martes, 31 de agosto de 2010

Cartografías de verano. JUAN PASQUAU O UN TRATADO DE JAÉN




LAS MIRADAS DE PASQUAU

Juan Pasquau es uno de los mejores y más originales escritores jiennenses del siglo XX, que, al modo de los más grandes escritores occidentales, convirtió el artículo de prensa en un bisturí desde el que aproximarse a la compleja realidad del hombre sin renunciar a la esencial belleza de toda palabra literaria. Y así, sus artículos se convierten en pequeñas piezas literarias, en breves ensayos henchidos de líricas aspiraciones. Fue, Juan Pasquau, un hombre tenaz –lo son todos los que intentan desvelar los misterios de la existencia– que a lo largo de cientos de artículos periodísticos construyó una red de filosofías, todas ellas tan acertadas que siguen estando vigentes si no como programa sí como interrogante que aún se dirige a nuestro centro vital; y digo que construyó Juan Pasquau una red de filosofías y no una filosofía, porque el pensamiento del ubetense es heterogéneo, rico, múltiple, de tal modo que no hay faceta de la vida sobre la que –con el gesto amoroso de la abeja que se posa sobre la amapola– no hiciera pasear su mirada, no adentrarse la lanza de su agudo pensamiento para intentar desmadejar lo tantas veces inexplicable.

Esta riqueza de miradas, esta variedad de miradas, nos permite obtener de Juan Pasquau una filosofía sobre Dios –la teología de Pasquau es de urgente reivindicación, por su intimismo y claridad–, una filosofía sobre el hombre, una filosofía sobre la sociedad, una filosofía sobre la familia, una filosofía sobre su Úbeda –y es tan intensa su reflexión sobre Úbeda, que sin conocerla no puede comprenderse ya la ciudad que lo vio nacer–, una filosofía sobre las tradiciones... y una filosofía sobre Jaén. Pero esta pluralidad de miradas, estas muchas maneras de mirar, este posar los ojos sobre muchas realidades, libra a Juan Pasquau del estigma de los inquisidores; no significa esto que no tenga Juan Pasquau un puñado de ideas constituyentes de su visión, de sus visiones, del mundo, pero sí implica una generosidad espiritual tal que uno, al leer a Juan Pasquau, tiene la certeza de no estar ante una obra que pontifica sino delante de una obra que dialoga, que zarandea nuestras seguridades con una fina, finísima, sugerencia de que siempre podemos estar equivocados. Por eso, el creyente Juan Pasquau no parece un hombre de púlpito sino un hombre de plazas y campos, tan franciscano.

UNA TIERRA PARA EL YO

Aunque muchos de sus artículos aparecieron publicados en la prensa provincial –IDEAL es buen ejemplo de la aportación literaria y filosófica de Juan Pasquau–, diarios de tanto prestigio como ABC contaron durante largos años en la nómina de sus colaboradores con Juan Pasquau. Esto hizo posible que tantas y tantas reflexiones de Pasquau sobre su tierra natal, Jaén, no quedaran circunscritas a la prensa más del terruño sino que rebasaran nuestras fronteras dando a conocer los valores de Jaén al conjunto de los españoles. Porque Juan Pasquau estaba convencido, plenamente convencido, de que Jaén era una tierra de valores, y así lo dejó expresado en el prólogo de un libro de José Chamorro Lozano, cuando decía que «Jaén nunca estuvo en el escaparate, sino más bien en la trastienda. Sus méritos espirituales, artísticos, históricos, económicos, rara vez fueron exhibidos. En parte, por el recato natural de nuestra provincia, pero, más recientemente, también a causa de la inversión de valores operada en el tiempo.» Y frente a esa inversión de los valores que, poniendo en almoneda lo íntimo e interno de los hombres, deshumaniza la humanidad del ser humano y sustituye los valores constituyentes de su condición –y el primer valor derrocado ha sido el valor de la interrogación, que es fuente de toda sabiduría y todo conocimiento: el hombre ha dejado de ser un animal que se pregunta–, Juan Pasquau construye y alimenta un tratado de Jaén en el que resalta su condición de paraíso para lo específicamente humano. En Jaén, el hombre puede detener la vorágine estúpida del tiempo de la modernidad y puede mirar hacia sus pozos internos, hacia sus fondos íntimos, y puede volver a interrogarse, reanudando la larga marcha, el camino sin fin, hacia la búsqueda de qué sea lo humano. Jaén, así, se ofrecería como refugio y trinchera contra la deshumanización, porque tal y como señala Simone Weil «No poseemos nada en el mundo –pues el azar puede quitárnoslo todo– sino el poder decir “yo”.» Y Juan Pasquau supo adentrarse tan lúcida y sosegadamente en los entresijos de Jaén que descubrió que sigue siendo uno de los pocos lugares en los que es posible decir yo.

LO ESTÉTICO Y LO TRASCENDENTE

En 1980, poco después de la muerte de Juan Pasquau, el Instituto de Estudios Giennenses recopilaba sus artículos sobre nuestra tierra en un libro de urgente reedición titulado “Temas de Jaén”. En él, más de ochenta artículos nos permiten aproximarnos al pensamiento jiennense de Juan Pasquau. No están recogidos todos los artículos dedicados por Juan Pasquau a Jaén, pero los que hay son de tal fuerza literaria y tan profunda capacidad de pensamiento y evocación, que son suficientes para esbozar qué sentía Juan Pasquau por Jaén y cómo entendía a éste territorio fronterizo, quizá con un poco de misterio, quizá como una mística de elevación hacia lo divino, quizá como un paseo entre olivos que fortalece el ánimo.

Por estos artículos aparecen muchos pueblos de Jaén –la capital, Linares, Andujar, Cazorla, Quesada, Ibros, Alcalá la Real, Mengíbar, Úbeda por supuesto, Martos, Baeza...–; hombres aquí nacidos o que aquí dejaron su impronta imperecedera –Andrés Segovia, Zabaleta, Vandelvira, Antonio Machado, Gallego Díaz, Fernández Almagro o, siempre, San Juan de la Cruz–; el cuerpo insepulto del obispo Suárez de la Fuente del Sauce, los niños vestidos de morado en la procesión de Jesús, el Viernes Santo de Úbeda, el «Descenso» de la Virgen a Jaén, los romanos del Cristo de la Humildad de Úbeda...; los cortijos y las serranías de Cazarla y Mágina que se divisan desde la habitación en la que escribía; los madrugones de los aceituneros y el esparto y la cerámica; y los infinitos campos de olivares marcados por la visión machadiana, siempre tan tristes, tan cansados, tan pensativos, tan viejos... La mirada es minuciosa y delicada, porque minucioso y delicado es el tejido existencial que Juan Pasquau descubre en Jaén, cuya variedad de paisajes unifica una visión de Jaén hecha de estética y trascendencia. Y estos dos conceptos son esenciales para comprender la filosofía de Pasquau sobre Jaén, que es un territorio hermoso –«todo en él es veraz, luminoso»–, pero también un territorio hecho para colmar la sed que tiene el hombre pues carece de frivolidades, de énfasis.

En esta tierra, Juan Pasquau descubre una intensa belleza que se disimula, pudorosa, porque sabe que lo que vale no es tanto lo que se enseña, el perfil de lo de fuera, como lo que se esconde, el perfil del espíritu. «En los pueblos ricos de geografía e historia es más fácil al espíritu encontrar agua propia, agua de su pozo», escribía en ABC el 20 de septiembre de 1963, y ese pensamiento realizado en Cazorla sirve para el conjunto de Jaén, que sería para el Cronista de Úbeda una tierra que facilita al espíritu de cada uno la búsqueda de sus veneros, puros e incontaminados de aderezos y postizos externos. Y, pensando en Úbeda, decía que era una ciudad pero «a la medida del hombre»; esto también puede predicarse de toda Jaén, que sería una tierra en la que todavía el hombre descubre que las medidas son abarcables, que no lo sojuzgan ni lo difuminan, porque el paisaje y los pueblos giennenses ensanchan un espacio moral lo suficientemente amplio como para que las personas que aquí nacemos y las que aquí llegan respiremos sin riesgo de asfixia espiritual. Antes al contrario, Jaén agranda con ventoleras de aire limpio –aire venido de la tierra húmeda y las alturas infinitas– los pulmones del alma humana. Y es que al leer los artículos de Juan Pasquau sobre Jaén, entendemos que Jaén sirve –que Jaén es necesario– para perfilar, para acrecentar el perfil espiritual del hombre postmoderno, herido de deshumanizaciones.

Juan Pasquau convierte a Jaén en una esperanza –una última esperanza– para la rehumanización del hombre... ¿Será por esto que nos cuesta tanto mirar el mundo, mirar Jaén, desde las miradas de Juan Pasquau?

(Publicado en IDEAL el 21 de agosto de 2010)

2 comentarios:

Fernando Gámez dijo...

Se ve que conoces bien a D. Juan Pasquau, supongo que a través de sus múltiples y extraordinarios escritos. ¡Enhorabuena!
Para mí, que lo conocí personalmente, aunque no en profundidad como otros colegas docentes, la lectura de tu artículo me ha llenado de satisfacción y suscribo todo lo que de él dices.
Con el paso de los años lo admiro más y siempre lo he tenido como uno de mis modelos en muchos aspectos de la vida.
Gracias Manolo por traer la figura de D. Juan a la consideración y al conocimiento de muchos de tus lectores, que quizás no lo conozcan tan bien como tú.
Un abrazo.

Manuel Madrid Delgado dijo...

Reconozco que cada día me parece más atrayente y sugerente la figura de Juan Pasquau y, más exactamente que su figura o su personalidad, la profundidad y cualidad de su pensamiento, que es un modelo con el que se puede discutir en cuanto a los contenidos pero que es digno de seguir en lo relativo a la forma de expresión, tan serena, tan amigable, tan bella literariamente.
La gran lástima es que esta figura esté casi completamente olvidada y que ninguna institución (ni el Instituto de Estudios Giennenses ni por supuesto el Ayuntamiento, caso perdido) se hayan dedicado a recopilar y publicar la obra de Juan Pasquau, un autor grande.
Un abrazo.