Espoleado por los recortes dictados por el gobierno
de Alemania y bendecidos por Bruselas, galopa con creciente fuerza el fantasma
de los populismos: el extremismo político es un jinete que viaja sobre los lomos del
caballo de la desesperación y de la miseria.
Los recortes criaron el caballo y, para engordarlo,
los chusqueros y matones de la política buscaron un enemigo (los emigrantes, los
refugiados, los que vienen a quitarnos nuestros trabajos y nuestros derechos y
a violar a nuestras mujeres y nuestras hijas) que aglutinase los miedos y
temores provocados por los recortes. Ésta no es una política brillante: de
hecho, alguien tan carente de aptitudes intelectuales como Hitler ya la llevó a cabo con gran
éxito. De hecho, para que esta política sea posible sólo se necesita que la inmoralidad sea inversamente proporcional a la inteligencia.
Dispuesta a
repetir lo peor de su historia, Europa se adentra en el laberinto que ya
recorrió en la década de 1930. Pero la historia, cuando se repite, nunca es
igual: Marx advirtió que la primera vez que ocurre, la historia es una
tragedia; la segunda, la segunda es una farsa, un esperpento carente de toda
grandeza. Pero Marx nunca dijo que las farsas no puedan, también, venir
cargadas de sufrimiento.
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