miércoles, 11 de febrero de 2009

CARTA A MANUEL





Cuando naciste la tarde del jueves pude comprender como un solo gesto basta para acabar con todos los sufrimientos. Durante muchas horas tu madre estuvo luchando contra el dolor gigante y contra el desánimo, porque te resistías a abandonar ese paraíso que durante nueve meses ha sido tu casa –¿te ha contado alguien como anda el mundo y por eso no querías venir?–, durante mucho tiempo el tiempo parecía eterno, y de pronto apareciste tú en un vendaval de sangre y mucosidades, con tus cuatro kilos y medio de carne que se humedecerá de mar y que amará y con tus ojos grises abiertos como queriendo indagar qué es esto que nosotros hemos querido regalarte. Comprendí entonces lo que es ser hijo –no te pienses que a estas alturas tengo muy claro lo que es ser padre–, pero sobre todo comprendí lo que es la emoción de la vida, que no es otra cosa que una felicidad radiante conseguida tras muchos dolores y no pocos gritos. Al verte he entendido definitivamente que el mayor regalo es vivir y que vivir es eso que tú y tu madre hicisteis ayer, luchar contra todo lo que se opone a la vida, tan hermosa.

Te tenía entre mis brazos mientras curaban a tu madre, y pensaba en mis padres y en la emoción que sentirían al poder besarte, en mis hermanos, en todas aquellas personas a las que quiero y que sé que por quererme a mí te querrán y te cuidarán a ti, pensaba en todas aquellas personas a las que quiero y que ya no están y que se llamaron Manuel, Juana, Juan, Antonio, Manolo... porque sé que desde el incierto lugar en el que ahora habiten estarán mirando embelesados tus mofletes de color de granada y tus muslos arrugados. Y pensaba –¡cuánto corre el pensamiento en un instante de felicidad!– en todo aquello que soy, en las muchas herencias que me siento en la sangre, en las contradicciones y los lugares en los que viví y en los que me habría gustado vivir, en todos los versos que he leído y en las canciones que me gustan y en la música que tú has escuchado cuando eras eso mismo que eres ahora –promesa, futuro, plan intacto de vida por hacer– pero no tenías rostro ni llanto ni ojos con los que devorar al mundo y encantarnos a nosotros.

Algún día tú sentirás estas mismas cosas que yo sentí al verte llegar al mundo y comprenderás entonces como el amor por la persona que se quiere y con la que se trazan los planes de los hijos es capaz de desbordase en gestos diminutos –una caricia que toca el sudor, un beso sobre las lágrimas–. Para eso, hijo, todavía te quedan muchas puertas que abrir, muchos caminos que recorrer. Perderás la memoria del momento terrible que viviste al recorrer el sendero doloroso que unía el vientre de tu madre y la vida acá en este lado, pero yo no quiero esconderte que no todo te resultará tan plácido como hasta ahora, pero yo quiero que sepas que en tu vida se cruzarán personas maravillosas o que al menos para mí son maravillosas –tus abuelos, tus tíos, mi familia incontable, mis amigos que ayer se emocionaron al verte: de todos formas ya, tan pequeño, parte de sus vidas– y otras que no lo serán tanto, porque no creo que sea justo que te oculte que los malos no sólo están en las películas. Y quiero que sepas desde siempre, y que nadie te engañe en esto, que junto a momentos en los que te parecerá que el corazón puede estallarte de alegrías y esperanzas, habrá otros en los que creerás que estás hecho de cristal y te sentirás quebradizo y frágil como una melodía de Mahler. Pero también me gustaría que cuando vieras tornase oscuros los cielos de tu vida, tuvieras a mano esta carta que escribo cuando están calientes todas las emociones de tu nacimiento, para que puedas comprender entonces que se vive porque la vida duele y que el dolor es muchas veces promesa de algo tan hermoso como tú, y que no cabe cerrar los ojos ante el gris de horizonte ni soplarle a las nubes para esperar que salga el sol, sino que hay que levantarse y andar, andar siempre, buscar siempre sonrisas. En este momento me gustaría ser un poeta que escribiera una canción para ti y te dijera que “la vida ya te empuja como un aullido interminable” y que estás obligado a ser feliz, a hacer la felicidad para ti y para los otros hombres porque “tu destino está en los demás/ tu futuro es tu propia vida/ tu dignidad es la de todos”. Perdona, hijo mío, que haya tomado prestadas estas palabras hermosísimas de un poema que José Agustín Goytisolo escribió cuando nació su hija Julia, pero todo lo que yo quería decirte está dicho ya por el poeta.

En un par de años te llevaré vestido de morado por los caminos del Viernes Santo que mi familia ha andado desde hace muchas generaciones, pero un día del que ni tú ni yo nos acordaremos querrás andar todos tus andares sin darme la mano. Sólo te pido que entonces, cuando ya seas realmente tú –con tus memorias y tus futuros y con errores y aciertos que serán tuyos– si desfalleces, si te sientes caer, si piensas que no eres capaz de diseñar una alegría para tu vida, o si crees que fue injusto el hecho de que tu madre y yo te trajéramos a este mundo donde tanta mala bestia existe, te acerques a esta carta que hoy tremola de emociones tan intensas que mis palabras torpes sólo pueden balbucirlas, y entiendas que aunque me equivoque y te falle a veces, a lo largo de mi vida sólo habré querido amarte y darte lo mejor. Pero sobre todo me gustaría que comprendieses el día en que leas esta carta que vivir es la aventura más hermosa que nunca podrás disfrutar y que desde el 5 de febrero estás obligado a vivir. Tu vida es el regalo que te hacemos tu madre y yo y a mí me gustaría poder morirme un jueves lejano sabiendo que tú regalaste tu vida para hacer un mundo mejor: entiende que para eso basta ese gesto pequeño tuyo de mirar el mundo con tus ojos grises, como queriendo comértelo, generoso.

Hijo mío, soy feliz. Hoy te lo debo a ti. Ya sabes que te debo una: nos vemos en el camino de la vida y allí intentaré pagarte con lo mejor que tenga o con los más claro que sea.

(Publicado en Diario IDEAL el 8 de febrero de 2009)

6 comentarios:

Francisco Sierra dijo...

Genial. Enhorabuena por todo.

Diego de la Cruz dijo...

Amigo Manolo, además de mi más sincera enhorabuena, te envío también un fortísimo abrazo de Pepa y de tu Paqui, ambas dos del Hospital de Santiago. Te diré que he visto cómo se les saltaban las lágrimas al leer esta carta. Reiterando nuestra felicitación, te rogamos la hagas extensiva a Magüy.

Francisco Javier Torres López dijo...

Mis felicitaciones. Os deseo que sepais educarlo y disfrutarlo mientras podais. La vida a veces tiene cosas buenas y hay que saber aprovecharlas. Abrazos

Manuel Madrid Delgado dijo...

Muchas gracias a todos por vuestros comentarios. Por ahora, la aventura de ser padres está resultando agotadora, pero es verdaderamente maravillosa. Nunca había sentido algo tan extraño como lo que siento estos días: supongo que eso es la felicidad.
Un beso a todos.

Anónimo dijo...

Enhorabuena Manolo. Mucha salud para criarlo, porque amor, os sobra un montón. Felicidades

Anónimo dijo...

El dia de la inauguración de los actos del 50 aniversario del campamento le pregunté a varias personas por vosotros y por Manuel, Mari Paz la hermana de Maguy me dijo que todo muy bien y Rocio Alvarado me enseñó incluso una foto. El niños es un monada y una hermosura, no me extraña que a la madre le costara que saliera...El artículo "Carta para Manuel" me ha puesto los ojos llorosos, porque me ha recordado todas esas sensaciones que se tienen cuando tienes un hijo pero que no sabes expresar, ni de una forma parecida cómo lo hace Manolo... Enhorabuena de corazón. Un abrazo. Luisa.