jueves, 14 de enero de 2016

POLÍTICA DEL PARECER




Hubo un momento de la historia en que los partidos políticos “eran”: socialistas, socialdemócratas, comunistas, populares, democratacristianos, liberales… Siguió otra etapa, la Era del Bienestar, en que los partidos se transformaron en “transversales” y desde el ser transitaron al “tener”: tener votos, captar electores. Ahora lo único que le interesa a los partidos es “parecer” y “aparecer”: vivimos en la edad del espectáculo y la representación ha colonizado todas las facetas de la vida social. También en la política lo único que ya cuenta es vender la mercancía y para ello es necesario todo el atrezzo del espectáculo como expresión perfecta de la propaganda comercial.

Del ser se pasó al tener y del tener al parecer: Guy Debord señaló ese tránsito que el Mundo Capitalista ha vivido (o padecido) de modo acelerado en el siglo XX en su análisis de la sociedad del espectáculo, uno de los más certeros que se hayan hecho de las sociedades en que vivimos y en las que todo es apariencia y aparición. Ya lo único que cuenta son el gesto, el eslogan y el hashtag. La Mercadotecnia es la Verdad.

Podemos ha captado y explotado esta vaciedad contemporánea de lo humano con absoluta certeza y de ahí su éxito electoral. Podemos reivindica sus orígenes en las plazas de la indignación, pero en realidad donde Podemos cristaliza como fuerza política es en los platós de la televisión: y es el manejo del discurso televisivo lo que ha hecho posible su crecimiento electoral. Sin la transformación de la política en una mercancía vendida por habilísimos telepredicadores (una mercancía que suplanta las genuinas relaciones humanas y que no responde a más criterios que los propios del mercado de la postmodernidad capitalista) Podemos no habría podido nunca conquistar electoralmente los espacios sociales de la clase media, ávida siempre por consumir el último producto anunciado por la pequeña pantalla para no quedar descabalgada de la moda del minuto anterior.

A modo de gran chamán del Espacio Cibernético y Tecnológico, Podemos ha entendido que en el mundo de hoy no hay más política que la de los gestos y las imágenes y toda su estrategia está diseñada en función de las necesidades intrínsecas de todo espectáculo: guión, tramoya, atrezo, vestuario, gestualidad, actores principales, figurantes, trucos, música, lágrimas, sonrisas, impostura que parezca siempre sinceridad.

En un país abocado a unas nuevas elecciones generales, los gestos y las imágenes los son todo porque son ellos los que perpetúan en el tiempo del telediario el espectáculo de las campañas electorales. Los discursos que podían recopilarse en libros, pertenecen a la época del ser y ya son historia: ahora lo único que cuentan son la imagen y la aparición, que tanto más poder de colonización tienen cuanto más estrafalarias sean.

Podemos no hace nada gratuitamente: sus puestas en escena son absolutamente perfectas y la envoltura de su apariciones epifánicas está milimétricamente medida y tiene planchadas hasta las arrugas que haya que presentar si el guión lo exige. El espectáculo (en la tercera acepción del DRAE: “Cosa que se ofrece a la vista o a la contemplación intelectual y es capaz de atraer la atención y mover el ánimo infundiéndole deleite, asombro, dolor u otros afectos más o menos vivos o nobles”) que ayer Podemos desplegó durante la inauguración la XIª Legislatura de la democracia pudo desconcertar a muchos: pero Podemos sabía que desconcertando y descolocando ganaba nuevas cuotas de mercado. Nada fue gratuito y todo estuvo puesto al servicio de la captación de nuevos clientes, dígase votantes.

Desde el punto de vista de la eficacia publicitaria, lo hecho ayer por Podemos en el Congreso de los Diputados lo fue hasta tal punto, que copó todas las portadas mediáticas ocultando incluso algo tan repugnante como la presencia en la cámara del diputado Gómez de la Serna. Pero esto, claro, también forma parte del guión: desplegar una gestualidad tan rotunda que lo oculte todo hasta conseguir que sólo se hable de esos gestos para luego acusar de que no se habla de lo que los gestos ocultaron, resaltando así la imagen inmaculada de los actuantes y su contraste con “la casta”, con “el búnker”, con todos esos ciudadanos que se niegan a comulgar con el producto que venden. Y así, en un fascinante bucle publicitario que engorda las ventas de Podemos, maestros absolutos de la política del parecer.


CODA. Ayer, al ver a Pablo Iglesias haciendo carantoñas al bebé de Bescansa en los escaños del Congreso de los Diputados me acordé, inmediatamente, de mi abuelo Juan. De él aprendí a desconfiar de la exhibición y del histrionismo en la política: a él se le revolvían las tripas cada vez que, por poner un ejemplo, veía a un político con un casco en una mina o en una obra; supongo que era la herencia de haber visto tantas veces a Franco haciéndose el cercano en las inauguraciones de fábricas, viviendas protegidas o pantanos. Ayer (exigencias del guión) el Líder Supremo se revistió de Padrecito, pero yo al verlo sólo añoraba el certero exabrupto de mi abuelo Juan. 

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