sábado, 28 de julio de 2012

APOLOGÍA DEL SUFRIMIENTO





El Ministro Gallardón –que hasta casi ayer mismo pasaba por ser la imagen de una derecha moderna, cívica y laica– ha anunciado que se va a reformar la ley del aborto para volver a una ley de supuestos y no de plazos. Soy de los que piensa que la ley de supuestos reconoce la existencia de un conflicto ético entre dos bienes que merecen protección y amparo por parte del ordenamiento jurídico, y reconociendo esta colisión ofrece una mejor solución ética al dilema. Solución que por la propia naturaleza de este asunto –esencialmente delicado, radicalmente humano– no puede nunca ser satisfactoria, que es siempre contradictoria, difícil, insatisfactoria, pero que por eso mismo es una solución eminentemente democrática: porque se funda en el reconocimiento de que la ley de los derechos humanos y de las personas libres es una ley que siempre tiene que generar una insatisfacción o, incluso, un mal menor para reparar un daño mayor. Ahora bien, de reconocer la valía ética de la ley de supuestos a aplaudir la propuesta de reforma del Ministro Gallardón hay un paso. Y un paso gigantesco: el que separa la opción de vivir con una conciencia en conflicto íntimo de realizar una apología del sufrimiento de los más débiles.

En la ley de 1985, avalada por una sentencia del Tribunal Constitucional que es una verdadera lección de ética democrática, se reconocía a la madre el derecho a abortar cuando el feto presentase malformaciones. (Malformaciones graves: un médico recordaba en la radio que no se amparaba ni se justificaba el aborto de un feto que tenía cuatro dedos en la mano derecha.) Javier Esparza –un neurocirujano infantil de prestigio internacional– relataba en El País los sufrimientos y padecimientos a que tienen que enfrentarse durante sus cortas vidas los niños que nacen con malformaciones tan terribles como la espina bífida: parálisis muscular, hidrocefalia, incontinencia fecal y urinaria, dolores muchas veces terribles. Era imposible leer el artículo del médico sin sentir un nudo en la garganta, una infinita compasión por esos niños que nacen condenados a una vida indigna e indecente –no: no hay dignidad ni decencia en el cuerpo de un niño que sufre y agoniza con cada latido de su corazón–, a una muerte lenta y dolorosa, víctimas absolutamente inocentes de un crimen moral de dimensiones cósmicas, genésicas, que apunta directamente al corazón de lo divino. Al leer a Esparza ocurre como cuando se lee a Camus o a Dostoievski: se entiende que nada justifica el sufrimiento de los niños.

Bien. Gallardón ha anunciado que ese supuesto –cargado de compasión más allá de cualquier tipo de contradicción íntima– va a desaparecer de la nueva ley del aborto: las madres no podrán decidir si abortan cuando sus hijos presenten malformaciones terribles. Gallardón ha sido arrebatado por una pulsión religiosa que legítimamente puede guiar la actuación de los particulares pero que sólo faltando a la ética de la democracia puede informar el ordenamiento jurídico que a todos afecta. Gallardón, basándose en los principios morales de su religión y no en la ética conflictiva y relativa de la democracia y del sistema de derechos humanos, va a obligar a nacer a niños condenados a sufrir. En la religión de Gallardón el sufrimiento es un mérito moral, una palma de martirio que garantiza un lugar en el paraíso tras haber atravesado el infierno. Eliminando la posibilidad que las madres tenían de abortar si su hijo tenía graves malformaciones, el gobierno de Gallardón realiza una apología del sufrimiento, tanto más atroz e indecente cuando en paralelo se recortan las ayudas que podían paliar el sufrimiento de estos niños. Que nazcan, sí: pero que se jodan una vez que hayan nacido, porque la sociedad que los obligó a nacer los deja en el desamparo y el abandono. Consentir esto es una indecencia social, otra más. “No creo que ninguna sociedad tenga el derecho, y menos pudiendo evitarlo, de cargar a ningún ser humano con sufrimientos más allá de lo imaginable”. Lo dice Javier Esparza, el hombre que ha visto con sus ojos el dolor de los niños condenados.

(IDEAL, 27 de julio de 2012)

1 comentario:

felipe dijo...

Gallardón es de esos políticos que se preocubaban por cuidar su imagen, no crearse enemigos, y a la primera oportunidad, ya ha tenido varias, enseña la patita , que desilusión. Me impactó el comentario de Esparza en El País.
Un saludo