La figura de Nelson Mandela tiene la misma dimensión ética que la de Václav Havel, Óscar Romero o Martin Luther King. Mandela ha dedicado toda su vida ha demostrar que hay una serie de valores morales que no pueden arriarse frente al interés de los poderosos ni frente a sus cálculos. Como todos los que fueron marcados por el poder con un número, Mandela rebasa la frontera estricta de la matemática criminal para fundar la pura luminosidad de lo esencialmente humano: el preso 46664 se convirtió en el ciudadano 46664 porque nunca pudieron poner cadenas en su corazón.
La libertad, la dignidad de la persona, la igualdad de oportunidades y ante la ley, conforman parte de ese espectro de valores defendidos por Mandela a lo largo de su existencia, pagando por ello con la tortura, la cárcel y el alejamiento de sus seres queridos. Es eso lo que convierte en imprescindible la voz de Nelson Mandela en este tiempo oscuro en que se nos sumerge en la desesperanza y en el que se niega el futuro para nuestros hijos: en Mandela es posible reconocer un ejemplo de excelencia humana que ha resistido, erguido frente al mundo y sus terrores, todos los envites de la historia, batallando no por él sino por todos los desheredados y afligidos de la tierra. No hay muchos Mandelas entre los actuales líderes del mundo; por eso, su ejemplo resulta más atrayente aún. Porque es la insobornabilidad de su espíritu de hombre libre y decente el que nos enseña el abismo al que conduce la negación de los derechos de las personas, el sometimiento de su dignidad fundadora a las necesidades de la raza, la lengua, la patria, el mercado o el dinero. Pero los líderes del mundo no se sienten aludidos con el ejemplo de Mandela: por eso, el día que muera acudirán a su entierro con sus lágrimas de cocodrilo en los ojos mientras siguen jodiendo a la gente a la que amó Mandela.
Hoy sabemos cuánto bien le hizo a la humanidad que hace 94 años –el 18 de julio de 1918– naciera en un rincón del África sojuzgada por los blancos un niño al que llamaron Nelson, como el almirante inglés. Aquel niño acabaría convertido en uno de los hombres más luminosos del siglo XX, siempre de plena actualidad; sus palabras siguen dirigiéndose directas a nuestras conciencias:
"Quedará para siempre como una acusación y como un desafío para todos los hombres y mujeres con conciencia el que hayamos tardado tanto en levantarnos para decir ¡basta!""Aprendí que el coraje no era la ausencia de miedo, sino el triunfo sobre el miedo. Un hombre valiente no es aquel que no siente miedo, sino aquel que lo conquista.""El avance nunca es el resultado del esfuerzo individual; se trata siempre de un esfuerzo y de un triunfo colectivo."
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