¿Cómo definir un valor tan poco cotizado como la solidaridad? Mi abuelo Juan contaba que una mañana de aceituna, allá por los años cincuenta, el dueño del olivar, que había echo el recuento de las olivas que quedaban por coger, le dijo a una pobre mujer que esa mañana se fuera a su casa, que no había trabajo para ella. La mujer, viuda y con hijos, suplicó, imploró, le rogó de rodillas poder echar la peonada porque sin ella no podría darles ese día de comer a sus criaturas, pero el “papihonrado” fue inflexible y la cuadrilla partió al olivar sin ella. El “manijero”, mientras se tragaba la rabia, había tramado ya la venganza de los trabajadores contra el corazón duro del olivarero; durante toda la mañana estuvo canturreando una cancioncilla tonta —“cuatro patas tiene el gato, Miguel, y cuatro tiene la liebre”— y cuando llegó la hora dio la orden de cargar los mulos y regresar a Úbeda. ¿Se habían cogido todas las olivas? No: se había quedado sin coger una oliva grande, cargada de aceituna, con cuatro pies. Entonces, el dueño les pidió a los jornaleros que echasen un rato más y que por favor cogieran esa oliva, que era absurdo tener que venir otro día nada más que por una oliva. El “manijero”, en nombre de toda la cuadrilla, le respondió que si hubiera traído a la mujer que había dejado en Úbeda habría dado tiempo a recoger la aceituna que se le quedaba en el campo, pero que era la hora de irse y que ni por unas cuantas perras gordas más se iba a coger esa oliva solitaria.
Es difícil definir la solidaridad, pero es fácil identificarla cuando tiene lugar: solidaridad fue lo que aquel día de diciembre de hace muchos años —cuando un acto así podía considerarse un delito de sindicación o algo similar— hicieron los trabajadores más humildes por respeto a la dignidad de una compañera suya que esa noche no pudo darles de cenar a sus hijos. (Al día siguiente el dueño del olivar tuvo un justo premio a su actitud: amaneció lluvioso, pero él se empeñó en ir sólo, con su mula, a coger la oliva que le quedaba; en el campo le sorprendió una tormenta, y atascada en el barro se le quedó la bestia, que sólo pudo sacar tirando al torrente de agua toda la aceituna que había cogido.)
¿Cómo definir la solidaridad? Como el gesto que hacemos no pensando en el beneficio que nosotros podemos sacar de él sino conscientes de que va a reportarle algo bueno a otras personas, a las que incluso podemos no conocer. La solidaridad es una generosidad del espíritu, una entrega que no espera compensación pero que nos permite dormir con la conciencia tranquila. Michael Foucault define la generosidad —la solidaridad— como un “pelear batallas ajenas”. Eso fue lo que ayer hicieron muchos españoles que, despreciando a la casta sindical, secundaron la huelga general no por ellos sino por tantas y tantas víctimas como va a causar: muchos españoles pelearon las batallas de otros, sobre todo las de los trabajadores que no pudieron secundar la huelga porque habían sido amenazados con el despido por sus patrones si lo hacían.
A primera hora, un maestro hablaba en la radio y definía claramente lo que la huelga tuvo de acto esencialmente solidario para muchas personas; decía este maestro que a él, que es funcionario, la reforma laboral de entrada no le afecta, pero que no era capaz de ir ayer a dar clase porque no podría mirar a los niños sin pensar en lo que les estamos haciendo. Por eso secundó la huelga general: por no ser cómplice del futuro que los poderosos, en nombre de la estabilidad presupuestaria y del déficit cero, le están preparando a nuestros niños.
Es difícil definir la solidaridad. Pero es fácil reconocerla cuando alumbra el mundo con su dignidad: la solidaridad era el grito mudo de mi abuelo Juan y de los jornaleros de hace cincuenta años y del maestro de ayer. Es a gestos como esos a los que les debemos los derechos que hoy se tambalean. Haríamos bien en no olvidarlo.
(IDEAL, 30 de marzo de 2012)
1 comentario:
Es difícil definir la solidaridad y fácil reconocerla. En estos días, tan significativos para los que creemos en Jesús de Nazaret, basta con seguir su mandamiento: amarás a tu prójimo como a ti mismo.
La pena, profunda pena, es que se nos olvida muy a menudo.
Un abrazo
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