sábado, 3 de abril de 2010

LAS PENITRONCHAS



Hubo un momento en el que, herederas de aquellos cofrades de Santa Elena que se fusionaron con la hermandad de Jesús en agosto 1638, las mujeres ubetenses, con la cara tapada, comenzaron a procesionar el Viernes Santo en larguísimas filas sin orden, detrás del guión de la Cofradía nazarena. Formaban un abigarrado conjunto casi monocromático, de mujeres de todas las edades vestidas de negro o de morado, con sus caperuces imposibles y sus cruces de madera negra y astillada al hombro, un conjunto “esperpéntico” pero de ubetensísimo sabor que alguien debió sacar de un cuadro de Gutiérrez Solana. Mujeres humildes, personajes anónimos que la tarde del Jueves Santo –mientras las señoras iban a los oficios con sus mantillas– daban lustre a sus cruces y a sus rosarios, y que luego, cuando el reloj de la Plaza daba las seis, salían de los portalones de sus casas con la cruz al hombro, muchas de ellas descalzas. Y llegaban a la Plaza de Santa María y allí esperan a que saliese Jesús –“su” Jesús–, y terminado el “Miserere” de don Victoriano, comenzaba la batalla campal para coger un buen sitio, cerca de los penitentes. Y ésta –que vivía junto a Santo Domingo y venía cumpliendo promesa porque su marido había sanado de una hernia– alegaba que había llegado cuando no había “naide” en la Plaza. Y esta otra –vecina de San Millán y que había prometido salir con Jesús si su hija paría bien– decía que nada de eso, que la primera en llegar había sido ella y que ahí estaba el alguacil del Ayuntamiento para dar fe. Y la que lleva un cordón amarillo sobre un estropiciado vestido de un descolorido morado –sale todos los años, porque “el milagro fue muy gordo”, y viene descalza desde su casa de la calle Paraíso– dice que su marido y sus hijos son penitentes de Jesús y que van con un varal y que por eso ella tiene derecho a salir la primera. Y esta, y la otra, y la de más allá… y todas se quejan, y todas empujan, y toda protestan, y todas quieren ser las primeras y todas tienen más méritos o más años o…

Se perdieron las “penitronchas” –paradigmático nombre que describe a la perfección a aquellas tronchadas penitentes– de la procesión de Jesús. Fueron, muchos años, la única manera que las mujeres ubetenses tenían de participar en las procesiones de Semana Santa, que eran “cosa de hombres”. Bajo sus caperuces se quedaron los nombres anónimos, perdidos, de mujeres de fe sencilla, popular, profundísima, a Jesús Nazareno.

(Publicado en Diario IDEAL el 2 de abril de 2010, Viernes Santo)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Este año han salido integradas en la procesión, creo que tras el trono del Cristo. Me gusta que no se pierda esta bonita tradición. Muy buen artículo, Manolo.