viernes, 2 de marzo de 2012

PIEDRAS DORADAS





Extraño invierno: sin nieves ni lluvias, sin apenas hielos, con tan sólo unos días de verdadero frío, de ese que cala hasta los huesos. Extraño invierno lleno de días plenos de sol en los que las nubes blancas desfilaban por el cielo como un extraño cortejo de perezas y promesas... Y casi sin notarlo la luz le ha ido comiendo pedazos al cuerpo de la noche —la luz y la noche, que forcejean entre ellas con la suavidad y la avaricia carnal de dos mujeres enamoradas—, y nos ha brindado la luz un adelanto de las tardes primaverales. La luz cada día más amarilla y más victoriosa, cada día menos parecida a la que regala ese sol anémico de diciembre y enero; la tarde más enseñoreada sobre un territorio que sabe que le pertenece, la tarde que prepara la arrogancia con la que reinará en agosto; los pájaros expectantes sobre los aleros de los tejados y en la fronda inaccesible de los cipreses; el agua mansamente brillante de la fuente italiana, de monstruos desgastados por los siglos... Como por arte de magia, todo, en la Plaza de Santa María, ha sido dispuesto por los últimos días de febrero para darle la bienvenida a la primavera: es como si la naturaleza tuviese prisa en desperezarse, en disponerse para ser atravesada por los vencejos y las flores y las yemas tiernas de los árboles renacidos... En la Plaza parece que la creación tiene prisa para mostrar su voluptuosa generosidad, la fragilidad definitiva de lo que es hermoso sin quererlo y sin imposturas.

Toda la Plaza de Santa María parece construida para convertirse en un receptáculo de la luz de atardecida. El sol describe su arco desde los parajes de la fuente de la Alameda hasta los cerros gastados que se extienden más allá de la espadaña de San Lorenzo, más allá de los barrancos de la Cava, donde ayer se alzaron blancos los muros del convento de San Francisco. Y al caer, los hilos de la luz del ocaso se filtran por entre los olivares y su monotonía hilada de verdes polvorientos y llegan a adormecerse en los palacios y las iglesias de la plaza. ¿Sueña la luz? ¿Sueñan las piedras? Las piedras esperan al sol de la primavera para transfigurarse en un dorado casi imposible que dota de vida el perfil lánguido de los atlantes y las cariátides, de los centauros y las alegorías de la fe y de las vírgenes renacentistas, de los santos que perdieron su cabeza en cualquier revolución. En la luz de la tarde melosa las hornacinas vacías anuncian una plenitud, como los escudos, como las espadañas, como la torre bulbosa de El Salvador. Es como si todo fuese más bello o como si todo quisiera disputarle a las tardes de niebla y viento —a las tardes que huelen a tierra mojada—, a esas tardes tan radicalmente íntimas, la primacía de lo hermoso. Y las piedras, que se tornaron grises en noviembre, vuelven a beber la luz a boca llena para devolvérnosla, a través de sus poros, convertida en un bellísimo color como de oro recién bruñido, como de cera que se derrite bajo la llama vacilante.

Los viejos, sentados en los escaños de la lonja de las Cadenas, charlan de sus cosas, de los años idos que comienzan a parecerse mucho a los años por venir. Pasean las madres con sus hijos y los enamorados se remolonean en la quietud de los besos. Se ha puesto la vida dulce como una tristeza que se sabe remediada. Suenan lentas —arrebatadas de tranquilidad— las campanas: la prisa es cosa de los hombres, no del tiempo. Es fácil recoger el espíritu e imaginarse toda la amplitud de la plaza sin coches aparcados, sin compartimentos pensados no para el reino de lo divino y los trascendente sino para el tránsito de los coches. Es fácil entornar el alma y pasearla por los palacios que fueron de virreyes y hombres de estado, es fácil encaramarla por la fachada del fastuoso panteón de un hombre al que llamaron Francisco, es fácil dejar que la conciencia trepe por entre las columnas de la vieja colegiata, es fácil soltarle la mano y dejarla que se adentre por el claustro como un niño perdido que busca consuelo en el amarillo atenazado entre las ojivas góticas.

(IDEAL, 1 de marzo de 2012)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Una pena que teniendo el Ayuntamiento en plantilla alguien capaz de escribir estas cosas no lo aproveche para hacer material publicitario de la ciudad de calidad literaria, dando un toque distintivo. Una pena. Magnífico artículo, dan ganas de bajar a Santa María ahora mismo.

Anónimo dijo...

Una pena que el Ayuntamiento teniendo en plantilla a alguien que escribe cosas como ésta no aproveche para sacar una guía de la ciudad de calidad literaria, algo original y distintivo, una pena. Extraordinario artículo, bellísimo.