Hubo
un momento de la historia en que los partidos políticos “eran”: socialistas,
socialdemócratas, comunistas, populares, democratacristianos, liberales… Siguió
otra etapa, la Era del Bienestar, en que los partidos se transformaron en “transversales”
y desde el ser transitaron al “tener”: tener votos, captar electores. Ahora lo
único que le interesa a los partidos es “parecer” y “aparecer”: vivimos en la
edad del espectáculo y la representación ha colonizado todas las facetas de la
vida social. También en la política lo único que ya cuenta es vender la
mercancía y para ello es necesario todo el atrezzo del espectáculo como
expresión perfecta de la propaganda comercial.
Del ser se pasó al tener y del
tener al parecer: Guy Debord señaló ese tránsito que el Mundo Capitalista ha
vivido (o padecido) de modo acelerado en el siglo XX en su análisis de la
sociedad del espectáculo, uno de los más certeros que se hayan hecho de las
sociedades en que vivimos y en las que todo es apariencia y aparición. Ya lo único que cuenta son el gesto, el eslogan y el hashtag. La Mercadotecnia es la Verdad.
Podemos
ha captado y explotado esta vaciedad contemporánea de lo humano con absoluta
certeza y de ahí su éxito electoral. Podemos reivindica sus orígenes en las
plazas de la indignación, pero en realidad donde Podemos cristaliza como fuerza
política es en los platós de la televisión: y es el manejo del discurso
televisivo lo que ha hecho posible su crecimiento electoral. Sin la
transformación de la política en una mercancía vendida por habilísimos
telepredicadores (una mercancía que suplanta las genuinas relaciones humanas y
que no responde a más criterios que los propios del mercado de la
postmodernidad capitalista) Podemos no habría podido nunca conquistar
electoralmente los espacios sociales de la clase media, ávida siempre por
consumir el último producto anunciado por la pequeña pantalla para no quedar
descabalgada de la moda del minuto anterior.
A
modo de gran chamán del Espacio Cibernético y Tecnológico, Podemos ha entendido
que en el mundo de hoy no hay más política que la de los gestos y las imágenes
y toda su estrategia está diseñada en función de las necesidades intrínsecas de
todo espectáculo: guión, tramoya, atrezo, vestuario, gestualidad, actores
principales, figurantes, trucos, música, lágrimas, sonrisas, impostura que
parezca siempre sinceridad.
En
un país abocado a unas nuevas elecciones generales, los gestos y las imágenes
los son todo porque son ellos los que perpetúan en el tiempo del telediario el
espectáculo de las campañas electorales. Los discursos que podían recopilarse
en libros, pertenecen a la época del ser y ya son historia: ahora lo único que
cuentan son la imagen y la aparición, que tanto más poder de colonización
tienen cuanto más estrafalarias sean.
Podemos
no hace nada gratuitamente: sus puestas en escena son absolutamente perfectas y
la envoltura de su apariciones epifánicas está milimétricamente medida y tiene
planchadas hasta las arrugas que haya que presentar si el guión lo exige. El
espectáculo (en la tercera acepción del DRAE: “Cosa que se ofrece a la vista o a la contemplación intelectual y
es capaz de atraer la atención y mover el ánimo infundiéndole deleite, asombro,
dolor u otros afectos más o menos vivos o nobles”) que ayer Podemos desplegó
durante la inauguración la XIª Legislatura de la democracia pudo desconcertar a
muchos: pero Podemos sabía que desconcertando y descolocando ganaba nuevas
cuotas de mercado. Nada fue gratuito y todo estuvo puesto al servicio de la
captación de nuevos clientes, dígase votantes.
Desde
el punto de vista de la eficacia publicitaria, lo hecho ayer por Podemos en el
Congreso de los Diputados lo fue hasta tal punto, que copó todas las portadas
mediáticas ocultando incluso algo tan repugnante como la presencia en la cámara
del diputado Gómez de la Serna. Pero esto, claro, también forma parte del
guión: desplegar una gestualidad tan rotunda que lo oculte todo hasta conseguir
que sólo se hable de esos gestos para luego acusar de que no se habla de lo que
los gestos ocultaron, resaltando así la imagen inmaculada de los actuantes y su
contraste con “la casta”, con “el búnker”, con todos esos ciudadanos que se
niegan a comulgar con el producto que venden. Y así, en un fascinante bucle publicitario
que engorda las ventas de Podemos, maestros absolutos de la política del parecer.
CODA.
Ayer, al ver a Pablo Iglesias haciendo carantoñas al bebé de Bescansa en los
escaños del Congreso de los Diputados me acordé, inmediatamente, de mi abuelo
Juan. De él aprendí a desconfiar de la exhibición y del histrionismo en la
política: a él se le revolvían las tripas cada vez que, por poner un ejemplo,
veía a un político con un casco en una mina o en una obra; supongo que era la
herencia de haber visto tantas veces a Franco haciéndose el cercano en las
inauguraciones de fábricas, viviendas protegidas o pantanos. Ayer (exigencias
del guión) el Líder Supremo se revistió de Padrecito, pero yo al verlo sólo añoraba
el certero exabrupto de mi abuelo Juan.
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