“La Diputación de Ciudad Real destina fondos extraordinarios contra el hambre en la provincia”. “En el primer semestre de 2012 más de 40.000 españoles se marchan al extranjero para buscar trabajo”. No son titulares de la prensa de 1945: son de hace unos días. Y retratan la España que se ha instalado entre nosotros, derrotada y hastiada, desesperanzada y cada vez más furiosa. Son titulares que hablan de lo que está pasando a nuestro lado: una amiga médica me contaba el viernes que en Sabiote están teniendo problemas con muchos ancianos diabéticos que no tienen dinero y que se acuestan sin cenar y así no pueden tomarse los medicamentos. Esa es la España triste y real que los políticos no quieren ver: hace unos días Alberto Román contaba que el Ayuntamiento de Úbeda ha liberado —por ahora— a 10 de sus 21 concejales y que destina a los políticos más de 540.000 euros anuales mientras se recortan servicios y se aumentan impuestos. En Úbeda, seguro que también hay ancianos que no pueden cenar.
Cuando la realidad es tan devastadora y millones de ciudadanos son condenados al hambre, a la desnutrición, a la emigración o a la desesperanza radical, son especialmente hirientes las actitudes de los políticos. Hay tantos ciudadanos pasándolo realmente mal que resulta profundamente escandaloso e indecente el gesto de los diputados del Partido Popular aplaudiendo después de cada uno de los recortes que el presidente Rajoy iba haciéndole al bienestar y al futuro de los españoles. Y es ofensivo ver en pie a la bancada popular aplaudiendo satisfecha a su líder cuando éste volvía a su escaño, después de dejar sobre la tribuna el tributo de sufrimiento que los españoles tendremos que pagar para rescatar a los bancos y después de haber reconocido oficialmente —“Los españoles no podemos elegir, no tenemos esa libertad”— que España ya no es una democracia sino un régimen en el que los partidos han tomado las estructuras del Estado sometiéndolo a sus intereses de casta y a los poderes siniestros de Bruselas y Berlín. El estupor y la rabia de los ciudadanos se acrecentaron cuando las redes sociales llevaron a nuestros ordenadores las palabras de Andrea Fabra: “¡Qué se jodan!”.
Hija del hombre prototípico de la corrupción y del abuso de poder, heredera de una saga de caciques de pura cepa hispánica, la diputada popular estaba arrebatada por la euforia de la felicidad. Y cuando su presidente dijo que se iban a recortar las prestaciones a los parados para animarlos a buscar empleo —dando a entender que quienes viven ese devastador drama personal y social lo han elegido libremente y no hacen nada para superarlo— pronunció la frase que resume lo que los políticos nos desean a todos nosotros: “Que se jodan”. Que se jodan los padres y las madres que no tienen para pagar la hipoteca de su casa ni la luz y el agua, y que tienen que ir a los bancos de alimentos o a los comedores sociales para poder darles de comer a sus hijos. Que se jodan los jóvenes que se largan de aquí con sus títulos debajo del brazo para poder ganarse la vida. Que se jodan los maestros y los médicos y los bomberos y los barrenderos, pandilla de insolidarios que quieren celebrar la Navidad con sus familias. Que se jodan los músicos y los actores y los poetas, colectivo de rojos vagos y maleantes. Que se jodan los niños que se quedarán sin beca y los ancianos que no pueden pagar sus medicinas y los enfermos de cáncer que se van a morir esperando un tratamiento que no llegará a tiempo. Que se jodan. Que nos jodan. Están tan lejos de la realidad que puede que no sepan que jodidos ya estamos, y mucho, pero que también estamos más enfadados y más hartos cada hora que pasa. La chica Cifuentes debería explicarle a la chica Fabra lo fácil que resulta, en medio de este hervidero social, que la jodienda cambie de dirección.
(IDEAL, 19 de julio de 2012)
1 comentario:
Manolo,
sabes perfectamente que en España no tenemos gobierno que gobierne (para bien o para mal) desde la bajada del 5% a los funcionarios realizada por Zapatero.
El último año de Zapatero y el algo más de medio año de Rajoy han hecho de títeres, no han gobernado.
Las decisiones y las políticas las toman en otras latitudes.
Y quien no quiera entenderlo, está confundido o pretende confundir.
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