viernes, 21 de diciembre de 2007

...Y NO VOLVEREMOS MÁS



Estremece escuchar el villancico: “la Nochebuena se viene, / la Nochebuena se va, / y nosotros nos iremos / y no volveremos más”. Sorprende que algo así se diga en un villancico, que al fin y al cabo es oración cantada. Esos versos resumen toda la desesperanza de la vida: son la versión navideña del “vanidad de vanidades y todo vanidad”. Son la letra de la desilusión, de una derrota, tal vez el canto para constatar que todo pasa y que lo nuestro es pasar…. ¿Y entonces la esperanza?… ¿y entonces la fe?… ¿y entonces la promesa de la eternidad?… Ah, poco pueden esperanza, fe y eternidad cuando en la tarde de Nochebuena las mareas de la melancolía dejan sobre las playas del corazón los naufragios de lo que fuimos, la memoria de lo que no podremos vivir. Sí, la Nochebuena declina un acorde de nostalgias: porque allí duermen algunos de los mejores recuerdos en los que soy. Y levantan las añoranzas el edificio de un tiempo en el que no estaré, la imagen de una Nochebuena en que seguirán los que quise y me quisieron, ya perdido por los túneles de la memoria: yo me iré y seguirán los pájaros cantando, que dijo el poeta.

¿Qué es la Nochebuena? Puede que esta feliz tristeza que siente el alma. O la reconstrucción de los rostros de aquellos con los que un día cenamos. Tal vez la sonrisa de nuestros hermanos cuando, en la medianoche, poníamos al Niño Jesús en el pesebre y los Reyes Magos daban su primer paso, para llegar al portal la mañana del 6 de enero. Tal vez el frío del anochecer y el lamento de la lluvia, en esa hora en que se encienden las casas y los braseros y las familias se reúnen y una lágrima enternece las corazas del corazón. Y así tejemos la Nochebuena que viene, y así vamos rescatando la Nochebuena que se va, con el convencimiento de que pese al tiempo estúpido que nos ha tocado vivir habrá siempre un puñado de personas que se reúnan la noche del 24 de diciembre: para compartir la carne y la risa, el vino y el dorado mazapán, la ilusión y los recuerdos, que son el único rescoldo en que se calienta el alma cuando se derrumba el decorado del mundo.

Albert Camus pronosticó que nuestra tarea sería no la de crear nada sino la de evitar que se deshaga el mundo. Vivimos en esa resignación, que es certidumbre de que el mañana será peor: Kaplan nos advierte de que no se han inventado las palabras para nombrar los horrores que alumbre el siglo XXI. Pero tenemos palabras que acunan la memoria con el salmo delgado de la Navidad. Y tenemos el recuerdo de la escarcha en la noche de Dios y el hogar encendido: tenemos la Nochebuena para contener por unas horas la desintegración del mundo, porque en ella han fondeado los navíos de nuestras soledades y de todos los amores. No hay tiempo para la esperanza. Pero aún así brindemos el 24 de diciembre: no por nosotros, que nos iremos para no volver, sino por los que mañana celebrarán la Nochebuena entre las ruinas y el caos. Y pese a todo, no olviden ser felices: merece la pena intentarlo.

(Publicado en Diario IDEAL el 20 de diciembre de 2007)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Precioso artículo. Felicidades