria perfecta sería una feria con sus penitentes y sus bandas de tambores y trompetas dando vueltas, en plan trenecito, del ferial al Hospital de Santiago y viceversa. Pedro piensa en esa pasarela del ferial atravesada por un palio en plan paso puente de Triana, y se le pone de gallina hasta la piel de las tripas. Pero claro, como eso no es posible, pues él se ha hecho su propia feria, y el 29 de septiembre madruga como si fuese Viernes Santo para irse a esperar la procesión de San Miguel en la puerta de los frailes, y luego va atajando, corriendo aunque las calles están vacías, para ver la procesión diez o doce veces. Cuando ya ha conseguido que los pies le duelan como si fuese Jueves Santo se marcha al ferial, soñando con que un día habrá un «tren de la mantilla», un «penitente loco» o dos costaleros pisando vinos en los puestos de rigor, que servirán roscos de Jesús en lugar de barquillos... Como la lechera del cuento, llega Pedro al ferial con sus fantasías, cargado con los artilugios cofrades que en su opinión mejoran sustancialmente la vida de las casetas de las cofradías, y antes de entrar en cada una de ellas se cala el capirucho de cartón, de los de toda la vida, le da dieciocho vueltas de campana al incensario —en plan Alfonso delante de la Columna— y tararea a voz en grito la marcha de la cofradía de que se trate; luego, antes de hacer cola en la taquilla y si para entonces no lo ha echado algún directivo, se dirige a la foto de los titulares que no suele faltar en esas casetas y enciende una docena de velas, que ensimismado ve consumirse mientras piensa en lo que bien que quedaría la representación de «Maranatha» dentro de la Muestra de Teatro de Otoño y se toma la manzanilla que se le derrama en la chaqueta cuando algún gracioso llega por detrás y a voces le dice eso de «¡¡¡toooos por igual!!!».


(IDEAL, 29 de septiembre de 2011)

APOLOGÍA DE LA FERIA





Mi amigo Diego Martínez, en su Pregón de la Feria de Úbeda del pasado martes, parafraseaba al grupo de la movida “Golpes Bajos” para hablar de que corren “malos tiempos para la lírica”, y en realidad lo que quería decir es que, por extensión, corren malos tiempos para la música, para la cultura, para el arte... y pos supuesto, para la feria. En estos tiempos en los que se aplica con saña la tijera en la escuela y la sanidad públicas, en los que se recortan pensiones y prestaciones a los parados, en esta época en la que se vilipendia a los funcionarios para legitimar su bajada de sueldos, en esta edad histórica de derrumbe del modo de vida que sostenía nuestros derechos y nuestro bienestar, la feria parece un gasto superfluo y prescindible. ¿Lo es? Si comparamos el gasto de feria con los otros gastos que están siendo recortados, la respuesta es sí. Pero es que posiblemente la única respuesta válida es otra pregunta: ¿de verdad es imprescindible, es “necesario”, recortar en sanidad, en educación, en protección de la vejez y de los parados...? ¿De verdad es imprescindible recortar en feria? Basta con que uno conozca un poco el engranaje de las administraciones y sobra con leer los periódicos para comprender que hay otros muchos gastos que pueden ser recortados, o directamente suprimidos, antes de que la tijera llegue al núcleo en el que una sociedad se cohesiona cívica y socialmente. ¿Las televisiones públicas, esas máquinas de propaganda del poder, son más necesarias que las escuelas y los hospitales públicos, más necesarias que la feria? Y las embajadas e institutos autonómicos en el extranjero, los cientos de asesores de los políticos de toda laya, los coches oficiales y las pensiones vitalicias de los políticos, ¿también son más importantes que la feria? Todo lo entenderíamos mejor si asumiéramos que los recortes que se nos venden como inevitables responden a un patrón ideológico, que puede compartirse o no, pero que existe y está ahí y tiene sus propios y particulares objetivos. ¿También la feria será víctima de ese ataque a lo que es de todos, a esos elementos que ofrecen espacios comunes y libres para la educación, para curación, para la protección de los débiles... para la diversión?

Me gusta la palabra “feria” y todo el entramado significativo que evoca con sus cinco letras. Se pronuncia “feria” y se sabe que se está hablando de alegría, de diversión, de esparcimiento... pero también, y sobre todo, se está hablando de ciudad, de ciudadanos, de vecinos, de esfuerzo, de proyecto, de democracia, de civilidad, de política en el sentido mejor de la palabra, de sociedad, de pueblo, de comunidad. La palabra “feria” está cargada de significado civil y cívico y laico, pues acota un espacio en el que se convoca a todos los ciudadanos sin distingos de ideas ni religiones, sin separación por razas o por creencias. Ninguna otra celebración de las que se suceden en el calendario apuesta tan fuertemente por construir una plaza abierta en la que cada ciudadano puede concurrir con sus penas y sus alegrías, con su poco y con su mucho, con su alegría y con su tristeza, con su dios y con su duda, con su particular pasado y con la necesaria esperanza común aún por construir. Algo tan importante no puede ser recortado sin más ni aparcado sin consecuencias. Al defender la feria no se defiende un gasto inútil en teatro o carruseles o cerveza: la defensa de la feria, que es posiblemente el primero y más antiguo de los servicios públicos, es también, una apuesta ideológica y ética por lo común, por lo compartido, por lo civil, una apuesta por lo público y por lo que integra y suma y construye más ciudad, que es un reducto frente a la barbarie y un bastión de la conciencia crítica, racional y progresista, que hoy se bate en retirada.

(IDEAL, 29 de septiembre de 2011)

jueves, 29 de septiembre de 2011

LA CONDICION POLÍTICA DE SAN MIGUEL





San Miguel ha marcado, históricamente, el punto álgido en la vida colectiva de los ubetenses. Fiesta estratégicamente enclavada al final del año agrícola y comienzo del siguiente, era el momento de recontar los beneficios de la cosecha del cereal y de la vid, tan abundantes antaño en nuestras comarcas, y de preparar los sembrados para el año venidero. Era ese el momento también en el que se elegía a los representantes de la ciudad: la democracia medieval ubetense, constitucionalizada en el fuero de la ciudad, permitía participar en aquellas elecciones a quienes, poseedores de caballo y lanza, estaban en disposición de sumarse a la defensa de la ciudad, dibujándose así un sistema político peculiar en el que irremediablemente se entrelazaban los derechos y deberes de un modo que recuerda el de los viejos modelos griegos. Así, el 29 de septiembre de cada año, desde hace casi ocho siglos, Úbeda asistía a la rendición de cuentas de los políticos salientes y a la declaración de intenciones de los entrantes, mientras que en las calles la abundancia del mercado y de las atracciones permitía gastar parte de lo allegado con el trigo y el vino. El patronazgo de San Miguel es, por lo tanto, un patronazgo esencialmente económico y político: la ciudad se acoge a la protección del arcángel para que las cuentas cuadren y las cosas salgan bien, para que las lluvias riegan los campos y los gobernantes acierten en sus decisiones.

Ahora, evidentemente, no hay elecciones anuales para los cargos de responsabilidad municipal, pero algo de esa condición política del patronazgo de San Miguel ha seguido planeando sobre la vida colectiva de Úbeda. No en vano este es el momento en el que, a través de los medios de comunicación, los políticos de todos los colores y muy especialmente aquellos que tienen la obligación de gobernar, explican sus intenciones, su programa, sus proyectos para el curso venidero, y hacen balance de lo acontecido. Es el momento en el que la sociedad ubetense reflexiona y coge impulso, tan necesario en estos tiempos en que pintan bastos. Que hoy esa faceta política de la fiesta y la feria haya perdido mucho de su visibilidad no significa que no siga existiendo o que no tenga que seguir existiendo, porque es necesaria esa estela de mensajes que sirven para articular la vida de la ciudad. Aún mermada, la herencia política de los fastos de San Miguel sigue sirviendo para hacer posible esa explosión cívica que en todo caso es la Feria del patronazgo.

Porque la Feria es, sobre todo, una fiesta civil, popular, en la que Úbeda despliega todas sus potencialidades, más incluso que en Semana Santa, una fiesta que convoca sin exclusiones ideológicas o religiosas, que supone un llamamiento para todos. Es bueno que ahora que impera una ideología de exaltación de lo privado y lo egoísta, nuestras sociedades sigan empeñadas en celebrar estas fiestas antiguas pero no viejas. Porque en estas fiestas un pueblo ofrece y muestra lo mejor de si mismo, y esto es muy apreciable en una ciudad como Úbeda en la que la Feria está trufada, de un modo casi único en España, de actividades culturales y teatrales que no son un relleno de la actividad feriera sino un núcleo esencial y definitorio de la propia celebración. Por eso también hay que entender que el recorte también tiene límites cuando se habla de la fiesta, y que algo como la Feria significa tanto, implica tanto en la vida colectiva, que no es algo superfluo ni un gasto innecesario. ¿Acaso la fiesta no conforma una parte irrenunciable de la vida de toda sociedad?

Hasta la generación de nuestros abuelos todo esto se entendió mucho mejor. Nosotros, por desgracia, miramos con cierta suficiencia la Feria de San Miguel, tal vez porque estamos tan saturados de celebraciones que no valoramos lo que las fiestas del 29 de septiembre significan. Pero nuestros antepasados sí lo sabían y sí valoraban esa importancia, y eso se demuestra en los símbolos, en los ritos. Pensemos, por ejemplo, en el repique solemne y hondo del campanón de la Torre del Reloj municipal: antes de que sonase como ahora suena, más a modo de cencerro que de campana, anunciaba los momentos más importantes y solemnes de la ciudad, la llegada y la marcha de la Virgen de Guadalupe, el día del Corpus... Pero había un momento en el que la campana del Reloj sonaba y no era para anunciar una fiesta religiosa sino para hacer un llamamiento a la celebración cívica y civil, laica y popular: el 28 de septiembre, a la tarde, en medio de los cohetes, la campana llamaba a los ubetenses a presenciar el cortejo grotesco de los gigantes y cabezudos, que son la antesala procesional de la fiesta que Úbeda organiza por San Miguel para celebrar que un año más quiere seguir existiendo como sociedad.

(Diario IDEAL, 29 de septiembre de 2011)

miércoles, 28 de septiembre de 2011

YA ESTÁN AQUÍ





Mi trabajo me regala, en fechas tan señaladas como ésta del 28 de septiembre, la oportunidad de sentirme como un niño. Es imposible levantarse ahora mismo del sillón, salir de la oficina y asomarse al patio o a la antigua capilla del Ayuntamiento y no sentir un hormigueo de felicidad cuando se ven los cabezones de cartón piedra de los cabezudos apilados en el suelo enchinado y los armazones de madera de los cabezudos apoyados contra la pared, saber que dentro de muy poco tiempo hay que dar la orden para que los cohetes comiencen a anunciar en todos los cielos que la Feria de 2011 se nos echó irremediablemente encima, la orden para que el viejo campanón del Reloj toque, como antaño, anunciando el júbilo de la víspera de San Miguel por encima de los tejados. Hoy no se es el “jefe de un negociado”: hoy soy “el jefe de los gigantes y los cabezudos” y no creo que ahora haya nadie con tanta responsabilidad en ningún lugar del mundo, ni banqueros, ni políticos, ni los que están especulando con el sufrimiento de la gente. Porque dentro de un rato, cuando el engranaje de la Feria comience a crujir con su lentitud de siglos acumulados, cuando comience a funcionar todo eso para lo que con aciertos y errores pero con voluntad y entusiasmo se ha trabajado desde hace muchas semanas, cuando eso ocurra, el niño grande que ahora mismo soy tendrá en sus manos la felicidad de miles y miles de niños de Úbeda. Y esa responsabilidad, ¿quién puede igualarla?

Mi propia Feria, y ya van doce, está a punto de comenzar. Me lo dice el olor polvoriento de los ropajes de los gigantes, que comienzan a desperezarse desde el fondo de sus cajas de cartón para estar relucientes dentro de dos horas. Me lo dice este mismo cosquilleo de temor e ilusión que siento cada 28 de septiembre desde el año 2000. Los Gigantes y los Cabezudos ya están aquí.

sábado, 24 de septiembre de 2011

VOLVER A EMPEZAR





Nos cuesta a nosotros y le cuesta a la ciudad despertar del sopor, de la modorra en que nos fue sumiendo el verano con sus mañanas endurecidas de luz y sus tardes infinitas de vencejos y cigarras: cuando septiembre emboca la recta final del año, el ritmo normal de la vida —eso que hemos dado en llamar “cotidianeidad”— tiene que desatascar los coágulos de pereza y abandono que el calor y el sol todopoderoso pusieron en las arterias por las que transitan los afanes y los quehaceres, que se dejaron en suspenso, que se aplazaron, a los que se dio el permiso necesario para dormitar una siesta y para pasear por las plazas del atardecer y por las orillas del mar sin más pretensión que la de saborear la sangre y el sudor de la vida a lengüetazos, como amantes ambiciosos.

Miguel Pasquau dice que toda la naturaleza labora, día tras día, estación tras estación, para la preparación del verano: la humedad del otoño, las nieves del invierno, los vientos soleados de la primavera, son una flecha lanzada en la dirección de agosto y de julio, esos meses en los que la vida se muestra en toda su plenitud, con una lujuria pulposa y adolescente, sin ataduras, brindándose inagotable para ser disfrutada al modo pagano, como un manjar, como una ofrenda. Para Muñoz Molina el verano es un estado del espíritu: tal vez el estado perfecto, la sublimación de todos los esfuerzos que el alma realiza para concretarse en una plenitud azul y dorada. Pero... ¿qué estación del año no es un estado del espíritu? ¿Acaso en el otoño no se acomoda el hálito que somos en una estancia de nostalgias y recuerdos? Y en el invierno, ¿no le brinda el invierno al espíritu la oportunidad de ser en el recogimiento y la interiorización? Y qué decir de la primavera como hogar perfecto del espíritu que no hayan dicho ya los poetas de todos los tiempos: José Antonio Muñoz Rojas señaló acertadamente que la primavera coloca al espíritu “en trance tal de júbilo” que le hace perder “la razón del tiempo en su existencia”. Pero esa plenitud existencial que el verano nos regala ha terminado y septiembre nos enfrenta con la realidad de lo que somos, con nuestras limitaciones y nuestras desilusiones, con la falta de esperanza, con las carencias sumadas en los números del calendario y las ausencias que se acumulan en las grietas del corazón, acrecentando su sed y su ansia. Septiembre es una vuelta a la otra vida, en la que relucen los claroscuros y los grises y las tinieblas hondas, la vida en la que se acumulan los gestos torcidos y las precariedades, las limitaciones y la rabia. La vida del verano era como un cuerpo adolescente, una mentira, pero septiembre tiene el cuerpo insinuante de las mujeres maduras que se encuentran en la plenitud. Por eso, ay, septiembre es tan hermoso...

Sí, puede que la vida que iniciamos ahora carezca de la rotundidad matronal de los días de julio y de agosto, de su inflamación y voluptuosidad, puede que sea más delicada y quebradiza, pero septiembre erotiza la vida al disimularla, al velarla con horizontes violetas y pálidos, al anunciarnos su ocultamiento y la necesidad de esforzarnos en su búsqueda: al replegar la vida a los cuartos secretos de la naturaleza septiembre espolea el deseo de abrir puertas con suavidad y de descorrer velos de hojas túmidas para encontrar la vida desnuda y temblorosa, ofrecida en la penumbra, tan bella que duele al descubrirla entre los almohadones de las madrugadas frescas.

Septiembre insinúa dentro de nosotros un poso amarillo de eternidades que finalizan: el verano es la vida, vale, pero es también un espejismo construido por una luz ilusoria y prestada, y al final es necesario que retornen los colores desvaídos de las tardes de septiembre para que aprendamos nuevamente a morder la vida tal y como es, con su cuerpo generoso y sus arrugas.

(IDEAL, 22 de septiembre de 2011)

jueves, 22 de septiembre de 2011

EL OLOR DEL EQUINOCCIO




La infancia nos regaló una memoria de los olores... ¿A qué huelen los días? ¿Cuál es el olor del equinoccio? El equinoccio de otoño huele a todo el material escolar que los niños han estrenado ayer mismo: los cuadernos con sus líneas inmaculadas, las gomas de borrar con sus aristas intactas, los libros nuevos, la plastilina y el papel charol y el papel de seda. El 23 de septiembre huele como los lápices de colores a los que se les acaba de sacar punta.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

ADIÓS VERANO, ADIÓS






Adiós verano, adiós. Adiós cerveza fría, adiós campo amarillo, adiós pereza, adiós siesta, adiós niños jugando, adiós risa de los hijos, adiós pájaros que alegrásteis las mañanas, adiós libros maravillosos, adiós sed y adiós agua, adiós boca llena de sandía, adiós besos llenos como de vino, adiós luz invencible, adiós días eternos, adiós carne desnuda y brillante, adiós cuerpo de Manuel embadurnado de arena salada, adiós mar tan amado, adiós calor, adiós milagro de la noche fresca, adiós olor a vida. Adiós verano de 2011, generoso: ya estás aquí cosido en el costado de mi corazón. Adiós verano, adiós.

martes, 20 de septiembre de 2011

TRÁNSITO





Septiembre es una transición, una oportunidad maravillosa para sentir la palpitación de la vida que transita inagotable: hemos ya guardado las lecturas del verano, pero todavía no hemos acabado de decidirnos por los libros que nos acompañarán en el otoño, apuramos melocotones y ciruelas y guardamos algunos melones en la alacena mientras todavía no acaban de tomar la Plaza de Abastos las frutas del otoño, seguimos durmiendo con la ventana abierta pero ya la brisa de la noche mueve las cortinas y tenemos que taparnos con la sábana, aún siguen verdes los árboles y sin embargo el suelo ya se tapiza con la alfombra primera de las hojas amarillas. Días como de quiero y no puedo, en los que algo se resiste a morir mientras que lo siguiente no acaba de nacer, inciertos, días que dudan y tiemblan y que se llenan de nostalgias y anuncios.

lunes, 19 de septiembre de 2011

ADIÓS VERANO





Devuelvo a su lugar en las estanterías los libros de este verano: La enfermedad, de Alberto Barrera Tyzska; Capesius, el farmacéutico de Auschwitz, de Dieter Schlesak; Historia de las alcobas, de Michelle Perrot; La caída de Francia y El Maestro Juan Martínez que estaba allí, de Manuel Chaves Nogales; Intervenciones, de Michel Houllebecq; El doctor Zhivago, de Boris Pasternak; Némesis, de Philip Roth; La historia más bella de la felicidad, de André Comte-Sponville, Jean Delumeau y Arlette Farge; El Gatopardo, de Lampedusa; y muchos artículos del voluminoso tomo La II República. Una crónica, 1931-1936 de Josep Pla, un libro que se resiste a ser devuelto a Ramón Beltrán, su legítimo propietario. Dejar los libros que se han leído en la estantería es una manera de despedirse de ellos; no un adiós definitivo, porque siempre se conserva la esperanza de volver a leerlos. Una emoción al recordar las emociones que en nosotros despertaron en los infinitos días de junio, julio y agosto, en las noches refrescadas de septiembre. El verano ha terminado.

viernes, 16 de septiembre de 2011

MAESTROS





Si repasamos nuestra vida podemos descubrir cuánto le debemos a los maestros y los profesores que se han cruzado en nuestro camino: no puedo olvidar a la maestra que me enseñó a leer y a escribir en Párvulos, a los que estuvieron conmigo durante la E.G.B., a los que luego en el Instituto acrecentaron mi amor por cosas que hoy me gustan tanto. Son muchos nombres que me vienen a la memoria, muchas personas a las que profeso un agradecimiento sincero porque sé lo mucho que les debo y porque estoy convencido de que también me enseñaron a ser mejor persona. Y además me niego a olvidar que pude estudiar en la Universidad porque había becas del Estado para los hijos de los trabajadores. Confeso creyente de la educación pública, me acuerdo mucho de los maestros en este inicio del curso escolar en el que parece que un país que sostiene decenas de televisiones autonómicas y locales e instituciones tan inútiles como el Senado, no puede garantizar un mínimo de calidad y de decencia en sus escuelas públicas.

Me acuerdo de mis maestros de la infancia y de la adolescencia y pienso en esos maestros a los que este septiembre de 2011 se les tiene que estar haciendo muy cuesta arriba. Hasta ahora habían tenido que soportar trabajar en centros escolares que en muchos casos no han sido mejorados desde que se construyeron hacen treinta o cuarenta años, o que se instalaron provisionalmente en barracones de obra y todavía siguen allí. Hasta ahora habían tenido que soportar que los padres de cualquier criatura se personasen en el centro escolar y les gritaran o incluso los golpeara por haber suspendido a su niño. Nadie ha pensado nunca en las horas que tuvieron que dedicar, cuando eran jóvenes, a estudiar una carrera y a preparar unas oposiciones, y constantemente se les reprocha lo que cobran (a más de 1.500 euros mensuales se llega a fuerza de muchos trienios) y lo bien que viven. La puntilla, sin embargo, se la han dado Esperanza Aguirre y Ana Botella, que tras el baño de espiritualidad que se dieron durante la visita de Benedicto XVI, vuelven a la carga con ánimos redoblados. Qué íntima desolación he sentido desde que las oí tachar a los maestros y profesores poco menos que de vagos y de insolidarios, y qué tristeza más grande al entender que le estaban ofreciendo carnaza a una sociedad que desprecia a los maestros y a la que los políticos le dan argumentos para actualizar la vieja y odiosa creencia de que viven de puta madre y disfrutan de unas vacaciones de órdago. Después de lo que dijo Esperanza Aguirre me imagino al maestro de turno soportando que un padre le grite que él, que gana como un ministro y trabaja como un cura, no puede decirle cómo tiene que comportarse su hijo en el aula ni cuánto tiene que esforzarse para aprobar y que lo que tiene que hacer es trabajar más y predicar menos. Aguirre y Botella han dejado a los maestros y a los profesores desnudos frente a las inclemencias de una sociedad que ya de por sí valoraba muy poco su valiosísimo trabajo.

Es difícil que este país pueda acabar con atrocidades como la del toro de la Vega de Tordesillas mientras su escuela pública es puesta en la picota por quienes más obligados están a cuidarla y mejorarla. La educación pública, con sus maestros y sus becas y sus colegios humildes que no pueden competir con los pomposos centros privados y concertados, es el elemento central del Estado del Bienestar: ha sido la educación pública la que ha permitido reducir las desigualdades entre clases y la que ha posibilitado el mínimo ascenso social que se ha producido en España. Ahora que vienen dispuestos a desacreditarla antes de desguazarla, no sé me ocurre mejor homenaje a tantos y tantos maestros que están siendo juzgados y condenados moralmente que, simplemente, decirles GRACIAS.

(IDEAL, 15 de septiembre de 2011)

jueves, 15 de septiembre de 2011

PUNTO Y FINAL





Hemos llegado al punto en el que resulta imposible entender qué es eso a lo que nos enfrentamos: crisis, recesión, debacle, depresión, hundimiento. O, simplemente, fin de un mundo, de una época, de una civilización, una encrucijada similar a la de la entrada de los bárbaros en Roma o de los turcos en Constantinopla, a la de la toma de la Bastilla o la implosión del Imperio Austro-Húngaro. Los datos, las cifras, las reflexiones, todo parece tocado por la locura y el desvarío, todo parece imantado por la desorientación y el terror a una tiniebla de dimensiones desconocidas. Grecia ya se ha adentrado en el abismo y es sólo cuestión de tiempo que reconozca la bancarrota y la miseria. Hay tanto miedo que los ricos andan, en Francia y Estados Unidos, pordioseando para que sus gobiernos les impongan un impuesto, porque saben que tiene que llegar el día de la ira y de la justicia de las masas excluidas, y porque quieren demostrar que son caballeros cristianos que no se merecen que sus cabezas sean paseadas como trofeos de la rabia por las avenidas. El futuro pinta tan mal que quienes tienen dinero están dispuestos a pagarle al Estado y a los bancos suizos para que se lo guarden en la seguridad de la deuda pública suiza y de las cajas fuertes de Zurich. Las palabras ya nadie sabe lo que significan, si es que significan algo, y la democracia es un espantajo que tiembla de miedo cada vez que oye la palabra “recorte” en boca de algún político que se las da de responsable. Y al fin y al cabo ¿qué significa ya la propia palabra “responsabilidad”? Y “crisis”, ¿qué significa cuando ya no sirve para nombrar la situación que padecemos? ¿Y “austeridad”? ¿No ha sido acaso pervertido su significado para poder justificar todas las tropelías de los políticos y los banqueros contra los derechos laborales y sociales, contra los derechos civiles y políticos sobre los que se sustentan las democracias?

¿Pesimismo? No sé... Pero, ¿ofrece alguien algo mejor que esta angustia que se está instalando en el fondo de nuestros corazones? ¿Alguien conoce una salida? ¿Alguien puede decirnos con seguridad que nuestros hijos van a tener una vida digna, que van poder seguir yendo a la escuela, que van a ser atendidos en los hospitales si se ponen enfermos? ¿Hay alguien capaz de garantizarnos que no vamos a quedarnos desnudos en medio de la tormenta, que no va a faltar el paraguas que nos ampare? ¿Quién puede garantizar que el cielo de lo tan trabajosamente conseguido por nuestros abuelos y nuestros padres, esos derechos básicos que han aumentado la igualdad entre clases y han garantizado el bienestar de millones de seres humanos, no va a ser dinamitado sobre nuestras cabezas, aplastando el futuro y dejando un reguero de odio, de rencores y de revueltas?

¿Catastrofismo? ¿Y como no sentir que se galopa a lomos de la catástrofe, sobre la esfera reluciente de una bomba a punto de estallar, si quienes hasta ayer se decían conocedores de los misterios de la economía hoy están tan desorientados como nosotros y sus caras tienen pintadas un miedo igual al nuestro aunque por motivos diferentes?

Imposible sacudirse esta asfixiante sensación de que vivimos el fin de algo: de un ciclo, de una era, de una época. La única diferencia con otras situaciones históricas igual de dolorosas, es que antes hubo siempre un recambio, una alternativa, un modelo que sustituía al caduco y derrumbado. Hoy, sin embargo, se acaba algo sin que nazca nada y el abismo se espesa cada día que pasa delante de nosotros

(IDEAL, 8 de septiembre de 2011)

lunes, 5 de septiembre de 2011

EL SEÑOR Y LOS SEÑORES





¡Qué foto, Señor, que foto! Helos ahí, impasible el ademán, absolutamente convencidos de sus verdades, durante la visita de Benedicto XVI a España. Desconozco el contenido de los discursos y homilías del jefe de la Iglesia Católica durante esos días; no se si les habló a sus jóvenes y no tan jóvenes de piedad, de solidaridad, de compromiso social, de compasión para con el que sufre, y desconozco si esas palabras, caso de haberse pronunciado, han operado algún cambio en el interior de quienes las oyeron arrebatados. En cualquier caso ni Rato ni Botín debieron darse por aludidos: ellos van a misa, confiesan, comulgan, se calan su sombrero blanco de peregrinos, mientras dejan en la calle a decenas de familia y piden que se recorten los derechos de los trabajadores y las prestaciones sociales. Una cosa es predicar y oír prédicas y otra dar trigo. Como diría mi primo Rubén, no sólo de robar (y de hacer daño y de infligir sufrimiento) vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Benedicto. Estos tipos sí que han entendido bien que al Dios hay que darle lo que es de Dios, las oraciones y las buenas razones, y al César todo lo demás.

viernes, 2 de septiembre de 2011

¿QUÉ MÁS?





Con qué diligencia han atendido socialistas y populares los dictados de los dueños de nuestras vidas. Esa Constitución —intocable cuando se trata de modificar el sistema electoral o el régimen autonómico— se está modificando a prisa y corriendo, al final de la legislatura y tomándonos a todos por idiotas, para obedecer las órdenes de quienes están arruinando nuestras vidas y las de nuestros hijos: la Unión Europea, el euro, las agencias de calificación, los banqueros, los mercados. Es la democracia reducida a pura burla, la democracia convertida en una charlotada que nos entretiene con la migajas de unos derechos —elecciones, libertad de expresión o reunión— cada vez más hueros mientras lo realmente importante se cuece en otros sitios. Porque no, no es verdad que la reforma de la Constitución sea una reforma menor: ideológicamente, la introducción del déficit cero en el articulado constitucional supone una modificación sustancial, una quiebra de su espíritu.

Durante el siglo XX las constituciones europeas se sustentaron en una amalgama ideológica en la que convergían liberales y socialdemócratas, la democracia cristiana y el catolicismo social. La Constitución de Weimar, la española de 1931, la Ley Fundamental de Bonn o las constituciones francesas de 1946 y 1958 son ejemplos de ese constitucionalismo europeo que entendió que las democracias sólo podían funcionar y superar los dramas del periodo de entreguerras si integraban a toda la sociedad y superaban las contradicciones generadas por las abismales diferencias sociales y económicas: había conciencia de la necesidad de meter en cintura al mercado y de poner coto a la codicia. Esas constituciones se inspiraron en la solidaridad y en el afán de sumar intereses y voluntades para garantizar la convivencia pacífica, alentadas por el keynesianismo europeo y por el New Deal estadounidense: en esas fuentes bebió la Constitución Española de 1978, posible, también, por el deseo social de recomponer una nación machacada moralmente por una dictadura sin entrañas que hasta el último día habló de vencedores y vencidos.

Mientras lo mejor de los constitucionalistas europeos trabajaban en esos textos, aparecía Camino de servidumbre, la obra de Friedrich Hayek que clama contra la planificación económica, el gasto público y el control del mercado, que para el austriaco no es un invento del hombre para satisfacer sus necesidades sino un elemento moral surgido espontáneamente y que por ello no puede someterse a los dictados políticos de la democracia: ¡cuánto se parece esa reclamación de la espontaneidad de los mercados a los discursos de los dictadores fascistas en los que se aborrecía del pensamiento y se postulaba una espontaneidad juvenil, viril, de la raza o de la patria! La filosofía de Hayek, sin embargo, no podía tener cabida en las constituciones de la postguerra: chocaba, frontalmente, con la sensibilidad social de todos los que se habían sumado al pacto democrático surgido de las ruinas de Europa.

Ahora, sin embargo, los postulados antidemocráticos de Hayek se han colado en nuestra Constitución: el poder de devastación del neoliberalismo es tan grande, que una sola frase neoliberal en un artículo de la Constitución basta para corromper todo sistema. Que además la reforma se haga como se está haciendo, agrava la cuestión: legítimamente todos aquellos que creen en la solidaridad (socialdemócratas, cristianos, social liberales...) pueden sentir que esta Constitución ya no es la suya, legítimamente nacionalistas o republicanos pueden exigir el cambio constitucional que más convenga a sus intereses. El pacto constituyente de 1978 ha saltado por los aires, estamos liberados ya de cualquier lealtad ética para con la Constitución: ¿qué más nos van a pedir la Unión Europea, el euro, las agencias de calificación, los banqueros, los mercados?

(IDEAL, 1 de septiembre de 2011)

jueves, 1 de septiembre de 2011

«CALABAZO»





Qué verano, señores, qué verano. ¿No habíamos quedado en que durante estos días de calor también la historia tendría que tomarse un descanso y suspender sus revueltas, sus guerras y sus crisis? Y sin embargo ha ocurrido todo lo contrario: se ha desmadejado y se ha desmelenado el verano y julio y agosto de 2011 pasarán a los anales como una inagotable fuente de noticias. Que si la derrota de Gadafi, que si la reanudación de las hostilidades entre judíos y musulmanes, que si el enésimo intento (esta vez parece que definitivo: ¡hasta la victoria siempre!, gritan los nuevos revolucionarios del egoísmo) del neoliberalismo por destruir definitivamente el Estado del Bienestar, que si la amenaza que se cierne sobre nosotros con la propuesta de reforma constitucional propuesta por el finiquitado Rodríguez Zapatero, que si el auge de la religión como leiv motiv de nuestra época y el repliegue de los valores cívicos y laicos, que si la permanente burla de Bildu para con las víctimas de ETA… Y, por supuesto, los altercados habidos en Inglaterra a mediados de mes.

De todos los sucesos del verano, quizás estos incidentes de Londres y otras ciudades inglesas son los más representativos del tiempo que vivimos. No sólo por su trasfondo social y económico: es cierto que en gran medida el odio, la rabia expresada en los incendios y los crímenes cometidos por las hordas bárbaras de Inglaterra reflejan la realidad de una sociedad que se va quedando sin mecanismos de integración y que cada vez manda al pozo de la exclusión a más y más personas, sin piedad ninguna. Pero en lo sucedido en Inglaterra hay algo más, algo más profundo, más terrorífico. Se ha incendiado y se ha saqueado como consecuencia de unas políticas económicas que han destruido esa gran obra civilizatoria que fue el Estado del Bienestar, pero no menos cierto es que en el fondo de toda la explosión social de Inglaterra ha aleteado el espíritu de los abismos profundos: el espíritu del abismo nihilista y hedonista en el que viven generaciones enteras que han pasado por una escuela en la que no quedan referentes de valores. Y no me refiero a los valores que ha defendido en Madrid Benedicto XVI, sino a esos otros valores mucho más necesarios para la convivencia y para la paz y para la democracia, los valores de la tolerancia, de la solidaridad y la libertad, de la autonomía personal, del compromiso cívico y político. Todo eso, todo, ha desaparecido del espacio público europeo y es algo desconocido para nuestros jóvenes y nuestros niños. El respeto para con los otros, para con sus derechos y sus libertades, ha desaparecido y hoy sólo parece ser bueno y defendible lo que satisface los deseos más primarios de cada uno de nosotros.

No es necesario haber estado en Londres para ver esta durísima y negra realidad. Veraneo en Garrucha, en una tranquila urbanización mayoritariamente habitada por familias: padres con sus niños, abuelos con sus nietos, alguna que otra pareja de novios… Sin embargo, el fin de semana pasado acudieron a pasar unos días un grupo de diez o quince jóvenes y jóvenas, capitaneados por uno que se hacía llamar “Calabazo”. El sosiego con el que hasta ese momento se había vivido el verano en ese rincón de Almería se vio roto de repente: para estos nuevos bárbaros, que gracias a la LOGSE y una estúpida y peligrosísima concepción de la libertad carecen de las más mínimas nociones de respeto hacia los demás, la urbanización se convirtió en una especie de coto particular en el que poder hacer lo que les viniese en gana. Gritar por las noches, bañarse en la piscina en horas en las que está prohibido, beber en las zonas comunes, insultar al conserje… Todo era legítimo en su averiado código de comportamiento: un Londres en pequeñito. Y todo era comprensible al ver la cara de tonto de baba de “Calabazo”: lo que más debe preocuparnos, como padres y como ciudadanos, es que nuestros hijos puedan un día ser capitaneados por alguien así.

(IDEAL, 25 de agosto de 2011)