martes, 20 de marzo de 2012

LA PURA VIDA





Hay «artistas» que irrumpen en la historia y ciegan —como la explosión de una estrella— a quienes contemplan sus obras. Suelen, estos artistas, ser considerados «genios», «hombres únicos» y en ellos, los palmeros del mundo del arte cifran el nacimiento o el fin de las eras artísticas. Pero estos artistas, que crean como en estado de arrebato epiléptico —febriles, convulsos, inagotables— pueden agotar: su «genialidad» es tan intensa que provoca cansancio en los ojos, el fulgor y el brillo de su obra es de tal calibre que no puede ocultar la tramoya que se esconde debajo de la obra, e incluso declara, impúdica, cuán desnuda quedaría la misma si se la privase de la prolija literatura que la rodea. Este arte —siempre bajo los focos y los flashes— está bien para los mercados y los marchantes. Pero, ¿qué provecho saca el espíritu de él?

Por suerte para el arte y por suerte para el espíritu están también los artistas que crean como quien anda un camino pedregoso, como en una búsqueda o como en una travesía siempre amenazada de naufragio, que crean buscando la fragilidad que alienta dentro y a la que hay que dar forma fuera. Pienso en Velázquez. Pienso en Vermeer. Pienso en Edwar Hopper. Pienso en Antonio López. Pienso en todos esos artistas que crean desde la paciencia y la rectificación, pienso en la laboriosa pintura que se demora durante años en la distancia que separa el pincel y el lienzo, suspendida en la duda de los artistas que no quieren venderse ni traicionarse. Pienso en la pintura que hace de la austeridad y la contención una marca, un estilo. Una proclama. Un manifiesto. Pienso, por supuesto, en Antonio Espadas.

La pintura de Antonio Espadas no es una pintura que deslumbre: los óleos o las acuarelas de Espadas no ciegan. Pero sus cuadros obligan a mirar: como no ciegan, no hay que cerrar o entornar los ojos; como no deslumbran, los ojos se mantienen siempre abiertos delante de ellos, expectantes, saboreando cada trazo, adentrándose en ese espacio eternizado por la mezcla del lienzo o el papel y el óleo o la acuarela, cada vez más apresados y cómodos en la celda de la belleza que Espadas ha elevado. «¿Qué pinta Antonio Espadas?», parecen preguntarse nuestros ojos mientras recorren sus cuadros. Pero... ¿Antonio Espadas pinta? Uno contempla sus acuarelas y sabe que sí, que pinta con absoluto magisterio, con esa pincelada airosa y grácil capaz de apresar la belleza del instante, el silencio del campo o de los rincones más recoletos de Úbeda, la íntima densidad de lo realmente hermoso, su eternidad determinante. Hay una acuarela del Arroyo de Santa María que no es en realidad una pintura, sino un tratado sobre el otoño o el mes de noviembre, lo mismo que hay una acuarela sobre la Plaza de San Pedro —con esa extraña elegancia francesa del palacio de los Orozco— que no es el retrato acuoso de un lugar sino un manifiesto de la primavera o una cantata sobre abril. Pero... ¿y en los óleos?, ¿qué pinta Antonio Espadas en sus óleos?

Ah, en los óleos Antonio Espadas no es un pintor, sino una especie de amante voraz que araña con la espátula la superficie virginal del lienzo para que de su fondo silente vayan surgiendo las formas, la geometría de las calles y las torres, el desordenado velamen de los árboles, de los olivos, la incisiva insinuación de la luz, el vaho de los colores. Es como si todo estuviese dentro de la tela y el pintor tuviera sólo que ir buscándolo, escarbando entre la trama de los hilos invisibles. Ese arte despacioso, laborioso, ese arte como descubrimiento y como oración, es un arte que abre una puerta y nos invita a entrar por ella. Los cuadros de Antonio Espadas tienen fondo y exudan abandono. Son cuadros que sugieren y susurran una soledad: las plazas están vacías y votivas, los olivares permanentemente silenciados; nunca hay personas que trasieguen por el cuadro, sólo las piedras y los guijarros, la hiedra y los árboles verdecidos, sólo el cielo ora gris y lluvioso ora jubiloso y azul, como de Domingo de Ramos...

¿Qué pinta Antonio Espadas? Antonio Espadas pinta lo que sólo los artistas verdaderos pueden pintar. El vacío. La soledad. El silencio. El susurro. La emoción. La luz. La plenitud. La desnudez de lo dolorosamente humano. La pura vida.

(ESPADAS SALIDO. EL ÓLEO Y LA ACUARELA EN MIS PAISAJES. Sala de Exposiciones “Pintor Elbo” del Hospital de Santiago. Del 15 de marzo al 8 de abril de 2012)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sencillamente precioso.