Para las leyendas de la antigüedad se necesitaba una guerra, una batalla, un cóctel de amores imposibles, pero para las leyendas de la sociedad postmoderna basta con una voz tan poderosa como ésta, con una música tan hiriente, con una vida tan descarriada entre las drogas y el alcohol. En lo único en lo que se parecen todas las leyendas de todos los tiempos es en la juventud con que la muerte se presenta. Amy Winehouse es ya una leyenda del siglo XXI en la que se consuma el prototipo de humanidad sin sentido y asediada de soledades y abismos que todos somos: es como hubiera dejado las maletas de la vida, sin deshacer, en las puertas mismas de la vida para adentrarse desnuda por los pasillos de la consumación de la tragedia, en las habitaciones soleadas donde el soul expía los pecados.
De todas las canciones de Winehouse ésta es la que más me gusta: en “Back To Black” su voz alcanza un registro prodigioso de belleza, como si cantara con el fondo de la carne descarnada en la que ella se obstinaba en morir, como si con la voz quisiera registrar un eco antiquísimo de desolación, cómo si pudiera cantar con el bronce viejo de las campanas. Qué belleza tan triste, que hermosura tan sinsentido, qué música tan intensa, qué bellísima canción, qué eternidad.
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