Cada campaña electoral se me hace más cuesta arriba. Ver sus caras en los carteles, sonriendo como si lo que está cayendo no fuese o con ellos o como si ellos —todos— no fuesen responsables directos del sufrimiento de tantas y tantas personas, me revuelve las tripas. Oír sus discursos hueros, hechos con una sucesión de imbecilidades y de lugares comunes, escuchar su palabrería que no aporta nada y que en realidad no dice nada y que lo único que hace es repetirse y repetirse hasta la náusea, me revuelve las tripas. Y lo siento, porque sé que no puede ser bueno que esto ocurra en una sociedad, porque sé que el desprecio por la casta política anticipa tiempos peores —tiempos de salvadores y redentores— que nada salvan y nada redimen. Lo siento porque en el fondo sigo pensando que la política —la política de los que piensan en mayúsculas, de los que rehuyen los fanatismos y los dogmas, la política de los que se entregan con pasión a una causa noble y generosa, pensando en los más y no en sus malditos intereses— es algo imprescindible y necesario. Fuera de la política sólo existe la barbarie, y lo estamos viendo ahora que los neoliberales le entregan la política a los gurús de la economía y a los profetas de la ley divina: en el imperio de la política eran posibles la libertad y la decencia, la democracia y los derechos humanos, la convivencia y la justicia social, pero en el creciente reino del cálculo económico y de la religión excluyente sólo son posibles la miseria y el dolor de cada vez más personas, la desaparición de los derechos y el agrandamiento de las desigualdades.
Lo que más subleva de la actual situación política es que, simplemente, los políticos no tenían derecho a hacernos esto. Se echa, por ejemplo, una ojeada al panorama de la campaña andaluza y es imposible controlar la rabia: ¿qué nos ofrecen? Nada, no ofrecen nada. ¿Renovación? ¿Arenas, que lleva en esto toda la vida, puede ser la renovación de Griñán? Todo suena a viejo, a ruinoso, todo el discurso político parece sacado de un armario lleno de bolas de alcanfor. Todo suena a desesperanza, y sólo los fanáticos de cada fuerza política son capaces de fingir una esperanza o una ilusión con las que en realidad intenta tapar lo que no es más que pura sumisión ovejuna a los dictados del líder. No tenían derecho a hacer esto. No hay derecho a que a los ciudadanos se los obligue a acudir a las urnas con las pinzas o con las mascarillas de aire puestas en la nariz porque las papeletas donde están escritos sus nombres despiden el mismo olor a putrefacción que sus rostros, sus proclamas, sus programas, sus acciones. No hay derecho a que los ciudadanos tengan que votar retorciendo su conciencia, no hay derecho a que los ciudadanos tengan que votar con lágrimas en los ojos porque sienten que están traicionando algo, la memoria de sus abuelos o el porvenir de sus hijos, no hay derecho. No hay derecho a que se tenga que elegir entre la camarilla de bandoleros de los eres y los afiladores del hacha de los recortes que nos sumen en la más absoluta indefensión y miseria. No hay derecho. Los políticos no tenían derecho a causar tanta repulsión en la sociedad.
Siento sentir lo que siento, no puedo controlarlo. Los políticos ya no me provocan una indignación ética o una repulsión cívica: los políticos me causan repulsión física. Los veo, y tengo la impresión de que estoy oliendo una vomitera, machacando una cucaracha. Los veo y los oigo y siento el mismo asco que si estuviera pisando una mierda plantada en mitad de la calle. Siento sentir lo que siento, pero no puedo evitarlo.
(IDEAL, 15 de marzo de 2012)
5 comentarios:
Ya somos dos (aunque creo que somos más).
Anónimo no: Eugenio Santa Bárbara.
¿Podría ser que para "algunos", va siendo hora de consultar con un psicólogo?
Amigo Vicente, si lo del psicólogo lo dices por mí, no tengas preocupación: me encuentro perfectamente sano de la cabeza. Y desde luego, estas últimas semanas están pasando cosas mucho más importantes en mi vida que la política, así que en ningún caso serían estos tipos deleznables (los de todos los pelajes) lo que me hicieran ir al psicólogo.
Saludos y tranquilidad.
Respetado y admirado amigo Manolo, lo del psicólogo iba por mí, pues aunque me encuentro (al menos eso creo) bien de la cabeza (eliminando la ocasional presencia de mi amigo alemán, jejeje…), llevo un tiempo que me… digamos: ”Perturba” la lectura de tus artículos, ¡y no me digas que deje de hacerlo, porque no lo haré! Cada vez te sumerges más y más en el aspecto negativo de nuestro devenir diario (sobre todo político), y creo, perdona mi sinceridad, que te pasas un pelín, por no decir: tres pueblos.
Espero con ansiedad algún que otro artículo tuyo que respire, sino confianza, al menos Esperanza, pero reconozco que eso “vende” menos, aunque si te sirve de desahogo y te beneficia, ¡adelante! El problema de “seguirte”, será exclusivamente mío.
¡Ahora caigo! y tras releer este hilo pienso que, en mi subconsciente también iba dirigida a ti la pregunta. Veo sin embargo, porque me lo aclaras, que tienes otras “importancias” en tu vida (espero no sean malas, y de serlo mejoren) que no te llevarían al psicólogo, pero piensa si deberías pensar (valga la redundancia), en cambiar el chic de tus manifestaciones, te sobran cualidades para escribir ofreciendo un sentir más optimista, pues como sigamos pensando así (lo digo por todos los colores de pelo), estamos abocados a crear el efecto “Pigmalión” que a nada bueno conduce.
En la esperanza de que perdones mi crítica (pues lo hago sin acritud alguna y siempre bajo el prisma de mi admiración y consideración a tu persona), aceptes…
Un abrazo de v.j.
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